La contribución de las Fuerzas Armadas en la historia peruana es innegable. Incluso desde antes de la Independencia, los militares fueron un factor central en la integración del país, en la formación de hombres de Estado y en la búsqueda de una identidad común. En muchos casos, como los que recordamos en este artículo, las familias jugaron un rol fundamental en animar la vocación de servicio al país.
Por Mauricio Novoa
Es imposible entender el Perú que siguió a la Independencia sin las Fuerzas Armadas. Por un lado, el Ejército y la Marina vertebraron gran parte de la (poca) estabilidad institucional que caracterizó a nuestra primera república, en parte porque representaron una continuidad del régimen instaurado luego de las reformas de Carlos III. El hecho, por ejemplo, de que las ordenanzas militares promulgadas por este gobernante en 1768 estuvieran vigentes hasta 1898, revela en sí mismo la imposibilidad de entender el ejército republicano sin tomar en cuenta las principales características de las unidades militares peruanas durante el virreinato. Por otro lado, y producto de estas reformas, desde la segunda mitad del siglo XVIII la milicia se convirtió en una renovada fuente de prestigio para las élites de la monarquía hispánica.
Un buen ejemplo de la vinculación del ejército con el poder local se refleja en la historia del Regimiento de Milicias Disciplinadas de Caballería del Valle de Chincha, un regimiento creado bajo los auspicios de Diego Carrillo de Albornoz, IV conde de Montemar. Su hijo Fernando Carrillo de Albornoz Bravo de Lagunas (1727-1814), VI conde de Montemar y uno de los mayores terratenientes de la zona, por ejemplo, fue durante 37 años coronel del regimiento. Tal como lo revela el historial de esta unidad, los Carrillo de Albornoz tuvieron a su cargo la provisión de uniformes, estandartes, cajas y timbales para la banda y armamento y demás gastos para su mantenimiento y operación militar.
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Hacia finales del siglo XVIII, dos de los hijos de Fernando integraron el regimiento, respectivamente, como comandante (1795) y capitán (1799): Agustín, quien había ingresado a los 20 años y Fernando, que había hecho lo propio con el grado de alférez a los 16 años. El hermano de ambos, Diego, prosiguió la carrera militar en España, en donde fue coronel de los reales ejércitos y comandante de Escuadrón del Regimiento de Caballería de la Reina. Un primo hermano, Diego Carrillo de Albornoz Vega Cruzat, era el teniente coronel al mando de las milicias de Huamanga.
En el mismo sentido, muchos de los descendientes de la dinastía que formó Juan de Zabala y de Villela (1670), VI señor de la Casa de Zabala, fueron distinguidos miembros del Ejército Real del Perú, entre ellos Pedro José de Zabala Bravo del Ribero, coronel del Batallón de Españoles de Lima en 1821. Durante la guerra con España, en 1866, dos de sus hijos continuaron sirviendo en el ejército: Juan, quien se desempeñaba como oficial general del ejército español, gentilhombre de cámara de S.
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M. y exministro de Marina, y Toribio, quien murió como coronel del Ejército Peruano luego de caer herido el 2 de mayo.
Muy pocas familias en el Perú pueden probar una continuidad tan larga de hombres de armas como los Llosa, estirpe arequipeña fundada por Juan de la Llosa y Llaguno (1660- 1737), Maestre de Campo de los Tercios de su Majestad Católica. El hijo, el nieto y el bisnieto de Llosa pertenecieron al Ejército Real del Perú y su tataranieto, Francisco de Paula de la Llosa y Benavides (1804-1860), combatió en la batalla de Junín por el Ejército Libertador.
Un hijo suyo, Francisco Llosa Abril, luchó en la Guerra con Chile y otros tres miembros de la familia cayeron gloriosamente en el campo de batalla: el coronel Carlos Llosa y Llosa en el Alto de la Alianza (1880); y José Gabriel Chariarse Llosa y Máximo Abril Llosa en la defensa de Lima (1881). En el siglo XX, la tradición fue continuada por el hijo de Francisco Llosa Abril, el coronel Teobaldo Llosa y Rivero (1877-1953), artillero y científico, quien aconsejaba que nadie se inmiscuyera en la política partidaria mientras estuviese en servicio activo.
Su hijo, Carlos Llosa Paredes, fue un capitán de navío quien a los años 30 se especializó en la novedosa arma de submarinos y su nieto también ingresó a la Escuela Naval. Actualmente, esta ininterrumpida línea de diez generaciones desde el siglo XVII continúa con el capitán de navío Juan Carlos Llosa Pazos, oficial de superficie, historiador y actual Jefe del Estado Mayor de la Comandancia General de Operaciones de la Amazonía.
