Juan Paredes Castro reedita su libro “La República incompleta” y traza un paralelo entre la caída de Alberto Fujimori y la de Pedro Castillo. Además, el exdirector y actual columnista de “El Comercio” analiza cómo se ha degradado la política y ha crecido la insatisfacción en torno a la democracia.
Por Redacción COSAS Fotos José Rojas Bashe
¿Qué diferencia la caída de Fujimori de la caída de Castillo?
El Congreso, por ejemplo. La bancada fujimorista, a pesar de estar fuertemente comprometida con la autocracia, da un paso al costado y renuncia a la presidencia del Congreso. Eso facilita la elección de Valentín Paniagua. Muchos de los miembros de esa bancada fujimorista se juntaron acá en el Hotel Country Club con sus pares de la izquierda y de los demás partidos en la Mesa de Diálogo de la OEA para gestar una irrepetible concertación de acuerdos y consensos que luego se convirtieron en leyes para reconstituir la institucionalidad.
Estaba Eduardo Stein como jefe de la misión de la OEA. Su papel fue clave. Lamentablemente, muchos años después, Stein renuncia a candidatear contra Luis Almagro para dirigir la OEA. Se nota la diferencia entre ambos.
El papel de la OEA fue mucho más que decoroso. Fue conciliador porque fungió de espacio estratégico para que esos acuerdos funcionaran. La gran pregunta es por qué no hemos seguido esa línea de reconstrucción institucional.
Fue una época de reconstrucción institucional, pero también de crecimiento económico y democracia plena.
En una parte del libro me acuerdo que tomé el momento con un escepticismo constructivo. Habíamos vivido diez
años fuera de los partidos y de las deliberaciones. Fue algo reactivo. De pronto, vino esta especie de primavera política. Lo de ahora, en cambio, ni siquiera es un otoño. Hay una desafección política, pero con una indiferencia total hacia la democracia. Como si ya la tuviéramos ganada y no necesitara que le pusiéramos punche.
El lado bueno de esa desafección es que no hubo apoyo masivo al proyecto autoritario de Castillo.
Claro, pero ahí viene la gran pregunta de las encuestas, si el índice de indiferencia en el Perú se interpreta como descontento con la democracia, casi al nivel de Haití.
No es un tema nuevo. Con Toledo parecía que se llegaba a un fondo, pero al parecer siempre hay más abajo.
No, pero es acumulativo. La democracia no está dando grandes satisfacciones. Toledo personalizó la impopularidad, pero el país funcionaba.
Y había mejores ministros y cuadros en el Gobierno.
Claro, había mejores cuadros. Creo que había un mayor respeto por las consideraciones y requisitos de los cuadros.
El sistema SERVIR ha ido desarrollándose de alguna manera.
¿En algo hemos mejorado durante estos veinte años?
Te diría que no. Yo le llamo la peligrosa regresión institucional. En el Congreso hay un nivel delincuencial más gangsteril, más escandaloso. Necesitamos mejorar las reglas de juego democráticas. Trazar la cancha y tener un árbitro confiable. Requerimos tener un Jurado Nacional de Elecciones en el que podamos confiar. En una cancha democrática no pueden entrar a jugar los que no creen en la democracia. Dina Boluarte es la responsable de garantizar unas elecciones limpias y un ordenamiento político que nos permita restaurar nuestra democracia. Ella podría, además, plantear una serie de reformas políticas bien conversadas con el Congreso.
En 2001 también se pretendió hacer reformas que finalmente quedaron en nada. Por ejemplo, se quiso cambiar la Constitución a través de la Comisión de Estudios de las Bases de la Reforma Constitucional.
Por eso se llega a ese articulado en el que se garantiza que toda reforma o cambio constitucional se debe hacer con esta
Constitución, o sea, es una Constitución abierta y por sí misma reformable.
También se quiso cambiar la propiedad de los medios, como sanción por la venta de líneas editoriales.
Bueno, es que el control de los medios es una idea que ha pasado siempre por todos los gobiernos.
Ahora mismo hay como seis proyectos de ley para intervenir los medios. A lo que voy es a que la tentación por reformarlo todo no siempre da buenos resultados. Por ejemplo, la descentralización de esa época con Toledo.
Claro, está criticada aquí porque fue una mala descentralización. Estuvo muy mal hecha. Toledo se entusiasmó en que haya elecciones regionales durante su mandato, y las convocó. Pero la descentralización no estaba diseñada ni organizada; entonces, ese traslado de competencias de recursos a las regiones tuvo gruesas fallas. Muy gruesas. Yo diría que necesitamos una mayor intervención vigilante de la economía y las finanzas de las regiones.
¿La rápida reacción de las instituciones ante el golpe de Castillo no da para cierto optimismo?
Creo que fue una reacción institucional muy plausible, pero que estuvo un poco rodeada de suerte. No sé si tuvimos
la gran suerte de que las instituciones militares no se plegaran a Castillo o es que tuvimos en esas instituciones militares la fortaleza democrática convincente. Tengo mis dudas, con todo el respeto que me merecen las Fuerzas Armadas. Algo las iluminó para no plegarse. Mi punto de vista es que ese golpe estuvo previsto desde el primer día por Castillo. No miremos esta democracia a la ligera. No pensemos que tiene una protección divina. Estamos viviendo una fragilidad democrática desde hace mucho tiempo, así como estamos viviendo un fortalecimiento económico que muchos no podrían creer. A unos milímetros de ese modelo tenemos una fragilidad institucional enormemente extendida, a tal punto que en Puno el ejército no puede izar la bandera en un acto de domingo. Estamos perdiendo la nación y la república.
Eso también viene de atrás, ¿no? Puno, Loreto. Siempre hemos estado al borde del separatismo. El Estado Sud-Peruano, las Provincias Unidas del Río de la Plata…
Sí, claro, nosotros no hemos sido una nación cohesionada desde el primer día. Nuestra constitución dice que somos una república unitaria, pero al costado de la desintegración tienes un presidencialismo absolutista también. El presidencialismo está muy marcado por la falta de control que deja demasiada manga ancha. El presidencialismo pasa a ser el poder sin límites, porque le basta con conseguir un voto de confianza del Congreso. Necesitamos una reingeniería del Estado que nos permita hacer de este un Estado real.
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