El viticultor mendocino Sebastián Zuccardi reflexiona sobre la evolución del vino argentino, y de su conexión natural con Perú.

Por Melina Bertocchi

“Si estoy acá sentado conversando contigo es porque lo elegí”, me dice Sebastián Zuccardi, tercera generación de esta familia mendocina que es un importante referente para el mundo del vino en Argentina y en la región. Por tercera vez han sido reconocidos como la mejor bodega del nuevo mundo por la publicación estadounidense “Wine Enthusiast”, y también han recibido 100 puntos de Parker en tres ocasiones. En estos reconocimientos, todos tienen responsabilidad. Desde su abuelo Alberto Zuccardi, quien inició el camino en 1963, seguido por su padre José Alberto, hasta Sebastián junto a sus hermanos, Julia y Miguel. Y es que todos se han involucrado con pasión en el negocio familiar. “Hay algo que mi papá dice y me gusta mucho, y es que ‘en los cambios generacionales, las empresas familiares se refundan o se refunden’. Y en nuestra familia hubo una refundación cuando mi papá toma la posta de mi abuelo; y cuando nosotros empezamos a trabajar hubo otra. Mi familia no cultivaba en el Valle de Uco, y hoy Zuccardi es un 98% del Valle de Uco”, asegura Sebastián. Su esposa Marcela lo acompaña desde que tenía 17 años e iban al colegio secundario de orientación enológica. Ha sido una compañía fundamental para Sebastián, y además tienen dos proyectos juntos: los espumantes Alma 4 y Cara Sur, vinos de la zona de Barreal. Juntos tienen dos hijas, Helena e Isabel, a las que también les está transmitiendo el amor por el vino. Cuenta que ambas prueban lo que ven en las copas, y la menor disfruta mucho en el laboratorio, pues dice que quiere ser científica. Y aunque le emociona pensar que pueden ser parte de la cuarta generación, no pretende nada de ellas. “Al igual que mis padres, yo les estoy transmitiendo lo maravilloso del vino. Si ellas eligen y tienen ganas, será una alegría”, asegura.

Zuccardi y Perú

Zuccardi junto a su esposa, Marcela, y sus hijas, Helena e Isabel.

La Mar fue el primer vino pensado especialmente para la cebichería de Gastón Acurio. Es un vino blanco mezcla de Sauvignon Blanc y Chardonnay de la zona de La Carrera, a 1500 metros sobre el nivel del mar, con una acidez natural muy buena, que lo hace ideal para la propuesta marina con foco en platos crudos como el cebiche. “Este vino tiene que ver con lo que nos une y las ganas de caminar juntos. Quise hacer un vino que a través de la acidez y la frescura pudiera potenciar el plato”, confirma Sebastián. Y hace poco también concibió un vino junto a Virgilio Martínez para su restaurante MIL, en el Valle Sagrado. “Este nace de la conexión que tenemos, y de cómo la Cordillera de los Andes es lo que nos une. Por eso pensé en un Malbec de San Pablo, para conectar MIL con el Valle de Uco”, cuenta. Un vino que lo marcó de manera especial fue el Zuccardi Q Tempranillo, pues fue el primer vino que llevó su apellido, en 1997. Una de las enseñanzas más importantes para Sebastián fue la de su abuelo: “Hay muchas cosas, pero recuerdo que siempre nos llevaba al límite entre el viñedo y el desierto y nos decía: ‘Si el hombre no trabaja, el desierto busca recuperar lo que le pertenece’. Eso tiene mucho sentido en la profundidad de lo que significa la agricultura”. “La magia del vino es que podemos hacer nuestro trabajo, nuestra vida y nuestra familia en el mismo plano. No tienes límites en ese sentido. Si tienes la suerte de compartir esas cosas y poder llevar a tus hijas, a tu familia, el ciclo se completa”, concluye.

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