Por primera vez en la historia, el premio más importante de la disciplina ha recaído en tres arquitectos. Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta han logrado que, después de varios años, el jurado vuelva a galardonar una obra exigente, guiada por una vocación más artística que social. Conversamos con Pigem desde Lima.

Por Laura Alzubide / Fotos de Hisao Suzuki

RCR Arquitectes

Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta, en su mesa de trabajo del Espai Barberí. Es la segunda vez que un estudio español gana el Pritzker, tras Rafael Moneo en 1996.

William Curtis fue el primer crítico que se fijó en ellos. En el año 2004, publicó un volumen monográfico dedicado a estos tres arquitectos catalanes que trabajaban silenciosamente desde su natal Olot, una ciudad de poco más de treinta mil habitantes. Casi todos sus proyectos estaban construidos en la localidad de La Garrotxa, cuyo nombre significa “tierra áspera, rota y de mal pisar”, en un paisaje exuberante con volcanes apagados. La elección de los materiales y el uso de la geometría creaban sugerentes matices en el entorno natural y traspasaban la arquitectura. Su fuerza era innegable. Eran obras de arte a gran escala.

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Uno de sus primeros proyectos: el estadio de atletismo Tossol-Bassil (2000), que se integra en el paisaje verde de Olot.

El jurado del Premio Pritzker ha puesto énfasis en estas cualidades a la hora de galardonar a Rafael Aranda (1961), Carme Pigem (1962) y Ramon Vilalta (1960), quienes fundaron en 1988 el estudio RCR Arquitectes con las siglas de sus nombres propios. El fallo también ha destacado el diálogo permanente entre creadores que actúan, como afirmaba el mismo Curtis, como un trío de jazz. Para Pigem, con quien conversamos desde Lima, esta es una figura que permite entender muy bien la dinámica del trabajo. “La arquitectura lo es todo”, sostiene. “Queremos que la gente tome conciencia de lo importante que es para su vida”.

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La estructura de vidrio y acero de la carpa en el restaurante Les Cols (2005). “Entre huertos y gallinas, por primera vez tuvimos que plantearnos cómo hablar de lo que ya existía”, han declarado los arquitectos.

–El jurado ha resaltado su “compromiso inflexible con el lugar”. ¿Cómo ha influido en ustedes el paisaje de La Garrotxa a la hora de hacer arquitectura?

–Todo acto creativo nace de la barriga. Y lo que sale de ahí está influenciado por el entorno: dónde has vivido, el paisaje que has visto, cómo eres en relación al lugar donde estás situado. Las cosas que vives, cómo te influyen y cómo respondes a ello.

–También ha señalado la universalidad del lenguaje que ustedes emplean.

–Creo que la arquitectura es como la música. Si se hace con sinceridad y con autenticidad, al final resulta que el lenguaje es universal. La música es universal. Y la arquitectura también lo es. Sobre todo cuando nace de una manera propia, sentida, sincera. Es algo que puede hablar a todo el mundo.

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Juego de luces y sombras a través de las cubiertas de acero de las bodegas Bell Lloc (2007).

 Arquitectura luminosa

Los primeros proyectos de RCR Arquitectes fueron viviendas para gente corriente. “Las casas han sido nuestro laboratorio”, ha dicho Pigem. Y, ciertamente, no hay concesiones en los diseños, volúmenes escultóricos que sientan las bases de un lenguaje propio. En las bodegas Bell Lloc (2007), en Palamós, experimentaron con la tonalidad del acero, que se funde con el suelo en el que está enterrado el edificio. El jardín de infancia El Petit Comte (2010), de Besalú, es otra propuesta radical: los tubos, que se asemejan a lápices de colores, crean haces de luz como un arcoíris. Sin embargo, el proyecto más ambicioso llegó en el año 2014, con el diseño de la pinacoteca del artista francés más cotizado del mundo: el Museo Soulages, en Rodez (Francia), que se comisionó por concurso. “La arquitectura es el arte de materializar los sueños en un viaje de largo recorrido”, han declarado en varias ocasiones.

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En la Casa Entremuros (2012), en Olot, los arquitectos vaciaron el interior de la construcción original para dejar solo la fachada, los muros y el techo de madera. El programa, que apuesta por la continuidad visual, se distribuye en tres plataformas donde se sitúan los espacios domésticos.

–¿Qué significó para el estudio obtener el proyecto del Museo Soulages?

–Por aquel entonces, no habíamos trabajado nunca en el extranjero. Un arquitecto francés sabía que nos interesaba la obra de Soulages y nos dijo que nos animáramos a participar en el concurso. Decidimos hacerlo y tuvimos la suerte de ganarlo. Para nosotros es una obra muy importante, porque refleja nuestra constante de situar piezas en un determinado paisaje. También porque desde el interior hay una relación muy estrecha entre lo que es la arquitectura y la obra de Soulages que se expone ahí.

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Museo Soulages (2014), en Rodez, Francia: volúmenes ciegos de diferentes alturas con una piel de vidrio y acero que envejece con el paso del tiempo y dialoga con el entorno. El diseño interior también está inspirado en la obra del artista francés.

–Ustedes trabajan con diversos materiales, como el vidrio y el plástico. Pero, sobre todo, hay cierta predilección por el acero corten, con su capacidad de reflejar la luz.

–Sí, hemos usado varios materiales, aunque el acero nos ha caracterizado. Es un material que no es plano. Tiene profundidad, color y se combina muy bien con la naturaleza. Es muy preciso y nos gusta la perfección. Y, ante todos los registros de la luz, es muy vivo y variado. Para nosotros, es un material muy atractivo con el que trabajar.

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Espacio público en el hoy demolido Teatro La Lira (2011) en Ripoll, Girona: el acero corten se prolonga hasta cruzar el río Ter.

–RCR Arquitectes se ha involucrado en obras a gran escala, con presupuestos importantes, y también diseños más modestos, algo muy a tener en cuenta en el contexto de la crisis económica mundial. En una entrevista, Ramon Vilalta afirmó que “la arquitectura contenida es mejor que aquella que cuenta con todas las posibilidades del mundo”. El pabellón español de la Bienal de Venecia, que ganó el León de Oro, apostaba por este tipo de proyectos. Desde este punto de vista, ¿se está haciendo en España la mejor arquitectura del mundo? ¿Cuáles son los retos cuando la prioridad principal ya no es deslumbrar a través del despliegue de medios?

–Para nosotros, la arquitectura es crear espacios que emocionen a las personas desde la esencia. Esto no tiene por qué ser espectacular. Las emociones, al final, son cosas que pasan dentro de uno mismo. La arquitectura también es lo que sientes cuando la visitas y estás en ella. En este sentido, lo que ha sucedido en España ha sido muy interesante. Se han pasado momentos de arquitectura muy icónica, y ahora se vuelve a los valores que la arquitectura tiene en sí misma: la creación de espacios para la vida. En nuestro caso, que emocionan y aportan un bienestar a las personas.

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El jardín de infancia El Petit Comte (2010), en Besalú, realizado en colaboración con Joan Puigcorbé.

¿Qué viene después del Pritzker? ¿Van a trabajar más en el extranjero?

–Acabamos de hacer el proyecto de una escuela en Dubái. Pero no sabemos qué viene después del Pritzker. De momento, vamos a seguir con nuestro trabajo. Vamos a seguir nuestro camino. Como siempre.

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En el centro de arte La Cuisine (2014), rehabilitaron el interior de una fortaleza del siglo XIII en Nègrepelisse, al sur de Francia.

Fotos: cortesía del Pritzker Architecture Prize

Artículo publicado en la revista CASAS #243