Cuando tenía meses de nacido, sus padres lo dejaron al cuidado de su abuela, en Puquio, en el sur de Ayacucho, y ese fue el mejor regalo que le hicieron, dice. Su película “Willaq Pirqa” ganó tres premios en el último Festival de Cine de Lima, estuvo catorce semanas en cartelera nacional y ganó dos premios Luces. Vive en Suecia desde fines de 1980, país donde ha recibido el reconocimiento de la crítica local por sus cortos experimentales. Lo suyo es la reivindicación del quechua. Propone crear una industria cinematográfica en torno a esta cultura y anuncia cuatro películas que van en ese sentido.
Por Gabriel Gargurevich Pazos
En sus inicios, la casa ubicada en la cuadra veinte de la avenida Brasil, Jesús María, era un colegio particular de mujeres, de nombre Santa Sofía. Luego fue habitada por César Galindo, junto a su abuela, su tía y su primo, desde que tenía 10 años hasta antes de partir a Europa, a los 27 años. Los muebles son todos señoriales, imponentes, presidenciales, incluso exóticos o sofisticados, como el que sostiene un televisor, un armatoste de madera que parece sacado de una película de Stanley Kubrick. Ahí vivió César desde los 10 años, luego de haber vivido en Puquio, en el sur de Ayacucho.
“Nunca indagué por qué mis padres me dejaron con mi abuela en Puquio cuando tenía meses de nacido, imagino que porque eran muy jóvenes y no tenían cómo mantenerme. Años más tarde, yo le dije a mi padre que ese había sido el mejor regalo que me habían hecho en la vida; así pude beber de lo andino, aprender quechua y español simultáneamente”, me dice César, setenta y cuatro años, sentado a mi lado, en uno de los sillones con dorados bordes sinuosos en la sala de la casa en Jesús María.
Con “Willaq Pirqa”, su última película, ganó tres premios en el Festival de Cine de Lima 2022: Premio del Público a Mejor Película; Premio del Jurado del Ministerio de Cultura a Mejor Película Peruana; y Premio de la Comunidad PUCP a Mejor Película, ‘Hecho en el Perú’.
Estuvo catorce semanas en cartelera nacional, algo raro para una película peruana, en un ámbito de exhibición cinematográfica donde suelen priorizarse los filmes taquilleros hollywoodenses. También ganó dos Premios Luces: Mejor Película Peruana y Mejor Actor, para el talentoso actor cusqueño Víctor Acurio, que interpretó al protagonista, Sistu. “Willaq Pirqa”, una película donde la mayoría de actores son no-actores, y donde todos hablan quechua, es el sueño cumplido de César: un largometraje que reivindica la cultura donde él dio sus primeros pasos como ser humano.
“Cuando anunciaron que había ganado el primer premio, me sorprendió; y cuando llegó el segundo y el tercer premio, no podía creerlo. En todo caso, me conmovió haber conmovido al público. Yo ya había hecho otra película, un corto, enteramente en quechua, en 1992, justo en la ‘celebración’ por el encuentro de dos mundos. Se tituló “Cinco minutos por los muertos de América Latina”, dice.
La noche anterior a esta entrevista yo había visto, en una plataforma sueca en internet, por la módica suma de tres dólares, “Gringa”, un largometraje dirigido por Galindo que se estrenó en Suecia en 2010, donde se narra la historia de un aprendiz de brichero que encuentra el amor en una sueca –que no es lo que él se imaginaba–, deambulando por bellos parajes cusqueños.
Nivardo Carrillo, quien ha interpretado varias veces al Inca en la conmemoración del Inti Raymi, hace del brichero. La famosa actriz sueca Gunilla Röör aceptó hacer, gratuitamente, de la europea misteriosa, pues es amiga de César, y la película se iba a rodar con dinero del bolsillo del director, no como “Willaq Pirqa”, que ganó los premios DAFO, promovidos por el Ministerio de Cultura del Perú, en el marco de sus estímulos económicos.
Técnicamente, “Willaq Pirqa”es superior a “Gringa”. Pero hay un tono que se mantiene, y está impregnado de inocencia, de ingenuidad.
