Tiene sesenta y tres años. Ha escrito más de una decena de novelas, además de un sinnúmero de cuentos, ensayos y artículos periodísticos. Acaba de publicar La segunda amante del rey, una novela policial ambientada en la clase alta limeña y con protagonistas femeninas. Tiene dos hijos con su esposa, Kristin Keenan Atwood. Alonso Cueto es de esos escritores que no habla como escribe: sus novelas son ágiles y sus respuestas son pausadas, como su andar. Ahora prepara una novela sobre ‘La Perricholi’, para la cual ya está en el proceso de investigación.

La escritura es un acto solitario, introspectivo. ¿Debes ser una persona solitaria para ser un buen escritor?
Sí. Creo que un escritor debe cuidar los tesoros más importantes que tiene. Sus tesoros no son la comodidad, la satisfacción o la felicidad, sino la incertidumbre, la soledad y el dolor. Sin esos incentivos no vas a poder escribir bien.

¿Un escritor satisfecho es una contradicción?
No hay nada peor que un escritor satisfecho y feliz con lo que ha hecho. Un escritor tiene la obligación de cultivar la insatisfacción, y esencialmente es así porque lo que quiere hacer es ir más allá de la complacencia de los lectores, y conversar con ellos sobre las insatisfacciones, las necesidades y los dolores que los vinculan. Ese diálogo profundo sobre lo más esencial de lo que somos es la literatura.

Además, ese diálogo tiene que ser universal…
Sí, debe ser universal. Cuando Kafka escribe “La metamorfosis”, hace más de cien años, está hablando de un hombre que se despierta y es un insecto, y eso es algo que nos emociona acá en Lima, a los chinos en Pekín y a los africanos en Botsuana; a todos. Hay algo ahí que toca una cuerda esencial.

Has dicho que uno escribe para compartir su intimidad, pero ¿el hecho de que esa intimidad deba ser universal no es un poco paradójico?
Eso es interesante. ¿Cómo hace un escritor para que lo que le preocupa a él pueda ser compartido y entendido por otros? Eso es algo que no sé. Pero sí sé que cuando Príamo se arrodilla frente a Aquiles, que ha matado a su hijo, y le besa las manos, podemos emocionarnos ante este gesto, aun cuando no sepamos nada sobre ninguno de ellos. Hay algo esencial ahí que tiene que ver con lo que somos todos.

Tu padre murió cuando tenías catorce años, y dices que en ese momento sentiste como nunca la necesidad de escribir.
Si mi padre no hubiera muerto, yo habría sido abogado o médico, porque creo que mi vida hasta los catorce había sido un paraíso. Era una vida muy autosostenida, con una familia muy feliz, armoniosa… y de pronto ese paraíso se rompió. Había una ausencia fundamental. Creo que lo que uno escribe es un intento por volver a ese paraíso, por recuperar ese mundo perdido. Uno se aferra a las palabras porque te dan permanencia, la idea de que las cosas pueden perpetuarse, y eso es algo que la vida no te da: el mundo es una pérdida continua.

¿Por eso el pasado está tan presente en tu obra?
Los recuerdos están siempre con nosotros. De pronto, estás caminando por una calle y ves pasar un carro del mismo modelo que el auto en que saliste con una amiga hace veinte años, y, de repente, esa amiga aparece y parece que el pasado te embosca.

¿Sientes que los escritores e intelectuales tienen la responsabilidad moral de hablar de los grandes conflictos políticos del pasado, de no dejarlos en el olvido? La época de Sendero Luminoso es muy recurrente en tu obra. 
El primer deber de un escritor es escribir, y el de un intelectual es pensar. Si uno escribe libros o produce un pensamiento interesante, está haciendo una labor patriótica. Creo que el que escribe un buen poemario está haciendo mucho por el Perú. Escribir poemas es un acto de gran patriotismo, de cierto modo. No necesariamente hay que opinar sobre la historia o la política. A mí me interesa, pero lo más importante es esforzarse al máximo para sacar todo de uno mismo, porque nosotros vivimos en una sociedad en la que la resignación y el conformismo están muy presentes.

¿Estamos atrapados en la resignación?
No hay nada peor para mí que justificar algo malo con expresiones como “es que estamos en el Perú y así son las cosas”. Ese es un acto de traición a la patria.

En tus novelas has trabajado personajes femeninos con bastante detalle y precisión. ¿Es difícil para un hombre ponerse en la piel de una mujer?
Es un esfuerzo extra para mí, porque evidentemente tengo que proyectarme en una naturaleza distinta a la mía. Pero, cuando mi padre murió, tuve mucha relación con mis primas, mis tías, crecí en un mundo donde las mujeres eran mayoría, y eso me sirvió mucho para los personajes que estoy buscando ahora.

Por Dan Lerner

Publicado originalmente en la edición impresa de Cosas 622, ya a la venta.