Hace 10 años, un día como hoy, el poeta José Watanabe dejó este mundo. Su obra, sin embargo, aún habita entre nosotros. El autor de Cosas del cuerpo, La piedra alada y Banderas detrás de la niebla, entre otros títulos, dejó a su paso no solo versos imperecederos, sino amigos que, hasta hoy, lo recuerdan gratamente. Al conmemorarse una década sin el poeta de Laredo (su ciudad natal, en Trujillo), conversamos con dos de ellos y les preguntamos qué es lo que más recuerdan de su relación con el vate.

Rafo Ráez: “Solo he conocido un genio en esta vida y ese es José Watanabe”

Un día del 2004, el cantautor Rafo Ráez terminó de leer el poemario Cosas del cuerpo y, sin pensarlo mucho, acudió a la casa del poeta José Watanabe. Quería conocer al autor del texto que acababa de leer. Desde ese momento, empezó una relación amical que duraría los pocos años que le quedaban de vida a Watanabe.

Rafo Ráez

“Nuestros encuentros en el tercer piso de su casa de San Miguel eran para hablar de lo que nos gustaba, del mundo, de la poesía, de las mujeres”, expresa Ráez. “Eran horas de horas de conversación, de preguntarnos también por qué existen las canciones y qué canciones merecen existir”, agrega.

En uno de esos diálogos nació la propuesta, de parte del roquero, de musicalizar algunos poemas de Watanabe. El poeta, sin embargo, se negó porque no le gustaba la poesía musicalizada. Entonces, nació el reto de hacer juntos un disco: Watanabe pondría la letra, Ráez la música. Así se concibió Pez de fango.

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“Escribía para todos con una sencillez enorme, para que lo pudieran entender. La poesía es esa especie de caballo fino que se acercó al perro chusco de la canción. El resultado fue el disco que hicimos”, apunta.

Preguntado sobre qué recuerda más sobre el vate, Ráez comenta: “La fragilidad del genio. Solo he conocido un genio en esta vida y ese es José Watanabe. El genio siempre ve más allá y tiene esta dificultad de hacer entender a los otros lo que solamente él ve. Eso lo pone en una condición de fragilidad”, asegura. 

Además, Ráez cree que la letra de Junto a la reja de fierro presagiaba, de alguna manera, su propia muerte. “Creo que en algún lugar de su inconsciente se estaba despidiendo”.

Miguel Farfán: “Era un hombre de largos silencios”.

Una de las cosas que más recuerda sobre su amigo “Wata”, como cariñosamente lo sigue llamando hoy, son las frases cortas, precisas, que el poeta disparaba de vez en cuando. “Era un hombre de largos silencios”, afirma Miguel Farfán, periodista y actualmente corrector principal de COSAS. “Sin embargo, cuando respondía, podía hacerlo de manera muy sabia o muy sarcástica”, añade. Una vez, la curiosidad lo llevó a preguntarle “¿y cómo es Londres?”. Y el poeta, escuetamente, respondió: “Caro”.

Farfán también rememora la defensa a ultranza que el escritor hacía de su oficio, con frases como: “La poesía es una lucha constante contra el lugar común”.

Ambos coincidieron varias veces en una relación de amistad que duró los últimos ocho o nueve años de vida de Watanabe. Trabajaron juntos en proyectos para libretos, guiones e investigaciones. Cuenta Farfán que lo visitaba en el tercer piso de su casa, a la que el autor de El huso de la palabra había bautizado como “El Palomar”. En los ratos libres, hablaban sobre literatura. “Su poesía es bien pensada, muy elaborada. Cosas del cuerpo me parece de una belleza agobiante”, asevera.

Esa relación cercana llevó al poeta a revelarle la génesis de algunos de sus poemas. “Escuchaba frases, las anotaba en un papel y las guardaba. O me decía: ‘Este poema comenzó porque lo escuché en una conversación de dos fulanos que venían sentados en la parte de atrás en el bus”, cuenta Farfán.

Y es que la poesía de Watanabe está llena de cotidianidad, de las cosas simples que pasan desapercibidas. Pero no para él, que era un observador milimétrico de la realidad. Esa realidad que la conjugaba bien con el “barrio” que, según Farfán, el poeta aseguraba tener. “Que presuman lo que quieran, pero yo soy el poeta que más calle tiene”, era una de las frases que el escritor le decía a su amigo.

El corrector recuerda aún la última vez que conversó con él. Fue una llamada telefónica que le hizo por su cumpleaños, un 17 de marzo del 2007, semanas antes de morir. “Me dio una rabia tremenda no saber lo mal que estaba. Para él tal vez no hubiera cambiado nada , pero yo hubiera querido verlo, abrazarlo”, indica con tristeza.

Por André Agurto