A fines del año pasado, Abelardo Sánchez León presentó el poemario El habitante del desierto (Paracaídas Editores). A poco tiempo de haberse recuperado de una trombosis que le quitó dieciséis kilos y dos metros de intestino delgado, el carismático ‘Balo’ nos recibe en el apacible jardín de su casa, en Surco.

Has sido profesor casi toda tu vida. ¿Cómo ves a la nueva generación de jóvenes que se dedican a las letras y las humanidades? ¿Es muy diferente de la tuya?
Conversando con Marcial Rubio (actual rector de la PUCP), que fue mi compañero en Letras, llegamos a la conclusión de que no nos diferenciábamos tanto de los alumnos de hoy, pero sí usábamos mucho las fichas, que es un buen ejercicio. Los alumnos de hoy muchas veces no tienen ese talento para resumir. Cuando les pregunto cuál es la idea central de un texto, se van por las anécdotas.

Son dispersos.
Sí, la dispersión es la característica de los jóvenes de hoy, que se jactan de que pueden hacer dos o tres cosas a la vez. Les digo: “Cuando hagas el amor, haz solo eso y hazlo bien” (ríe). Pero siempre hay alumnos que te sorprenden. Es bien interesante, porque yo les doy a ellos la Lima de antes y ellos me dan la Lima de hoy.

¿Qué representa para ti esa Lima de antes?
Hoy la gente no va al Centro de Lima, sino que pasa por ahí; se ha convertido en un lugar de tránsito. Se ha deteriorado mucho, pero se está rehabilitando. Nuestra bohemia era en el Centro, en el Palermo, que era un bar tranquilo, y en el Chino-Chino, que sí era un bar menos literario. La Plaza San Martín estaba rodeada de cafés, donde estaban todos los poetas, y había una librería francesa, además. Era una cosa más sofisticada. Ahora, la sofisticación ha desaparecido.

Dices que te costó mucho decidir qué hacer después de terminar los estudios generales de Letras…
Sí, es que más que una profesión, lo que vislumbraba era una atmosfera de vida. Y la mía no era la del formalismo del Derecho, al cual estaba destinado porque, en mi generación, los hijos de abogado eran abogados. Yo dije: “¡Eso no!”. Y tenía la Literatura, con eso no tenía dudas; quería un mundo creativo, más libre, sin estar sujeto a horarios.
Pero por mi personalidad –culpa mía, pues, así es uno–, no tenía la seguridad para dedicarme a la Literatura. Entonces, inventé la Sociología.

Te pareció menos arriesgado.
Se trataba de elegir entre el blue jean o el terno, y yo opté por el blue jean.

¿Tu poesía y tu narrativa se nutrieron de tus estudios de Sociología?
Creo que sí, indirectamente. La narrativa puede estar más nutrida de la historia, del periodismo. Pero la poesía sí es poesía… Lo que me ha dado la Sociología es una mirada sociológica. No me quedo en la anécdota, sino que la uno a un concepto. Eso me parece interesante y lo agradezco a mis profesores.

¿Has sido un hombre de excesos?
No. Me ha gustado la euforia de la juventud, y la de la adultez, de los buenos cuarenta años… ¡Una maravilla! En los cuarenta estás fuerte, eres adulto, ya sabes quién eres, te mantienes solo, tienes responsabilidades… es la edad perfecta. Eso de que a los veinte eres feliz es mentira; a esa edad tienes angustias, dudas, te desdoblas, sientes presión por lo que la gente espera de ti.

¿Y cómo eras tú a los veinte?
Me gustaban mi chela, mi bar, mi cantina, la rocola, el mundo popular. A la droga nunca le entré. Cuando iba al Centro de Lima, después de la amanecida, me tomaba mi buen desayuno ahí mismo. Lo recuerdo: dos panes con jamón y mi café con leche. Había una collera literaria en el Centro, gente de diversa procedencia social que me llevó a un mundo al que no hubiera llegado de otra manera. Fui al mundo lumpen, de las prostitutas, de los cafichos. Ese mundo no lo ha vivido ninguno de mis amigos de Letras, ni los de la izquierda. Era una época bien prostibularia la de mi generación, lo cual es una pena. ¡Qué no hubiera dado por tener relaciones con mis enamoradas!, como sucede en la actualidad.

En una entrevista dijiste que el escritor tiene que ser un marginal, un desubicado; pero también te reconociste como “un apacible ciudadano de Surco”. ¿Dónde quedó el escritor marginal?
Bueno, no soy el que era cuando tenía veinte ni cuarenta. El Balo de París y el de hoy no encuentran ningún vínculo. Pero creo que con “marginal” me refiero a no estar en lo hegemónico, a estar en los márgenes para ver mejor el panorama.

¿Alguna vez has sentido que el ejercicio de la escritura te ha impedido disfrutar de la vida?
Sí, pero creo que para los escritores escribir es vivir. 

Por Vania Dale Alvarado

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