“Sabía que algo bueno iba a pasar”, dice Alexis Hernández como en automático. Han pasado cuatro días desde que regresó a Lima y su teléfono no deja de sonar. Sabe que ese es el precio de ser el mejor del Perú. “Cuando uno hace las cosas con pasión, en algún momento resultan”, dice.

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La batalla por las rutas de Argentina y Bolivia había iniciado el 3 de enero pero, al cuarto día, una penalización al argentino  Marcos Patronelli lo colocó en el primer lugar. Sin embargo, la fantasía de pelear la punta duró lo que tuvo que durar. “En la etapa diez me pasó de todo. Fue difícil superar ese momento, en el que casi se podía saborear un podio peruano”, se lamenta, con la sensación de que, aunque lo hizo bien, no fue suficiente. “Ya me había pasado de todo pero nunca había sentido el sinsabor de haber estado tan cerca y, a la vez, tan lejos. Es difícil”.

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“Fue una masacre física y psicológica. Nunca imaginé encontrarme en una situación tan extrema”, dice Lalo Burga que, en su debut, logró la meta y terminó la carrera, donde incluso sobrepasó a algunos competidores con más experiencia. Allí, un error minúsculo puede marcar el destino.

Y esa era una lección que también debería superar Rómulo Airaldi que alcanzó el puesto 16 en su debut dentro de la categoría de cuatrimotos. Él también admite que su percepción previa del Dakar no se acercó a lo que realmente fue. “Uno no entrena para no dormir o no comer”, dice. Después del impacto de ver a su compañero Kike Umbert momentos después del accidente que le costó la participación y casi la vida, la idea de retirarse se hizo más fuerte, pero decidió tomarse las cosas con calma. El último día logró subir al podio con su esposa y su hijo Vicenzo. “Así, después de ese gran sacrificio, me gané un momento perfecto”, cuenta.

Para Leonardo Baronio, el copiloto del equipo Proraid, lo realmente extremo fue superar  Belén y Fiambalá. “Había 50 grados de calor afuera del carro, y adentro, 65”, recuerda incrédulo. Para sobrellevarlo, su compañero y él se impusieron como norma tomar una botella de energizante cada treinta minutos. En un momento, el carro dejó de funcionar. “Pensamos que la carrera se acababa ahí. Pero todo estaba perfecto. Era la temperatura” cuenta el “rookie” peruano de la categoría camionetas.

“Sentía que estaba en una carpa, frente a un hotel cinco estrellas. Enfrente tenía equipos de cien personas, y yo estaba con una carpa y un colchón inflable”, dice. Pero el Dakar es sueño y pesadilla para sus miles de seguidores alrededor del mundo, por eso, no descarta la posibilidad de volver a participar. “Varias amistades se han contagiado, así que quizá el próximo año seamos un equipo de tres o cuatro vehículos con la bandera peruana”.

La ilusión de volver a ver el rally en territorio peruano aún no se pierde, pero, hasta entonces, nadie nos quitará el placer de saber que cada vez estamos más cerca de la gloria.

Texto de Elena Palacín

Fotos de Alfredo Scerpella