Entre 1989 y 1996, DC Comics publicó “The Sandman” y revolucionó el mundo de las novelas gráficas por su profundidad metafísica, al punto de ganarse el “World Fantasy Award” que estaba reservado solo para formatos, digamos, “serios”. Ahora, es una de las series más vistas por Netflix en el mundo.
Por Diego Molina
Es protagonizada por Sandman, el dios del sueño, que es uno de “Los Eternos”, al igual que sus hermanos. Ellos son: “Dream” (o Sandman) “Death”, “Desire”, “Despair”, “Destiny”, “Destruction” y “Delirium.” A través de ellos, su autor, Neil Gaiman, nos habla de temas como la responsabilidad, el origen de las pulsiones humanas y sobre cómo lo que soñamos da forma y sentido a nuestras vidas, pese a nuestra firme creencia en el libre albedrío.
En un mundo de religiones agónicas, Gaiman logra algo muy poderoso: crear (y recrear) mitos para hablar del espíritu humano de hoy. Para eso, se apropia del “auto sacramental”, que hace 500 años empleaba seres alegóricos o simbólicos que se humanizaban para conocerlos en sus verdaderas dimensiones. “Dios”, “El Mundo”, “La Discreción” o “La Hermosura” eran personajes teatrales.
Calderón de la Barca es su autor insignia. El objetivo era evangelizador, una meditación para los asistentes. De igual forma, Gaiman antropomorfiza, por ejemplo, el deseo, un ser de sexualidad no binaria, vestido de cuero, de belleza y sensualidad irresistibles. Sus ojos son dorados. Su templo es un corazón (o todos los corazones). “El amor no es parte del mundo de los sueños. Pertenece a Deseo, y Deseo siempre es cruel”, sentencia Sandman, como una muestra de la sabiduría presente en la saga.
En la misma línea de los autos sacramentales, en “American Gods”, Gaiman nos presenta a “Los nuevos dioses” como “Technical boy”, dios de internet, o “Media”, diosa de la televisión. Después de horas pegado a un teléfono, uno cae en la cuenta de nuestra devoción por ellos. Porque hay fe en la tecnología y los dioses, sin creyentes, mueren.
La visión central de Neil Gaiman es que la razón del ser humano es contar historias y aprender de ellas. Porque pueden ser inmortales. Porque están vivas. Él dice que el ser vivo más antiguo del planeta sería “La bella durmiente”. Una historia de probable origen chino de hace más de 4,000 años que ha venido reinventándose, según los tiempos, y que es mayor que la sequoia gigante más vieja con 3,266 años.
Gaiman aprendió del poder de las historias de una prima, sobreviviente del Holocausto. Ella, en un gueto nazi en Polonia, donde tener un libro era condena de muerte, leía “Lo que el viento se llevó” a los niños en la oscuridad. Una ruta de escape a una situación intolerable. “Y te pueden suministrar de armadura, conocimiento, armas y otras herramientas que pueden llevar a hacer tu vida mejor”, asegura Gaiman, sobre las historias. También afirma que pueden ser peligrosas, porque te permiten entrar en la mente de otras personas.
Dice Sandman sobre sus poderes: “las cosas no tienen que pasar para ser reales. Relatos y sueños son sombras de verdades, que sobrevivirán cuando los hechos sean arena y cenizas olvidadas.”
Cuando la ciencia no puede explicarlo todo, cuando la realidad puede ser deprimente, Neil Gaiman emplea el diseño del auto sacramental y lo actualiza en cómics o en la TV para enfrentarnos a fuerzas que dan magia y misterio a nuestra existencia. Estados donde la ficción y la realidad se difuminan, donde somos creadores y consecuencias de nuestras historias y mitos. “Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, dijo Segismundo en “La vida es sueño.” Sandman le hubiera respondido, casi 400 años después: “los sueños le dan forma al mundo.”
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