Mantenernos lejos de la piscina luego de almorzar es casi un mandato divino. Una regla que todas las generaciones compartimos. La clásica justificación para no zambullirnos es que “nos va a dar calambre”. Aunque esta creencia no es del todo acertada, la nutricionista Alejandra Valdez explica que lo más probable es que nos genere un problema digestivo. “Cuando almorzamos, la sangre se centra en el estómago para ayudar a la digestión. Si uno se va a la piscina inmediatamente, esta sangre se dirige a la piel y a los músculos que ejercitamos al nadar, y nos genera indigestión y náuseas”, cuenta.

Pero la digestión, sobre todo en los más pequeños, no debería ser vigilada solo bajo el agua. En los meses de invierno, la época escolar se caracteriza por establecer horarios determinados de estudio y de comida. En verano, en cambio, todo suele ser más flexible a causa de las múltiples actividades que se realizan.

RECARGANDO ENERGÍAS

Los deportes, juegos y bailes que se suelen practicar en las vacaciones útiles mantienen activos a los chicos. Pero estos ejercicios, sumados al calor, también les generan un desgaste mayor, y el cansancio aparece más rápido. Con él, el riesgo de deshidratación también aumenta. Por ello, una recomendación fundamental es beber bastante agua. “Los niños desde el año hasta los 10 deberían tomar un litro y medio de agua (de cuatro a seis vasos) y, desde los 11 hasta los 18, dos litros (de seis a ocho vasos)”, recomienda la nutricionista.

Además del líquido, las energías gastadas deben ser repuestas con comida ligera pero nutritiva. Valdez nos recuerda siempre preguntarle al niño qué le gustaría llevar. Y nos deja una lista variada de opciones a considerar: pollo al horno con camote y tomate cortado, arroz chaufa con verduras, ensalada de quinua, tortilla de atún con zanahoria y papa, albóndigas de carne con puré de papa, ensalada de lentejas o pejerreyes con choclo y palta.

Por otra parte, los helados, la canchita y los barquillos son deliciosos y sumamente refrescantes, pero no es bueno abusar de ellos. A veces, lo natural puede sorprender. “El desayuno puede contener una fruta, un cereal y una proteína. Esta última podría ser una fresa o un pan con huevo. De snack, un helado de hielo o de leche. Después del almuerzo, a media tarde, una porción de canchita y la cena igual que el almuerzo”, explica. Tampoco –recomienda– hay que dejar de lado las frutas de estación, como sandía, melón, fresa, higo o uvas.

Sin duda, las opciones para que los más pequeños permanezcan recargados y saludables en este verano son de los más variadas. A ponerlas en práctica.

Por Paloma Verano    
Ilustraciones  de Adrián Alcocer

Publicado originalmente en PADRES 215.