No son los nombres conocidos que se suelen encontrar en las páginas de las publicaciones de negocios. Pero son empresarios, son peruanos, generan riqueza y trabajo para cientos, miles de personas. A ellos nadie les regaló nada: todos construyeron sus negocios desde el inicio, buscaron mercados y batallaron contra las conocidas dificultades que presenta hacer empresa en el Perú.
Por Jaime Cordero Fotos Allison Malpartida
Herbert, Dalila, Pola, Gerardo. Ellos, y las personas que trabajan con ellos, demuestran que la industria en el Perú puede ser competitiva, que puede alcanzar altos estándares de calidad y que, desde nuestro país, es posible exportar productos con mucho valor agregado. La pandemia los ha afectado de maneras muy dispares. Como ocurre en todas las crisis, algunos se vieron cerca del fin, mientras que para otros se abrieron oportunidades sin precedentes. Sin embargo, un llamativo –y hasta cierto punto triste– común denominador es que todos sus impulsores coinciden en señalar que las mejores oportunidades de crecimiento las han encontrado afuera.
Es en otros países dónde han encontrado las mayores facilidades y, casi siempre, donde más se aprecia la calidad de sus productos. Todos producen aquí, dan empleo a peruanos y es en este país donde tienen la mayor parte de sus operaciones. Ninguno ha pensado en cerrar sus negocios o mandarse mudar a otra parte. Por el contrario, todos piensan en seguir creciendo.
Gerardo Prieto – Hyperbaric S.A.C
Empresarios bajo presión
“Pudimos parar, pero optamos por seguir trabajando, produciendo”.
El año pasado fue muy duro para el negocio de la familia Prieto. “No vendimos una sola cámara, ni una sola”, cuenta Gerardo padre. Al otro lado del contenedor-oficina, Gerardo hijo asiente. En algún momento llegaron a pensar que podía ser el final de su negocio, pero apostaron por persistir, apoyándose en Reactiva Perú y los programas de salvataje a las empresas que sacó el gobierno. Siguieron produciendo y, hacia el final del año, volvieron a tener pedidos. Pudieron vender y volvieron a tener f lujo de caja. Ahora, Hyperbaric respira.
Hyperbaric S.A.C., creada en 1998, es una empresa dedicada a la fabricación de cámaras de oxígeno hiperbárico, un equipo de uso médico especializado. Prácticamente todas sus ventas son al exterior. Cuenta con la certificación ISO 13485 y la autorización de la FDA de Estados Unidos, lo que le ha permitido exportar a lugares tan alejados como Montenegro, Malasia, la India, Vietnam y Emiratos Árabes Unidos. Trabajan con diseños propios y la presentación de sus equipos no tiene nada que envidiar a la de cualquier otro gran fabricante. Según Gerardo hijo, hay gente que elogia la calidad de sus equipos y se sorprende al enterarse de que son fabricados en el Perú.
Alguna vez han tenido que atender solicitudes inusuales. Incluso, una cámara de oxígeno hiperbárica enorme, especial para camellos de carrera. “Nuestro problema, de alguna forma, es nuestra alta calidad”, comenta Gerardo padre. Sus equipos resultan baratos para los mercados desarrollados, pero caros para la región, donde, según Gerardo hijo, “hay gente que produce y vende cualquier cosa”.
El año pasado, presionados por la difícil situación económica, también buscaron alternativas de diversificación. Fue así como a hora también producen unidades de sobrevivencia para operaciones mineras, una especie de búnkeres a prueba de desastres donde varias personas pueden pasar varios días hasta que llegue el auxilio. Y, por la misma razón, ahora en su taller se puede ver la ‘container home’, una pequeña vivienda totalmente amoblada, pensada para el campo. Con todo, su apuesta principal –la especialidad de la casa– sigue siendo las cámaras hiperbáricas para uso médico y veterinario, así como equipos especializados en el tratamiento de buzos, todos con la marca Oxicab. Este año, los planes pasan por recuperar el ritmo de ventas y, de pronto, pensar en lograr nuevas certificaciones que les permitan abrir nuevos mercados.
Pola Guanilo – R&G
La dama de las mascarillas
“Queríamos vender como sea, así que teníamos que abrir mercados. Ahora la gente sí valora la calidad”.
