Aunque actuó desde los 8 años, Bryan Cranston no se hizo internacionalmente conocido hasta el estreno de la serie “Breaking Bad”, en la que interpreta a su personaje icónico, Walter White, un profesor de química enfermo de cáncer que se transforma en fabricante de metanfetaminas para mantener a su mujer embarazada y a un hijo que sufre de parálisis cerebral. Su magnífica interpretación le valió numerosos premios, incluyendo varios Emmy y Globos de Oro, y la serie se hizo de culto para millones de fanáticos alrededor del mundo.

Cranston demostró su versatilidad encarnando después al presidente Lyndon B. Johnson en la obra “All the Way”, en Broadway –por la que ganó un Tony a Mejor Actor– y luego a un guionista perseguido por sus ideas políticas en “Trumbo”, que lo hizo obtener una nominación al Oscar.

Ahora estrenará “El infiltrado”, donde interpreta a Robert Manzur, un oficial de aduanas que ayudó a desenmascarar una gigantesca operación de lavado de dinero del Cártel de Medellín liderado por Pablo Escobar.

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¿Crees que pueden existir adicciones positivas?
Buena pregunta. Creo que todos tenemos adicciones, algunas son buenas, como la adicción a la vida sana o el yoga. Yo soy adicto a la actuación; me encanta y me empodera como persona. Estar sobre el escenario y decir una palabra que deje a la audiencia sin aliento es una sensación maravillosa. Yo me siento en la parte de atrás de los cines para ver las reacciones de la gente. Lo mejor es ser el padre de tus propias adicciones, así puedes controlarlas. 

Has actuado en filmes y piezas teatrales inspirados en personaje o hechos reales: “Argo”,  “Trumbo”,  “All the way”… y ahora en “El infiltrado”. ¿Es importante para ti elegir personajes trascendentes o solo te interesa entretener?
Creo que subliminalmente estos son roles que me afectan y por eso los elijo. Cuando lees en un libro algo que te toca, la historia se queda contigo. Lo mismo ocurre con un buen libreto para cine o teatro. Trato de guiarme por mis instintos. Quiero hacer trabajos que afecten la vida de la gente, aunque solo sea para darles alegría y risas.

Eres un maestro en la interpretación de personajes reales. ¿Te resultan más difícil los ficticios?
Los reales acarrean una mayor responsabilidad. Hay que respetar sus parámetros y sus vidas. Hay una investigación de por medio. Con un personaje ficticio es distinto. Puedes hacer que cojee, por ejemplo. Puedes ir donde quieras, las posibilidades son infinitas.

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¿Qué material usaste para la investigación de “El infiltrado”?
Mi personaje, Bob, escribió sobre sus experiencias. Además, pude conocerlo y conversar con su hija, su hijo y su mujer, lo que me permitió captar la percepción que tenía su familia sobre él. Eso fue muy importante para mí. 

¿Por qué?
Porque me permitió llegar a la conclusión de que era un hombre excepcional. Durante dos años y medio se infiltró en el Cártel de Medellín y, como resultado de esto, se detuvo a 85 personas en una despedida de soltero –una redada que aparece en la película– y la mayoría fue condenada. BCCI, el sétimo banco más importante del mundo, se derrumbó. Pero esta historia no significó tanto para mí hasta que entendí que Bob era capaz de hacer su trabajo como infiltrado y luego regresar a su casa, donde se convertía en un marido y un padre muy normal. La única diferencia era que en su trabajo, si daba un paso en falso, terminaba muerto. Esa fue mi base para crear al personaje, lo que me llevó a preguntarme si era correcto poner a la familia en peligro. ¿Cómo justifica su trabajo? Es un rompecabezas sin fin, y eso me cautivó en esta historia. 

Seguramente después de “Breaking Bad” te ofrecieron roles parecidos que no aceptaste, y aunque esta historia es distinta, también gira en torno a las drogas. ¿No te preocupó repetirte?
No, porque ya habían pasado tres años desde el final de “Breaking Bad”, y había hecho otras cosas en medio. Siempre existirán similitudes. Siempre interpretaré a un hombre de mi edad, por ejemplo, a un padre o a un abuelo. Pero estas dos historias son muy distintas entre sí.

Por Yenny Nun

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