Una nueva era
La Independencia expandió las oportunidades que ofrecía el ejército para establecer una carrera como hombre de Estado. Y, si bien muchos de los miembros de la élite virreinal trasladaron sus lealtades al ejército republicano, este significó igualmente una oportunidad para el ingreso de nuevos sectores en la esfera política. Unidades militares como la Legión Peruana de la Guardia, veterana de Junín y Ayacucho, se convirtieron en plataformas de ascenso para jóvenes oficiales ambiciosos. Al menos en la primera mitad del siglo XIX, la Legión Peruana tuvo en sus filas a tres presidentes de la república: Felipe Santiago Salaverry, Juan Antonio Pezet y José Balta.
Asimismo, tanto Juan Francisco Vidal como Pedro Bermúdez, capitán del batallón y comandante de los húsares, respectivamente, ocuparon importantes cargos en el Estado y asumieron interinamente la primera magistratura. Por esta razón, no fue inusual que muchos hijos de presidentes en este periodo alentaran en sus propios descendientes la carrera militar, tal como ocurrió con el cadete Carlos Augusto Salaverry; el general Juan Martín Echenique, combatiente del 2 de mayo de 1866; y los oficiales Nemesio de Orbegoso y Juan Castilla, con distinguida participación en la defensa de Lima.
La familia Eléspuru constituye un ejemplo conspicuo de las estirpes militares que se formaron luego de 1821, alcanzando más de 150 años de servicio continuo en el Ejército Peruano. Fundado por el gran mariscal Juan Bautista Eléspuru (1787-1839), un oficial que se unió tempranamente al Ejército Libertador y murió a causa de las heridas recibidas en la batalla de Yungay (1839), este clan familiar produjo varias generaciones de generales, funcionarios y hombres de Estado.
Norberto Eléspuru, quien peleó con su padre en Yungay, fue diplomático y general de brigada durante la guerra con Chile (1879); su hijo, Juan Norberto Eléspuru Laso de la Vega, sirvió en los cañones de la torre de la Merced (1866), participó en la campaña de Breña (1881-84), fue elegido dos veces senador de la república (1883, 1912) y asumió la cartera de Guerra y Marina (1907-08).
Durante la sublevación del 29 de mayo de 1909, el sargento mayor Eulogio Eléspuru Deustua, nieto del mariscal, murió defendiendo Palacio de Gobierno durante un intento de golpe de Estado –hasta el día hoy el hall de la entrada lateral de palacio lleva su nombre–. Juan Norberto Eléspuru Báez, hijo del general con el mismo nombre, murió en Iquitos siendo mayor de infantería.
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Uno de los siete hijos de este oficial, el general Otto Eléspuru Revoredo, finalmente, fue ministro de Educación (1977-78) y comandante general del Ejército (1981).
Tiempo de Guerra
Pese a los prejuicios que existen, la guerra de 1879 es una muestra del renovado sentido del deber entre los miembros de la élite peruana. Los tres hijos mayores del presidente Manuel Pardo y Lavalle pelearon con distinción en la batalla de Miraflores; al menos tres hijos de presidentes de la república (Castilla, Prado e Iglesias) murieron en los campos de batalla de Chorrillos y Huamachuco; y cuatro futuros presidentes (Guillermo Billinghurst, Augusto B. Leguía, Manuel Candamo y José Pardo) combatieron en la defensa deLima. Decenas de socios del Club Nacional acudieron al llamado de la patria y murieron en Angamos, San Juan, Miraflores y Huamachuco. Junto con ellos, dos hijos del coronel Francisco Bolognesi, Augusto y Enrique Bolognesi Medrano, también perdieron la vida en la defensa de Lima.
Muchos de los héroes de la guerra con Chile inspiraron tradiciones militares entre sus descendientes. Óscar y Miguel Grau Cabero ingresaron a la Escuela Naval. El contralmirante Fernando Grau, por ejemplo, fue uno de los cadetes navales que participó en la solemne ceremonia de entrega de la reliquia y los objetos de su epónimo bisabuelo; prestó servicios en el destructor de Línea Villar y en la Fragata misilera Carvajal, buques ligados a los combates de Abtao y Angamos, y fue comandante de la primera zona naval con sede en Piura. Jaime Grau y Bernardo Wagner de Reyna Grau, bisnieto del héroe de Angamos, sirvieron en laArmada Peruana, respectivamente, como teniente primero y teniente segundo.
