Pintora peruana, profesora de arte, coleccionista infatigable y genuina amante de la cultura. Elke McDonald nos revela las distintas facetas que la llevaron a preservar durante cincuenta años la mayor colección privada de huacos vicús del país, una afición que compartió con su esposo, el recordado James McDonald, a quien hoy rinde homenaje con un acto de desprendimiento único: la entrega al BCR de las piezas que juntos reunieron.
Por Angie Yoshida Fotos de Janice Bryson
Veinticuatro años después, regresamos a la casa que compartieron el empresario agrónomo James McDonald Checa y su esposa, la artista plástica Elke McDonald, un matrimonio de ascendencia británicoalemana que dedicó más de medio siglo de sus vidas a la conservación y difusión de la cultura vicús originaria del norte del Perú. Entre las orquídeas y los algarrobos que ha sembrado en su jardín, asoma Elke y, cálida como el sol de su añorada Piura, nos recibe con una amplia sonrisa, con la que casi logra ocultar la nostalgia que por estos días la embarga.
“Es como si nuestra casa en la hacienda Yapatera se hubiera trasladado aquí”, afirma. Fue precisamente allí, en medio de los algodonales norteños, donde floreció el amor y la pareja cultivó su mayor afición: el coleccionismo. “Cuando conocí a mi marido, él ya tenía cerca de cincuenta huacos, muchos de ellos de la cultura lambayeque, obsequiados por su abuelo. A mí en cambio me gustaba coleccionar cuadros, era estudiante de pintura en Bellas Artes e iba a los anticuarios en búsqueda de obras. Así compré un Sabogal, un Macedonio de la Torre… Los dos juntábamos cosas, así que nos juntamos”, recuerda entre risas.
En menos de un año se casaron y construyeron un hogar entrañable, en el que crecieron los hijos de la pareja, absolutamente integrados a la cultura local. Era 1964 y apenas empezaba a conocerse de la existencia de los vicús. Fue Domingo Seminario, amigo de la familia que vivía en la hacienda contigua, quien llevó arqueólogos de Lima a Piura para estudiar los primeros vestigios de dicha civilización y alimentó en ellos el deseo de iniciar su propia colección de huacos.
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Poco a poco empezaron a llegar las primeras piezas.
“Era emocionante, los encontrábamos nosotros mismos o se los comprábamos a nuestros peones, los limpiaba, los arreglaba… Así cumplimos nuestras bodas de oro”. Esta historia de coleccionismo se contó en una edición de 1996 de COSAS, cuando visitamos por primera vez a James McDonald. Lamentablemente, él falleció en 2015, dejando un profundo vacío en todo aquel que lo conoció. Elke se cuestionó entonces: “Yo también me voy a morir. ¿Qué hago con todo esto?”. En cinco décadas, la pareja consiguió reunir mil piezas arqueológicas, la mayor colección privada de la cultura vicús en el país.
Entre tantas dudas, estaba convencida de una sola cosa: no podía repartir los huacos entre sus tres hijos y diez nietos. “Si cada uno se lleva diez, pierde valor. Una colección vale cuando es una unidad. Por eso es que me he esforzado en encontrarle un destino final.
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Es patrimonio cultural del país, lo hemos rescatado y cuidado, invertido nuestro cariño, nuestra plata, nuestro tiempo, para el Perú”, señala.
Largo camino
Como promotores de la cultura vicús, James y Elke se pusieron en contacto con diferentes entidades públicas y privadas, nacionales e internacionales, solicitando apoyo para su difusión. Elke relata que en una ocasión el Deutsches Museum de Alemania se mostró interesado en exponer las piezas; no obstante, mientras se realizaban las conversaciones del caso, cambiaron a su director y, tras muchas idas y venidas, les respondieron que la muestra no iba: ahora la cultura china les parecía “más atractiva”.
“Cuando eso pasa –y pasa siempre–, te frustras. A pesar de todo, sentíamos que teníamos el deber que hacer algo por vicús”. Así fue como en 2016, ya sin James, Elke llegó al Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, donde su director, Iván Ghezzi, a quien la une una larga amistad, la ayudó a materializar su mayor anhelo: una exposición dedicada a la cultura vicús. “Lo primero que me pidió fue registrar cada una de las piezas que tenía ante el Ministerio de Cultura. Trabajamos en eso durante más de un año. Iba a recoger a la arqueóloga, dos veces por semana, los martes y jueves, y la traía a mi casa. Pasaba el día conmigo, almorzábamos juntas, le traía cada huaco, ella lo pesaba, lo medía y le tomaba fotos.
