El circuito de BMX en el que practica Matteo se encuentra a pocos metros de ese extraño cruce –inmenso, gris, caótico–, entre la avenida Tomás Marsano y la Panamericana Sur. Está escondido, incluso olvidado, un poco como el deporte mismo, que aquí nos suena como algo lejano, como una palabra en otro idioma que no somos capaces de pronunciar.

Hemos llegado y nos encontramos con Matteo, un chico de quince años que, vestido con esa suerte de armadura deportiva, parece estar listo para enfrentarse al polvo, a la tierra dura y al viento húmedo de la capital.

Matteo empezó haciendo motocross, pero se terminó inclinando por la BMX.

Matteo vuela, y no estamos exagerando. La rampa por la que desciende con su bicicleta es tan empinada que, vista desde abajo, causa cierto vértigo. Imaginen cómo se ve desde arriba. Matteo desciende a toda velocidad, pedaleando con vehemencia y, ya en el primer montículo de arena, vuela. Pero no solo vuela: aprovecha el impulso para hacer trucos, maniobras que, para la mirada de un mortal que solo se sube a una bici para ir a comprar el pan o a la oficina, pueden ser las últimas. Pero, para Matteo, esos saltos son su vida.

“Empecé a montar a los doce años, cuando fui al skatepark de Miraflores. Vi a unos chicos en el circuito de BMX, me pasaron la voz para una carrera unos días después, y la gané. Desde ese entonces, no he soltado la bicicleta”, comenta Matteo, mientras se limpia el sudor y se saca la armadura, porque ha salido el sol.

Desde entonces, Di Salvatore ha ido construyendo un palmarés envidiable. Es tricampeón nacional de BMX y campeón latinoamericano en la categoría Quince Años-Expertos. El 23 de julio empezó su aventura en Rock Hill, Estados Unidos, donde disputa su primer mundial. “Voy a competir con gente de todo el mundo. Los más fuertes son los de Colombia, Estados Unidos, Francia y Holanda”, comenta Matteo. Y agrega: “Una vez que vaya para allá, me quedaré viviendo en Miami, porque ahí me puedo preparar mejor para seguir representando al Perú, que es lo más emocionante para mí”, finaliza. Estamos todos con él. 

Por Dan Lerner // Foto de Víctor Idrogo