Arturo Bullard ha viajado por distintos puntos del mundo tomando fotografías y alimentando una de sus actividades favoritas: conocer nuevos lugares y realidades. De hecho, es uno de los primeros nombres que surgen cuando uno habla de viajeros peruanos. Sin embargo, había un lugar al que todavía no había llegado. Hace pocos días, gracias al apoyo de Hyundai Motor Company (HMC) y Automotores Gildemeister del Perú (AGP), ha podido estar en Tilina, una comunidad puneña lejos de la capital a la que se accede luego de seis horas de viaje en trocha angosta y caminos que bordean precipicios. ¿Qué encontraron en este lugar los ojos de un hombre que ha recorrido casi todo el mundo? Arturo nos lo cuenta a continuación.
¿Cómo fue comparar lo que esperabas encontrar en Tilina con lo que encontraste?
Pensé que iba a ser menos aislado. Realmente es una zona bastante lejos. Están, como se dice, donde el diablo perdió el poncho.
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Por suerte nos tocó un día soleado.
¿Qué fue lo que más te gustó?
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La receptividad de las personas. Normalmente en los pueblos alejados hay recelo y desconfianza, posiblemente por temas históricos. Cuando llegamos a Tilina dieron lo mejor de sí para nosotros y nos agasajaron con un almuerzo a base de diferentes tipos de papas. Súper bacán.
¿Pudiste ver el impacto del proyecto Una Nueva Oportunidad?
Sí, sí, de hecho. Yo pensaba mucho en lo importante que puede ser para una comunidad como Tilina tener muchas ganas y tener ese empujoncito y esa ayuda para marcar el camino. A veces se necesita el apoyo de personas que tienen la experiencia y los pueden guiar. Se notaba las ganas de emprender y el entusiasmo despertado por el proyecto que se ha hecho con las alpacas y con el camión que se les ha dado. Vi mucha más expresión que en otras oportunidades.
¿Te llegaron a hablar los pobladores sobre esto?
Sí, sobre todo los líderes. Están muy entusiasmados por todo lo que se viene. Porque se podría decir que la cancha está rayada y ahora hay que comenzar a jugar. Te das cuenta que tienen muchas ganas, mucho empuje y mucha ilusión porque es una manera de contribuir con el bienestar de la comunidad. Es para sus hijos y su familia.
¿Qué otras cosas notaste en cuanto al impacto del proyecto?
Me sorprendió la comunicación. Porque es gente que está abierta a recibir, no ayuda, sino consejos y guías para mejorar.
¿Crees que el hecho de este cambio les haya dado la esperanza necesaria como para ser más receptivos?
Sí. Yo creo que este proyecto los ha puesto en el mapa. Porque tú buscas en Google Earth y ni siquiera salen. Entonces esto les da presencia y el proyecto social, que es sostenible, le da las herramientas para que ellos mismo lo hagan caminar.
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Ellos son los que tiene que poner las manos en la masa. Todo eso te alimenta la personalidad, te hace sentirte más importante. Y eso es valioso para el desarrollo de la comunidad y las personas.
¿Y se contagia ese entusiasmo?
Sí, nos pusimos a conversar y a jugar con los niños. Aunque igual uno se va con cierta pena porque los ves regresando a un pueblo que está a hora y media caminando y piensas “qué afortunados a veces somos algunos” y es importante ser conscientes, porque la vida en la sierra es muy dura y la gente a veces no lo tiene muy claro. Es vivir sobre los 4500 metros. Y no es cosa fácil.