Los descendientes del almirante Melitón Carvajal han servido ininterrumpidamente en la Armada Peruana hasta el día de hoy. Tres generaciones de descendientes de Felipe Rotalde, cirujano del Huáscar, hicieron carrera naval. El general Remigio Morales-Bermúdez fue seguido en la carrera militar por su hijo; y su nieto alcanzó también la presidencia de la república en 1975. José Bolognesi Coloma era edecán del presidente de la República cuando se inauguró el monumento a su epónimo tío en 1905. Los descendientes del coronel Arias-Aragüez formaron parte de la artillería peruana hasta la segunda mitad del siglo X X. Descendientes del mayor de caballería Tomás Gargurevich sirven ininterrumpidamente en el Ejército hasta el día de hoy.
La primera mitad del siglo X X trajo consigo renovadas vocaciones militares. La precariedad de nuestras fronteras moviliza a toda la sociedad peruana. La modernización de las academias militares en este periodo todavía mantiene un ‘ethos’ de continuidad con viejas tradiciones en medio de una democrática apertura. El enlistamiento de José de la Riva-Agüero, Víctor Andrés Belaunde y Abraham Valdelomar con ocasión del conflicto con Ecuador de 1910 representa la conexión del Ejército con sectores intelectuales.
Los ingresos de Hernando Tudela y Juan de Althaus a la Marina posiblemente constituyen indicadores de una tendencia que merece ser más explorada. Como ejemplo están el ingreso a la Marina del hijo de Tudela y el ascenso de Francisco Tudela Salmón a la comandancia general de la institución. En este contexto surgen otras figuras notables. El mariscal Óscar R. Benavides, héroe de la Pedrera y dos veces presidente de la República, era hijo de un sargento mayor del Ejército Peruano, y fue seguido en la carrera militar por su hijo José Benavides, quien fue general de brigada, director de la Escuela Militar y ministro de Agricultura.
En el mismo sentido, tres hijos del general Ernesto Montagne Markholtz, jefe del estado mayor en el conflicto con Colombia (1932-33), hombre de Estado y senador de República, ingresaron a la carrera militar y dos de ellos alcanzaron el grado de general: Ernesto, quien llegó a la comandancia general del Ejército, siguió a su padre en el arma de infantería, la dirección de la Escuela Militar de Chorrillos y el premierato; y Alfonso, quien realizó una distinguida carrera en el servicio de sanidad del Ejército. Al menos cuatro miembros de la tercera generación ingresaron a la Marina de Guerra: Alfonso y Ernesto Montagne Vidal, Armando Ríos Montagne y Edmundo Montagne Suero.
El capitán de navío Guillermo Thornberry inició una tradición militar que fue continuada por sus sobrinos, el coronel FAP Jorge Thornberry y el sargento de artillería Eduardo Thornberry Lumbreras, vencedor del conflicto de 1941. Los cuatro hijos hombres de Jorge ingresaron a la Escuela Naval del Perú y se graduaron como oficiales de la Marina: Harry (capitán de Navío), Eddie (capitán de Corbeta), Jorge (teniente primero) y James Thornberry Schiantarelli, oficial calificado en submarinos y actualmente vicealmirante y comandante general de operaciones del Pacífico. En la segunda mitad del siglo XX, los cinco hijos del capitán de navío Pablo Camogliano Larraín siguieron la carrera naval. Actualmente, un nieto suyo, el capitán de fragata Paolo Camogliano, forma la tercera generación de esta familia naval.
Estoy seguro de que la fuerza de la tradición familiar provocó que Jorge y Alberto Novoa ingresaran al regimiento de caballería N.° 5, en donde su joven tío, el capitán Alfredo Novoa, era jefe de escuadrón, y se embarcaran con él en julio de 1941 a defender nuestra frontera norte. Cuando las tropas ecuatorianas emboscaron al capitán Novoa en las laderas del río Uscurrumi, Jorge fue el último hombre del regimiento que cumplió las órdenes que, herido de muerte, daba su tío mientras veía cómo sus soldados eran diezmados por el fuego de las ametralladoras enemigas.
Un sobrino nieto de ese capitán, Ricardo Moncada Novoa, ingresó a la caballería y llegó a ser comandante general del Ejército. Mi padre y yo mantuvimos, imperfectamente, la continuidad familiar en la caballería al recibir despachos de oficiales de reserva. Recibir una espada a nombre de la República es una experiencia intensa, llena de emoción y de grandeza.
La continuidad familiar en el servicio de las armas representa un ideal de servicio que, en línea ininterrumpida, nos lleva al mundo clásico y a los ideales medievales. La posibilidad del sacrificio ratifica la nobleza intrínseca de la profesión de las armas. Ya lo decía Virgilio: “Arma virumque cano”.