Un profeta en suecia
César Galindo no es el brichero de “Gringa”; tampoco el niño Sistu (interpretado por Víctor Acurio) de “Willaq Pirqa”, que descubre la magia del cine en un pueblo cerca de su comunidad, en Maras, Cusco, donde fue filmada la película. César vivió una temporada en Cusco, mientras administraba un hospedaje –junto a su esposa sueca y sus hijos– llamado ‘VikInca’, en alusión al encuentro entre el norte de Europa y el Perú; y conoció el cine en Suecia, de la mano de grandes cineastas y actores.
Estudió Arquitectura en la Universidad Nacional Federico Villarreal y luego viajó a París, para estudiar un doctorado en Urbanismo. Ahí, en París, y luego en Estocolmo, incursionó en el cine, como estudiante, y participando en rodajes importantes. Por ejemplo, trabajó en el rodaje de “La truite” (“La trucha”), una película francesa dirigida por el reconocido cineasta estadounidense Joseph Losey, basada en la novela homónima de Roger Vailland, y donde actuaron grandes del cine europeo como Isabelle Huppert, Jean-Pierre Cassel, Jeanne Moreau y Daniel Olbrychski, entre otros.
“En París, me compré una Nagra 3, una grabadora de culto en el cine, y empecé a ofrecer mis servicios como ingeniero de sonido a los cineastas sin muchos recursos. ‘Hay un peruano que tiene una grabadora’, se empezó a correr la voz. Y empezaron a darme trabajos interesantes, algunos de ellos para la televisión, así pude conocer a Gabriel García Márquez, a Fernando Botero, a Rubi Guerra, a Plinio Apuleyo Mendoza, quien conducía un programa de televisión cultural desde París para la televisión colombiana y venezolana. Un día participé en una entrevista que se hizo a Joseph Losey para la televisión colombiana. Joseph me dijo que había podido notar que tenía problemas con mi grabadora, y se acercó a conversarme. Entonces me dijo si no quería actuar en algunas de sus películas. Yo le dije que podía hacer lo que sea en sus películas, actor, técnico, lo que quisiera. Él me dijo que yo estaría en la próxima película que rodaría en Francia”, recuerda César. Fue así como participó en el rodaje de “La truite”. Y esa fue la mejor escuela de cine de toda su vida.
César ha realizado una decena de cortometrajes experimentales en Suecia, donde vive con su familia desde fines de 1980. “Para mí, el concepto de cine tiene que ver con una película de un minuto o de dos horas. De cualquier forma, es cine. Es como en la literatura: un poema corto puede ser tan valioso, o más, que una novela. Casi todos los cortos y documentales que hice los vendí a la televisión sueca.
Yo los llamo ‘metáforas visuales’. Uno de los críticos de arte más importantes de Suecia dijo que yo era uno de los mejores realizadores de cortos que había en Suecia”, dice César sonriendo, pelo negro lacio que no llega a tocar sus hombros. Me mira profundamente por unos segundos, con una media sonrisa, como si fuese a gastarme una broma punzante o ya no le importase nada en la vida. Entonces lo veo como un curandero del Ande, y estoy a punto de preguntarle si ha tomado San Pedro o si chaccha coca, pero enseguida me siento estúpido, ignorante, y no le digo nada.
Acerca la laptop que está en la mesita de mármol frente a nosotros y me enseña un artículo de un diario sueco, fechado el 6 de julio de 2001; está escrito por Leif Furhammar. Más tarde, en mi casa, leo en internet que Furhammar “fue un erudito cinematográfico, crítico de cine y escritor sueco”. César traduce parte del artículo para mí: “Cesar Galindo es indio nacido en el Perú, pero trabaja en Suecia como uno de los mejores directores de cortos que tenemos. Muchos de sus cortos, dolorosos, hablan sobre la opresión de su pueblo.
Pero, indiferentemente de cualquier trabajo que haga, el resultado es de una minuciosa precisión, meticulosidad, limpieza en la forma y concentración en la expresión artística. Una nueva obra de él es un gran suceso fílmico, aún si los cortometrajes no son de interés de la prensa…”.
