Maira Walker Belaunde es la primera bisnieta del expresidente Fernando Belaunde, la única que él conoció antes de morir y también el único familiar que mencionó con nombre y apellido en la carta que dejó a manera de testamento. Casi veinte años después de su muerte, y tras un encendido debate sobre la memoria de la reforma agraria, su bisnieta lo recuerda para hacer una reflexión sobre juventud, compromiso y cambio social.

Por Maira Walker Belaunde Fotos Archivo familia Belaunde

Fernando Belaunde y bisnieta Maira

Fernando Belaunde Terry sostiene a Maira Walker Belaunde, su bisnieta y autora de este artículo, en junio de 2001. El expresidente falleció un año después.

La imagen que tengo de mi bisabuelo, Fernando Belaunde Terry, siempre se ha acercado a la de un superhéroe. Su humanidad la he ido tratando de encontrar por mi cuenta a lo largo de los años, porque en mi familia existe más que nada una admiración absoluta a lo que fue él y su obra por el Perú. Todos los recuerdos de “el papapapa”, como le decimos, se atesoran con un cariño que llega a ser casi solemne, pues resulta increíble descender de un personaje tan emblemático. Y es que mi bisabuelo no es renombrado por el simple hecho de haber sido uno de los muchos gobernantes que ha tenido el Perú, sino por cómo lo gobernó; con su carácter apasionado, su carisma efusivo y la auténtica devoción que tuvo hacia el pueblo peruano, que a tantos ha marcado hasta el día de hoy.

Cuando se estrenó, en octubre del año pasado, el documental “La revolución y la tierra”, y antes de ir a verlo, esperaba encontrarme con una compilación de archivos históricos que, si bien sonaban absolutamente relevantes y excelentemente seleccionados –por lo que me habían contado diferentes personas de mi entorno–, también estarían cargados de un “velasquismo” contradictoriamente sutil pero, finalmente, extremo. Entonces fui a verlo. Si no fuese porque me pareció un documento preciso, diría que las casi dos horas se me quedaron cortas. Por varios días no pude dejar de pensar en lo que había visto, y creo que la profundidad de su impacto podría atribuirse al doble efecto que tuvo en mí.

Por un lado, me asombró la capacidad de tratar un tema tan contradictorio con la complejidad que se merece, sin pintar un lado negro y otro blanco, sino que revelando lo gris que en realidad es, después de todo, un evento que significa tanto como la reforma agraria de 1969. Además, y siendo honesta, el documental me dejó un poco avergonzada de mis conocimientos culturales. ¿Cómo puede ser que existan tantas maravillosas películas nacionales que han pasado desapercibidas para el público, incluso para el cinéfilo?

Mi bisabuelo, por supuesto, es nombrado en el documental.
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Personalmente, desde muy chiquita he llevado con orgullo el humilde título de ser al menos su bisnieta; orgullo que se traduce en una fuerza inspiradora que me motiva constantemente a seguir de alguna manera sus pasos, aunque sea de a pasitos.
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La primera bisnieta

Fernando Belaunde Terry y su bisnieta-club Regatas

Club de Regatas. Fernando Belaunde empuja el coche de su bisnieta. Detrás, Macarena Belaunde, madre de Maira y nieta del expresidente, y su prima Karin Cannock, hija de Carola Belaunde.

Nací el 1 de febrero del 2001 en Santiago de Chile, donde vivían mis padres. Fui la primera y la única bisnieta que Fernando Belaunde conoció. Dicen que estaba de lo más “chocho” con la bebé en la familia. Yo me conformo con que me haya conocido, porque, aunque yo no lo recuerde, de cierta forma igual lo siento cerca. Cuando me traían a Lima, venía a verme e insistía en llevarme a pasear en mi cochecito a lo largo del Club de Regatas, donde le encantaba pasar tranquilo las tardes. Creo que lo que le fascinaba de que yo hubiera nacido era poder imaginarse a la siguiente generación; saber que su principal legado se extendería a través de la familia, teniendo la esperanza de que los que íbamos naciendo seríamos el cambio que tanto luchó por ver.

Por eso es que fui la única mencionada con nombre y apellido en su carta-testamento, lo cual me conmueve enormemente, porque él sabía que lo más valioso que nos podía dejar no tenía nada que ver con lo material; se trata más de una herencia simbólica de sus intocables valores.

En mi escritorio tengo dos fotos suyas que me acompañan: una en la que salimos juntos y otra que desempolvé de los cajones de mi abuela que fue tomada en una cabina antigua. Me da ternura lo cotidiano del contexto y lo informal de su postura y de su ropa, en contraste con la mayoría de fotos tan formales que me rodean de él. Siento que estoy constantemente tratando de conocerlo un poco más, a Fernando más que al presidente. Creo que nos hubiésemos llevado de lo más bien.

Fernando Belaunde y Macarena Belaunde

Fernando Belaunde y su nieta Macarena Belaunde Larson, hija de su hijo Fernando Belaunde y de Mónica Larson.

