Carlos Dreyer no fue el mismo luego de su llegada al Perú. Una mezcla de paisajes, sus culturas y su gente lo atrapó y, como señala su hijo Augusto Dreyer Costa, lo transformó “de ser un seco Carl a convertirse en un alegre Carlos”. Dreyer, viajero infatigable que utilizó todos los medios disponibles, desde lomos de mula y carretones hasta canoas, fue un ciudadano alemán que llegó al Perú en los años veinte del siglo pasado. Emprendió un largo viaje desde Europa, luego de haber participado en la Primera Guerra Mundial, como muchos jóvenes europeos de su época. Su destino se vio mediado por los vínculos que su familia, que poseía un importante negocio de comercio y reparación de relojes, tenía con las colonias alemanas en Chile. Fue contratado allí para trabajar como relojero en esas comunidades. Sin embargo, su wanderlust, como sugiere el título del libro patrocinado por MAPFRE y publicado por Grupo Editorial COSAS, se activó por estos parajes inhóspitos, fascinantes para un burgués europeo de aquella época.  

Carlos Dreyer (1895-1975) nació en Alemania, pero echó raíces por voluntad propia en el Perú.

Carlos Dreyer (1895-1975) nació en Alemania, pero echó raíces por voluntad propia en el Perú.

“Su fijación fue con el paisaje”, asegura el crítico y curador de arte Gustavo Buntinx, autor de la investigación que acompaña el libro sobre la obra fotográfica de Dreyer. “Con una emoción telúrica, con un sentido de país. Una relación con la tierra se evidencia casi de inmediato”, añade. Sus instantáneas retrataron un mundo andino que en ese momento estaba en extinción: una estructura social de terratenientes y de sufridos y sumisos trabajadores indígenas. 

Buntinx resalta por contraste las pinturas que este ciudadano alemán ensayaba y, muchas veces, exponía. No se parecían en nada a sus fotos, guardadas con celo y redescubiertas años más tarde para la historia peruana. “Ya en Alemania había explorado su evidente talento innato para el arte. Según él mismo contaba, muy en contra de la voluntad paterna que, más bien, aspiraba para él la carrera de relojero”.

Ensayos pictóricos

Con su esposa, María Costa, en las ruinas de Machu Picchu, al poco tiempo de haber contraído matrimonio,  c. 1930.

Con su esposa, María Costa, en las ruinas de Machu Picchu, al poco tiempo de haber contraído matrimonio, c. 1930.

La información que se conserva lo vincula a tempranos ensayos pictóricos en su adolescencia. En contraposición, Dreyer no habla de su trabajo fotográfico prácticamente en ningún momento. Cuando llega a Chile, primero, y luego empieza a explorar las serranías y las selvas de Bolivia para después hacer lo mismo en el Perú, su desarrollo se da en los campos de la pintura y la ilustración.

Para empezar, se vuelve corresponsal gráfico oficial de “The West Coast Leader”, un conglomerado de publicaciones estadounidenses que se editaban en el Perú. Ese trabajo le permitió viajar y recorrer el continente; incluso llegó a Colombia, Venezuela y el Chaco argentino.

Hay en él una fascinación por el ámbito prehispánico y colonial, y esos temas son plasmados en sus pinturas. “Es interesante porque en su obra pictórica no vamos a encontrar ficción moderna alguna –en contraposición a su fotografía–. Su pintura es muy estática, clásica, casi enteramente abocada a describir el último vislumbre de esa forma de vida, de esa arquitectura que ya estaba siendo amagada, asediada por la irrupción de lo moderno”, comenta Buntinx.

Con indígenas de la isla de Taquile, en el lago Titicaca. Puno, Perú,

Con indígenas de la isla de Taquile, en el lago Titicaca. Puno, Perú,

Cierta fama y reconocimiento adquirió por su obra como pintor. Sus exposiciones tuvieron acogida oficial. Se conserva una foto tomada en Lima en la que Dreyer posa junto al presidente Leguía, quien visitó una muestra suya. También el presidente Siles de Bolivia asistió a una exposición que Dreyer inauguró en La Paz.

En el vientre andino

Dreyer se instaló definitivamente en la ciudad de Puno en 1929. A decir de Buntinx, decidió “radicarse en el vientre húmedo de ese mundo andino. Si Cusco, según la leyenda de Garcilaso de la Vega, era el ombligo del cuerpo histórico y cultural de los Andes, el vientre húmedo, sin duda, era el Titicaca”, añade el crítico y curador de arte. Allí siembra su nueva identidad. Se casa con una dama puneña, María Costa Rodríguez, hija de una familia ilustre que en su árbol genealógico poseía destacados representantes intelectuales y políticos, y viven en una maravillosa casa frente a la catedral.

El Museo Carlos Dreyer, alojado en la casa que luego construyó para su familia muy cerca de allí, exhibe actualmente su colección de piezas prehispánicas, coloniales y republicanas. Con un afán etnológico, las recopiló, estudió e, incluso, pintó. 

Dreyer posa con algunos de sus cuadros tempranos de tema indígena. La Paz, Bolivia, c. 1923.

Dreyer posa con algunos de sus cuadros tempranos de tema indígena. La Paz, Bolivia, c. 1923.

Es importante mencionar que Dreyer tuvo cierta importancia cultural en Puno, sobre todo en los años veinte y treinta. Aunque él no tuvo mucha relación con la sociedad de su época. Buntinx aduce que esto fue porque, además de poseer esta vena germánica que lo empujaba al wanderlust, también tenía el complejo de steppenwolf, del “lobo estepario”. Por ello no mantuvo una vida social constante. “En Puno todo se manejaba por dos clubes. Él no pertenecía a ninguno de ellos”, señala Buntinx.  

Por Stefano De Marzo       
Fotos cortesía de Augusto Dreyer

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