Kathy Grimberg y Simone Mandel no pudieron tener un mejor lienzo sobre el cual trabajar: una casa en el balneario de Ancón, diseñada por Teodoro Cron, y recientemente reintervenida por Adrián Noboa. La ubicación es privilegiada. Se encuentra sobre la ladera del cerro, entre el desierto y el mar. La casa está dividida en tres pisos escalonados que miran al océano, todos con terrazas de proporciones generosas. El primero es una extensa área al aire libre, con piscina y jacuzzi. En el segundo se encuentran los cinco dormitorios. Y en el tercero están las áreas sociales y la cocina.

Mesa del comedor principal, con capacidad para dieciséis personas, en la terraza del tercer piso.

“Nos enfocamos en aprovechar las vistas, tanto del mar como del desierto, y buscamos materiales que se compenetren con la naturaleza”, afirma Grimberg. “Toda la casa comparte el mismo mármol, y la madera y la piedra le han dado personalidad a los ambientes. Otro detalle importante ha sido la elección de las plantas: variedades de cactus que se adaptan al clima del desierto”.

Sala principal, con el sofá seccional. La decoración parte de colores neutros, mientras que las obras de arte dan el toque de color.

Un buen ejemplo de ello es el bar del primer piso, que aprovecha el muro de piedra del fondo –un elemento que ya tenía la casa– y no interrumpe la fluidez del espacio, que está dedicado al disfrute del aire libre. En las áreas sociales del tercer piso se repite este recurso integrador: la sala y la terraza están unidas por una celosía de madera. Pero no por ello se prescinde del eclecticismo. En el exterior, se combinan sillas de plástico y bancas de madera, que acaban encontrándose en la sala e integrándose al ambiente. La mesa del comedor es de shihuahaco, larga y angosta. Las sillas tienen una fibra especial para exteriores.

La mesa de centro es un conjunto de tres piezas que juegan con las texturas y los materiales.

En busca de la comodidad

En la decoración de la sala principal, el punto de partida fue la chimenea colgante”, cuenta Grimberg. “Insistimos en tenerla porque nos parecía que así la casa se podía usar todo el año. De esta manera, también resulta más acogedora y se rompe la frialdad del piso del mármol”. El gran seccional, en forma de L, está forrado en lino crudo y sus brazos terminan en libreros. Las mesas de centro son un conjunto de tres piezas: una tiene un tablero de granito –que evoca las piedras de canto rodado–, otra lo tiene blanco, y la tercera es un sencillo banco de madera. Están acompañadas por dos sillas de Hans Wegner y por una banqueta de madera teñida y soga.

El bar no interrumpe la fluidez del espacio, y el muro de piedra se dejó al descubierto para favorecer la integración con el paisaje.

Grimberg y Mandel han usado telas de color neutro, que se relacionan con el entorno árido y luminoso. El acento cromático lo ponen las obras de arte, como sucede en la sala exterior con la pieza en acrílico de Marina García Burgos y Andrea Tregear. El color también proviene de los visitantes de la casa. “Los propietarios son gente maravillosa, jóvenes muy sociables y queridos”, explica Grimberg. “Les encanta recibir gente, y por eso buscamos que los espacios estén integrados y sean cómodos”. 

a terraza del primer piso es la más amplia.

Por Laura Alzubide/ Fotos: Macarena Rojas

Publicado originalmente en CASAS 218