La hacienda en la que se forman muchos recuerdos antiguos de mi familia fue la de mi bisabuela Carola Aubry, que perdió tras la reforma agraria. Pero, al querer mi abuelo crear momentos parecidos para compartir en familia, esos que solo se dan en el campo, adquirió hace muchos años una pequeña chacra en Chancay. De a pocos la fue renovando (sobre todo para sus amados caballos de paso) y sigue siendo constantemente transformada aun hoy por mi abuela, aficionada a la decoración. Hace poco le han cambiado el nombre a la chacra para ponerle San Fernando, en honor a mi abuelo.

No hay nada como las fogatas o las comidas en las que nos sentamos todos a escuchar muy atentos, sobre todo los chicos, las infinitas anécdotas de nuestros papás sobre las travesuras de cuando visitaban Palacio de Gobierno; las excentricidades de mi bisabuela Carola, o las locuras de la Lali y Rosita, las mamas adoradas de toda la vida… A través de todas esas famosas historias es que me hice desde chiquita una idea del Perú pintada por una especie de realismo mágico; lo veía como un lugar especialmente colorido y lleno de personajes muy particulares, como salido de un cuento.

Un país de verdad

Terminé el IB en el colegio San Silvestre el año pasado, y planeaba irme a estudiar Cine y Antropología a Estados Unidos. Siempre he querido irme a estudiar afuera, a agrandar un poco mi mundo, y pensé que lo haría lo antes posible. Sin embargo, me fui dando cuenta de que tampoco quería salir corriendo: no me quería ir solo por el hecho de irme. Y entonces, tras la experiencia del documental, el sentimiento ambivalente que tenía se convirtió en una seguridad de que, más que no querer irme aún, lo que quería era quedarme un poco más. En países como el nuestro se suele mirar mucho para afuera, a los “grandes” desarrollados que nos sacan mil vueltas. Varios de los que tienen la oportunidad de irse lo hacen. Yo iba a ser una de ellas, pero me di cuenta de que ser peruana lleva una enorme responsabilidad, y de que para mí es importante honrarla antes de salir al mundo.
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Por eso decidí quedarme, explorar estudios independientes y seguir aprendiendo sobre el complejo pasado de nuestro país, para así comprender mejor su presente.

Siento que trabajar en distintas organizaciones sociales me está ayudando mucho a acercarme a realidades diferentes a la mía, a encontrar lo común por lo cual nos llamamos todos peruanos. Es increíble el impacto de la unión, tangible por ejemplo mediante organizaciones como Techo, donde estoy trabajando como operadora logística ayudando a erradicar la pobreza a través del esfuerzo conjunto con las comunidades de Barrios Altos. Concuerdo con mi bisabuelo en que lo primero debiera ser la conquista del Perú por los mismos peruanos; llegar a conectarlo adecuadamente en su geografía y su población, a manejar eficiente y responsablemente sus abundantes recursos. Por eso quiero consolidar lo que para mí significa esa conquista.

¿Qué espero encontrar –o reencontrar– en términos del país y de la historia de mi familia este año? Espero encontrar muchas más voces de la verdad oculta; la historia de los menos representados, las opiniones de los oprimidos. Es difícil entender nuestra situación como país y llegar a más conclusiones de cómo desarrollarlo si es que los peruanos no nos entendemos entre nosotros. Ya sea por la más obvia barrera de comunicación que existe o por la falta de empatía. Lo más esencial es tratar de entenderse, porque pienso que es instintivamente humano. Es por eso que medios como el cine me apasionan e impactan tanto; el arte nos conecta de una forma visceral porque trasciende estas barreras de comunicación, o, más aún, las rompe. Habla un lenguaje universal que no resuena tanto con la razón como con el alma.

Fernando Belaunde-Maira Walker Belaunde

Maira Walker Belaunde.

Creo que las reacciones tan polarizadas que ha generado “La revolución y la tierra” hablan por sí mismas de esta falta de empatía en el Perú. Es difícil ver un asunto político en un plano más allá del que nos afecta a nosotros mismos, o a nuestro entorno inmediato, si es que no logramos ponernos en los zapatos de otros y entender el efecto en ellos. Al final del día, todo nos afecta a todos. Más que nada, creo que la reacción ante esta disrupción de la historia tan lineal ha sido divisiva entre aquellos que la vivieron desde cerca, y posiblemente la vivieron filtrada a través de perspectivas sociopolíticas mucho más cerradas que aquellas a las que estamos evolucionando.

Las generaciones más recientes posiblemente estamos solo enteradas de una versión sobresimplificada de la historia, o informadas con una parcialidad que no nos permite llegar a conclusiones comprensivas y progresivas. Por eso me parece tan importante exponerse a material artístico e histórico, reevaluar lo que creemos y por qué lo hacemos, participar en las conversaciones (así sean argumentativas) que surgen, y esforzarnos por entendernos. Después de todo, para ser una nación se necesita un proyecto común, y, por ende, se necesita una tierra común donde plantarlo y hacerlo crecer con nuestras manos.