“¿En serio quieres competir con los chinos?”, le decían a Pola cuando contaba sus planes para fabricar y vender mascarillas, tocas, guantes y otros equipos de protección personal. Ahora lo recuerda y sonríe, mientras recorre la planta ubicada en Ventanilla, donde el trabajo no se detiene. Cientos de operarios trabajan a toda velocidad, al lado de las máquinas que ensamblan las telas y los filtros de las mascarillas, cortan los guantes, pegan los elásticos… Tenía alrededor de 150 trabajadores, pero ahora son cerca de 600 y espera pronto llegar a tener más de mil.
Sus planes de crecimiento son ambiciosos. Ya están listas las ampliaciones para instalar más máquinas. Al lado de esa nave están construyendo otra y, al frente, ya tienen otro terreno para seguir ampliando su capacidad. Por razones obvias para todo el mundo, sus ventas se multiplicaron por diez el último año, pero la apuesta de Pola no es de corto plazo: ella cree que, de una u otra manera, los equipos de protección personal nos seguirán acompañando por mucho tiempo. “Y, si no, ya veremos la forma de producir otras cosas”, concluye. Es una empresaria convencida de la necesidad de adaptarse a las circunstancias e innovar siempre.
R&G (siglas de Rossetti y Guanilo, los apellidos de ella y su esposo) nació como marca en 2003, y produce botas de plástico descartables para la industria alimentaria. Poco a poco fue ampliando su gama de productos, hasta que otra pandemia, la de la gripe H1N1 de 2009- 2010, la llevó a incursionar en el negocio de las mascarillas y otro equipamiento para la protección del personal médico. Aunque parezca insólito, en el Perú no le compraban porque, según cuenta, el Ministerio de Salud prefería comprar a China productos de una calidad inferior a la que R&G ofrecía, por un precio más bajo.
“Salimos a buscar otros mercados donde sí apreciaran la calidad”, explica Pola. Y así empezaron a exportar. Durante 2020 el mercado cambió radicalmente . Hace un año , las mascarillas se volvieron un bien escaso en todo el mundo, todos los países cerraron la exportación de esos productos para atender sus necesidades internas, y Pola vio cómo le tocaban la puerta. En alrededor de tres meses, trabajando al máximo de capacidad y más allá, produjo 80 millones de mascarillas para el Ministerio de Salud.
Ahora sus almacenes no se dan abasto –también los quiere ampliar– y siguen recibiendo pedidos. Ya tiene todo listo para enviar sus primeros lotes a Estados Unidos. También está buscando maneras de que sus productos sean biodegradables y compostables. Eso de competir con China, efectivamente, iba en serio. Y no solo competir: ella está convencida de que puede ganar: “Mi visión es que R&G sea la compañía más grande del mundo en el sector”. ¿Por qué no?
Dalila Gamarra – Inka Traditions
Emprendedora con propósito
“Este modelo de negocio es para mí una pasión, no una estrategia de mercadeo. Lo tengo en la sangre”.
Un día, cuando un cliente le comentó que su modelo de negocio encajaba con el concepto de ‘comercio justo’, Dalila Gamarra pensó: “¡Pues esto es lo que vengo haciendo desde hace años!”. Había ‘descubierto’ el ‘fair trade’ mucho antes de que se pusiera de moda. Hija de un emprendedor y líder comunal de la región Junín, Dalila lleva en los genes la vocación del trabajo social y el deseo de generar impacto positivo en la gente con la que trabaja. Por eso estudió trabajo social, y casi podría decirse que. sin querer, terminó manejando Inka Traditions, una empresa que vende diversos productos de artesanía peruana de alta calidad, con la certificación de comercio justo, en los principales mercados del mundo.
“Me marcó mucho para elegir mi profesión el hecho de compartir con mi padre las tareas de líder de la comunidad”, cuenta Dalila. “Él generaba trabajo para la gente. Yo lo acompañaba en las actividades, en los cabildos abiertos, en las faenas”. Cuando empezó a hacer sus prácticas preprofesionales, a mediados de los noventa, tuvo la oportunidad de visitar la periferia de Lima y conocer a muchos artesanos que habían migrado a la capital; con ellos y sus familias, empezaría a trabajar. Detectó que había talento, capacidad de hacer trabajos de calidad; lo que les faltaba a esos artesanos era capacidad vendedora. Es así que se animó a poner varias tiendas, para darles salida a sus productos. Empezó a exportar al por mayor, y el negocio fue bien hasta que China empezó a inundar el mercado mundial con productos con los cuales era imposible competir por precio.
