Hace algunos días, un grupo de surfistas nacionales partió hacia Hawái para correr la legendaria ola de Jaws, en Maui. Gabriel Villarán, uno de sus protagonistas, nos relata lo que se siente enfrentarse a la inmensidad de la naturaleza y vivir para contarlo.
Por Gabriel Villarán, surfista profesional
El 14 de enero ha sido uno de los días más importantes de mi vida como tablista profesional, no solo por las enormes olas que corrí junto a mis hermanos del mar Miguel Tudela, Álvaro Malpartida, Cristóbal de Col y Sebastián Correa en la isla de Maui, sino porque regresaba a Hawái después de un año de mi terrible accidente en el que me rompí la tibia de la pierna izquierda, y no estaba seguro de cómo iban a reaccionar mi cuerpo y mi mente.
Gracias a la tecnología, las crecidas y las olas se pueden monitorear con varios días de anticipación, algo similar a los reportes del clima que todos conocemos. Los primeros días del año internet arrojó una información tan prometedora como tétrica: se podía apreciar una inmensa tormenta que se dirigía hacia las islas de Hawái para mediados del mes.
Esta gigantesca crecida se volvió viral mientras pasaban los días: las redes sociales dispararon las expectativas porque la información de las webs especializadas era real, y muchos de nosotros andábamos ansiosos y nerviosos con el reporte. Gran parte de los chargers peruanos ya se encontraba en la isla de Oahu, en Hawái, cuando esta información salió a la luz. Ellos se fueron poco después de Año Nuevo para entrenar en las costas tropicales, mientras yo me había quedado en casa para seguir rehabilitando la pierna. Antes de comprar mi pasaje, llamé a unos cuantos chargers que estaban en Lima, pero nadie podía ir conmigo… Ahí decidí que me iría solo, porque mi gente me estaba esperando. Cuando compré el pasaje, la última lesión volvió a mi mente, pero me dije que era ahora o nunca.
Salí de Lima el viernes 12 en la madrugada; llegué a Sunset Beach por la tarde, y me encontré con los muchachos. Sebas ‘Mapache’ Gómez se había incorporado a la comitiva para documentar la misión. Esa noche alistamos las cosas y dormimos temprano. Me hubiera encantado contar con Martín Jerí y Joaquín del Castillo para esta misión porque se encontraban en Hawái, pero no lo lograron. El sábado temprano salimos al aeropuerto, y cuando llegamos para hacer el check-in, el gobierno de Estados Unidos lanzó la alarma del misil nuclear para Hawái, lo cual nos dejó sin palabras.
Fue una escena más bien surreal, pero era completamente factible que sucediera, ya que Donald Trump había amenazado a medio mundo. Felizmente, pasó el susto del misil nuclear –todo había sido un error– y regresamos a la misión Jaws. Llegamos a Maui al mediodía, alquilamos una camioneta, compramos provisiones y nos fuimos directamente al cerro de Peahi para ver las olas, porque internet anunciaba que la crecida llegaría entre las doce y las seis de la tarde. Alrededor de las cuatro, la ola Jaws empezó a bombear, y Miguel y Sebas se motivaron para entrar y probar sus tablas. Cristóbal, Álvaro y yo decidimos guardar energía para el día siguiente. Fue una sesión difícil, porque la crecida había entrado movida y con viento, pero los muchachos pudieron coger un par de olas y calentar motores.
La noche del sábado fue clave para nosotros, porque uno siempre siente ansiedad y la mente imagina situaciones que distraen de la realidad. Felizmente, estuvimos todos juntos en la casa de Dani Silvagni (un argentino que surfea y rescata en Jaws hace más de quince años), quien nos acogió como si fuéramos familia y nos dio algunas indicaciones de rescate para estar completamente preparados. Para todos fue un poco difícil dormir por la ansiedad, pero logramos descansar. A la mañana siguiente, partimos temprano al pequeño puerto de Maliko (a veinte minutos de Jaws en moto acuática), para ayudar a Dani con la logística. Y fue recién cuando llegamos al puerto que nos dimos cuenta de la dimensión de la crecida: el mar se había salido del puerto, todo estaba inundado y se veían unas olas enormes a pocos metros de la costa. Con mucha emoción y ganas nos alistamos, equipamos las motos con municiones y las metimos con Dani. Ya en el camino, las olas se veían enormes: iba a ser un día histórico.
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