El quechua en el alma
A César le parece absurdo que en el Perú la gente del Ande y algunas regiones tengan que hablar español para ser aceptadas por la sociedad. “El Perú avanzaría mucho si se respetaran las diferencias culturales, impulsando el desarrollo de cada cultura en sus propios términos, en su idioma. El respeto mutuo entre las diferentes culturas que habitan el país engrandecería nuestra identidad, la fortalecería, necesitamos entendernos como sociedad. En España, por ejemplo, están los vascos, catalanes, gallegos; en Francia, los bretones, normandos, corsos, todos reivindican fuertemente su cultura, hay una integración muy grande.
Si estamos orgullosos de Machu Picchu, de Choquequirao, de nuestra diversidad culinaria, que es lo que nos vende, de alguna manera, al mundo, ¿por qué no estamos orgullosos de nuestra población y sus diferentes culturas? ¿Por qué no potenciamos eso?”.
Hace diez días, César estuvo en la India y pudo constatar que las películas en Bollywood se hacen en diferentes idiomas, dependiendo de la región donde se filman. Propone un modelo similar para el desarrollo de la industria cinematográfica en nuestro país. “Deberíamos hacer más cine en quechua que llegue a todo el mundo quechua; que llegue hasta Ecuador, Bolivia, al norte de Chile, Argentina, al sur de Colombia… ¿Por qué no explotar esas posibilidades? Por ahí va mi trabajo. “Willaq Pirqa”, por ejemplo, refleja los diversos porcentajes que todos los peruanos tenemos de nuestras culturas ancestrales; de cierta manera, todos nos sentimos reflejados en esta película. Dentro de esa perspectiva, me interesa hacer cine en quechua, no por moda o chauvinismo”.
En “Willaq Pirqa”, cuando la profesora le habla al niño Sistu, como amiga, en aquella escuela de los Andes, le habla en quechua. Pero cuando la profesora se dirige a él en el salón de clases, de manera oficial, lo hace en castellano. “Esto yo lo planteé conscientemente en la película porque nuestra sociedad funciona así, lamentablemente. Para un niño en el campo, ¿qué significa la bandera peruana? Nada; el Estado no le retribuye nada, y eso es absurdo”.
Para el director, el racismo es universal; los del norte de Europa se sienten mejores que los menos blancos. En Italia, por ejemplo, dice, el siciliano, el napolitano, que habitan al sur, son mal vistos por el del norte, por el de Milán, “pero en el Perú es aún más duro el racismo”. ¿Alguna vez fuiste discriminado en Europa?, le pregunto. César responde que cuando llegó a París y luego se mudó a Estocolmo había menos migración.
“En el metro de Suecia solo había dos o tres ‘cabezas negras’ –como a veces nos llaman–, había mucha menos migración. Hoy la situación es distinta. Pero yo nunca me sentí discriminado, realmente; la autoestima en ese sentido es muy importante; en una reunión de reyes o de trabajadores me voy a sentir igual. Una vez, en Cusco, un taxista me preguntó si yo era extranjero. ‘No, soy cholo, como tú’, le dije. Y agregué, riendo: ‘La diferencia es que estoy orgulloso de lo que soy’. Tenemos derecho a asumir que somos un pueblo digno”.
César Galindo anuncia que pronto tendrá listos cuatro proyectos cinematográficos: una película protagonizada por la actriz huamanguina Carolina Luján y Magaly Solier, ganadora también de los premios DAFO; otra película que narra una tragedia andina, shakesperiana, según sus palabras; una película sobre la mitología andina; y un documental sobre Yma Súmac.
“¿Cómo definiría mi identidad? Imagínate una guitarra. Cuando toco la primera cuerda, suena a Suecia; cuando toco la segunda, la tercera, suena a inglés, a francés: cuando toco la cuarta, suena a español… Y cuando toco todas, aparece el quechua. La cultura quechua es lo que más me conmueve, no puedo escuchar algunas canciones andinas, me hacen llorar, tengo que estar con el espíritu bastante fuerte. Lo más profundo en mi personalidad tiene que ver con el quechua, es mi infancia”.
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