Fue entonces que, visitando ferias y conversando con clientes, descubrió que el comercio justo era el nicho ideal para lo que hacía: vendería menos, tendría mejores márgenes, pero, sobre todo, seguiría siendo consecuente con su vocación. Con las certificaciones, su empresa volvió a despegar. “Soy trabajadora social de profesión, y creo que nunca ha dejado de serlo”, resume Dalila. Actualmente, Inka Traditions trabaja con unos 280 artesanos de varias regiones del país. Tiene varias líneas, pero lo que más vende actualmente son productos de fibra alpaca. Además tiene otra marca, Urpi, que produce piezas únicas para diseñadores de moda.
La clave de su éxito actual, comenta, es que tuvo la suerte de conocer a muchos artesanos cuando estaban en Lima, en los noventas, antes de que regresaran a sus regiones de origen. Entonces los tuvo cerca y pudo estrechar vínculos con ellos. Ahora trabaja con algunos de esos maestros y con los herederos de sus saberes. Además, lidera la red de empresarias peruanas –que ella misma conformó y que tiene más de 4000 miembros inscritos– y preside el Comité de la Pequeña Empresa de la Sociedad Nacional de Industrias, desde donde busca impulsar políticas públicas que favorezcan a este sector. Una mujer incansable y con propósitos bien claros.
Herbert Vilcapoma – Rock Drill Group
No hay terreno que se le resista
“Yo soy muy rápido, muy emprendedor. Mi esposa me pone el freno”.
“Tú máquina se queda. Forma tu empresa, para que entres como contratista”, le dijeron a Herbert Vilcapoma en una mina, luego de que probaron su prototipo de máquina perforadora y comprobaron que superaba a otros equipos más costosos, fabricados por empresas extranjeras. Corría el año 2000, Herbert gozaba de un buen trabajo en una empresa grande, había ahorrado un poco, contaba con cierta estabilidad, pero tenía razonables dudas. “¿Y si nos va mal? ¿Qué vamos a hacer con los niños? ¿Y sus estudios?”, le preguntó su esposa. Los de la mina fueron a buscarlo a su casa para convencerlo. Así nació Rock Drill, su primera empresa.
Dos décadas después tiene cuatro firmas, operaciones en México además del Perú, y ha vendido equipos a compañías mineras en Chile, Brasil, Colombia y hasta Rusia. Pronto iniciará operaciones en América Central. Natural de Huancayo, Herbert estudió para técnico mecánico hidráulico, y desde chico trabajó con maquinaria minera. Pasó por grandes empresas transnacionales del rubro, y así fue descubriendo que las máquinas estándar que funcionaban en otras partes del mundo no siempre se adaptaban bien a las minas peruanas, sobre todo a las de la sierra, casi siempre situadas sobre los cuatro mil metros de altura, en condiciones climáticas difíciles.
Trabajando con su hermano, que es tornero, nació su prototipo. No tardó en hacerse un nombre y ahora Rock Drill trabaja con las principales empresas mineras que operan en el Perú: Volcan, Buenaventura, Milpo, Barrick, Glencore, etc. Sus empresas emplean a más de mil personas en el Perú, y en México ya tiene cerca de 500 trabajadores. No solo fabrica maquinaria para perforación, sino también accesorios y repuestos. ¿Cuál es su diferencia competitiva? “Nos adaptamos a los clientes. Fabricamos las máquinas de acuerdo con sus necesidades”, explica. Está convencido de que la clave de su éxito ha sido estar en el campo, capacitando a los operadores de las máquinas, identificando los problemas que puedan surgir y dándoles solución allí mismo.
Su esposa, la que le planteaba las dudas, encauzó su cautela a llevar los números de la compañía: es la gerente de administración y finanzas del grupo. “Ella me dice: ‘Espérate Herbert, miremos los números primero’”. Desde el año pasado, los dos hijos mayores están al frente de las empresas, y ahora Herbert, en su condición de presidente ejecutivo del grupo, se dedica a explorar posibilidades de nuevos negocios. Los años han pasado, pero Herbert Vilcatoma no ha dejado de ser, en esencial, el mismo que cuando era joven: ahorró buena parte de su sueldo, hasta que se pudo comprar una combi para ofrecer servicios de transporte entre la mina donde trabajaba y el pueblo cercano. Un empresario nato que, llegado el momento, apenas necesitó un empujoncito.
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