Avanzaba quince piezas por día”, detalla. Concluido el registro, a principios de 2018, tuvo lugar la exposición. “Estaba muy orgullosa. Le decía a mi marido: esto es lo que tú hubieras querido”. Entre marzo y junio de aquel año, Elke se trasladó religiosamente dos veces por semana hasta Pueblo Libre, donde realizaba visitas guiadas a escolares. Más tarde, la colección se exhibió por una corta temporada en la Asociación Cultural Peruano Británica, en su sede de San Juan de Lurigancho.
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Allí nuevamente tuvo contacto con el alumnado, una experiencia enriquecedora que le hizo rememorar su etapa como docente en el colegio Humboldt.
“Fui profesora de Arte durante treinta y tres años. Traía a mis estudiantes a casa y hacíamos camping aquí, para que pudieran ver y dibujar los huacos, y reconocían sus diferencias. Hacíamos un trabajo infantil muy divertido”. Motivada por la creatividad de los niños, el matrimonio empezó a adquirir piezas de otras culturas. Desde textiles chancay y orfebrería moche hasta una vasija griega o un friso asirio. “Queríamos hacer un paralelo, poder comparar. Que mis alumnos vieran que el Perú está integrado a la cultura mundial, que no somos menos que nadie. Tenemos muchas similitudes: nuestra cultura es maravillosa”, expresa.
Pero cuando retornaron sus huacos a casa, volvió a embargarla la misma preocupación. ¿Qué pasaría con la colección el día que ella no estuviera ahí para cuidarla? Y es que, con el cariño propio de una madre, Elke no solo los había rescatado del desierto y conservado en vitrinas durante todo este tiempo. “Cuántas veces no me he desvelado. Con tres hijos pequeños es normal que te despiertes y ya no puedas dormir. Yo no decía qué fastidio, yo me sentaba a lustrar huacos”, dice orgullosa y agrega: “Desde la una hasta las cinco de la mañana limpiaba mis huacos. A las siete, cuando todos desayunábamos, yo ya había hecho algo productivo. Me sentía regia”. Ahora confiesa que sigue siendo la única que los cuida con tal esmero. “Porque, si alguien rompe uno, lo mato”, afirma divertida.
Amor de colección
Luego de tocar muchas puertas en busca de un destino apropiado para su colección, McDonald llegó al Banco Central de Reserva (BCR), entidad que en la actualidad atesora las dos mil piezas vicús que en su momento pertenecieron a Domingo Seminario. En una misiva dirigida a Julio Velarde, entonces presidente de dicha institución, Elke le contó, con la misma pasión con la que nos muestra cada uno de sus huacos, cincuenta años de amor a nuestra cultura. “Le dije que me parecía maravilloso que para el Bicentenario el BCR contara con la colección vicús más importante del país y que pudiera llegar a todos los peruanos, que era lo que nosotros siempre habíamos soñado”.
Elke, con el respaldo de su familia, se presentó ante el directorio del BCR para exponer su proyecto, y, luego de dos años de conversaciones, su deseo y el de su esposo se harán realidad. “Hemos hecho un convenio estupendo, porque ellos cuidarán los huacos y los difundirán, y, si el día de mañana, o en veinte años, mis hijos los quieren recuperar –que yo no creo que ocurra–, lo pueden hacer”.
El pasado 9 de marzo, un equipo especial del Museo del Banco Central de Reserva del Perú (Mucen) empezó el proceso de embalado y transporte de cada pieza al que será su nuevo hogar. Elke nos reveló que solo se quedaría con doscientas de ellas, las que están rotas o restauradas.
—Este huaco lo compré en un remate en el Country; tenía 20 años. Fue el primer regalo de cumpleaños que le hice a mi marido siendo aún mi novio. ¿Te das cuenta de lo importante que es para mí?
—¿Y ese sí se quedará con usted?
—Cómo crees. Es tan bueno que se va.
—¿Tanto desprendimiento no le provoca cierta nostalgia?
—Claro que sí, tengo nostalgia, pero dime: ¿a quién le va a interesar esto cuando ya no esté? Todas mis historias se quedarán conmigo. Mis hijos sabrán algunas, mis nietos ya no sabrán nada o no les va a importar. Prefiero que todo se mantenga junto y que no pierda valor la colección. Son piezas con dos mil años de antigüedad. Yo las he tenido por cinco décadas, pero dentro de dos mil años más habrá gente que las podrá ver y las valorará, porque nosotros las hemos cuidado. De otra forma se hubieran roto, perdido o quizá estarían dispersas en el mercado negro. Es una satisfacción poder hacer esto y también una muestra de respeto a tu país.
Generosa como ella sola, la única condición que ha puesto Elke al BCR es que debajo de cada huaco, junto a la ficha de información, se lea “Colección James McDonald Checa”. “Para que nunca deje de figurar el nombre de mi marido, es una manera de rendirle homenaje. Fue el amor de mi vida”, sentenció.