Qué destino el del Perú: el de tratar de salir de sus crisis políticas y desastres naturales antes que tratar de resolverlos. De modo que las crisis vuelven siempre cíclicamente con el mismo rostro e impacto y los desastres también.
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Nos conmovemos por aquello que ya habíamos visto antes en medio de la impotencia social y la incompetencia estatal.
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Los elegidos equivocados forman parte de este patético cuadro y decepcionante proceso.

El Niño Costero, tan anunciado desde un año atrás, ha dado tiempo de sobra a las autoridades municipales y regionales para saber que el país está lleno de quebradas y ríos sobre tierras movedizas y pedregosas.

No aprendemos lecciones milenarias ni centenarias, porque vivimos atrapados en el presente, sin sentido de futuro, haciéndonos cómplices del fracaso de quienes recibieron mandatos populares. Claro que la naturaleza es en sí misma imprevisible. Lo sabemos desde la noche de los tiempos. Pero es previsible y medible en muchos de sus comportamientos. Si el bíblico diluvio universal le dio tiempo a Noé para que construyera su mítica arca, el previsto Niño Costero peruano, tan anunciado desde un año atrás y tan manoseado presupuestalmente, le ha dado tiempo de sobra a las autoridades municipales y regionales para, por lo menos, saber que el país está lleno de quebradas y ríos sobre tierras movedizas y pedregosas, y que en muchas de esas quebradas superviven urbanizaciones precarias que nadie se atreve a evacuar porque hasta les han otorgado títulos de propiedad, contra, por supuesto, las leyes de la naturaleza y las leyes de los hombres.

El ex presidente Ollanta Humala, cual Noé del siglo XXI, prometió salvarnos de cualquier eventual diluvio, colmando el país de represas, sin que lograra hacer una sola, como lo recordaba hace poco el ex congresista Javier Bedoya. El mismo Humala viajó no sé cuántas veces a París, en los afanes de compra de un supersatélite que nos pondría por delante de las desgracias naturales. A un costo de 600 millones de dólares y más de una sospecha sobre la operación de compra, el satélite francés ya está en órbita. Lo que parece no estar en órbita es su efectivo uso, que precisamente en el caso de las previsiones del Niño Costero, resultó inútil.

En diversos sectores de Huachipa los pobladores quedaron aislados por el desborde del río Rímac.

El presidente Pedro Pablo Kuczynski conoce el Perú desde que nació. Fue funcionario y ministro de gobierno tantas veces como para no tener dudas de qué suelo ha pisado y qué río o puente ha atravesado en costa, sierra y montaña. Suficiente razón para saber qué hacer primero que nada a la cabeza del Estado: no volcando todas sus fichas en el manejo del agua que tan altruistamente le preocupa en cuanto a su escasez y buena distribución, sino también en el manejo del agua en sus excesos y desbordes por ríos y quebradas; el manejo del agua en sus precipitaciones cíclicas como en tiempos de un Niño, cuando las lluvias se dan a los dos mil metros de altura y no a los cuatro mil o cinco mil, en suficiente caudal para llenar las lagunas que son fuente de surtido de agua para las necesidades poblacionales. El resultado es lo que estamos viendo: lluvias de baja altura que activan todas las quebradas de la costa y lagunas que a falta de lluvia no cumplen con activar sus vertientes hidráulicas en el nivel que las demandas de agua lo urgen. Manejo del agua contraproducente en los dos casos. En el primero, sin las previsiones que el cambio climático advierte.
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En el segundo caso, sin la menor idea de la necesidad urgente de construir represas en las principales cuencas de agua del país. De espaldas a la naturaleza y a las prioridades nacionales.

LIMA ES UNA GIGANTESCA TRAMPA

Nos atraen más los elefantes blancos como las interoceánicas, la refinería de Talara y los Panamericanos, con miles de millones de dólares de inversión. El país podría disimular mejor sus lujos, inclusive su dispendio y sus riesgos de pérdida, si tuviera la capacidad de invertir, con resultados aceptables y aceptable gestión, en el dramático déficit de infraestructura que presenta. Lima es una gigantesca trampa. Irónicamente tiene cinco salidas hacia el mar, por sendas avenidas, todas congestionadas. Pero no tiene vías alternativas de salida, más que una por Pucusana hacia el sur, más que una por Ancón hacia el norte y más que una por Chosica hacia el este. Hace tiempo que deberíamos tener un tren de Tumbes a Tacna, el Ministerio de Transportes y Comunicaciones es generalmente complaciente con las empresas de buses formales e informales, y, salvo contadas excepciones, no es el sector del Estado que esté soñando en redes viales, aéreas, portuarias y lacustres que cubran de modernidad el país y nos alejen de las típicas características del Cuarto Mundo. Es el sector del mantenimiento de lo que ya no sirve, como las pistas asfálticas de la Panamericana Norte y la Panamericana Sur, de los puentes que quedan a la mitad de los ríos y de los contratos con adendas, como el del aeropuerto de Chinchero en el Cusco, que no sabemos finalmente a quién o a quiénes sirve.

Por Juan Paredes Castro

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