¿Cómo la planificación de una ciudad puede contribuir a la seguridad de sus habitantes? ¿Es el diseño una herramienta para desincentivar la delincuencia en una ciudad desbordada por el crimen? Un criminólogo y un urbanista responden a estas y otras interrogantes sobre el papel del urbanismo en la seguridad ciudadana y cómo el activar espacios públicos, repensar la movilidad urbana y considerar la estética del entorno puede ayudar a disuadir el delito.

 Por Edmir Espinoza Ilustración de Elmer Yarmas / Fotos: Agencia Andina

 Si hay alguna problemática ciudadana que transforma el pensamiento colectivo de los habitantes de una urbe y los convierte en seres cada vez más individualistas y temerosos del ‘otro’ es la percepción de inseguridad. En Lima, la persistente sensación de estar inseguros ha transformado la estructura de la ciudad. Los barrios de antaño, que hasta hace algunas décadas predominaban en la capital, y donde vecinos grandes y chicos cuidaban unos de otros, han sido reemplazados por muros ciegos, rejas y estacionamientos particulares, reduciendo la vigilancia social de las calles y volviéndolas espacios vacíos, donde la delincuencia puede actuar con mayor impunidad.

Ante esta problemática, las soluciones punitivas han demostrado su ineficacia. Diversos estudios revelan que las urbes con más presencia policial son, precisamente, donde mayor percepción de inseguridad existe. En este escenario, CASAS habló con un criminólogo y un urbanista para determinar cómo desde la planificación urbana es posible implementar estrategias que reduzcan la percepción de inseguridad y generen espacios públicos más diversos y seguros para la población.

Espacios vivos para frenar la inseguridad

Para Javier Vera, investigador del Grupo de Investigación en Urbanismo, Gobernanza y Vivienda Social de la PUCP, las ciudades nunca deberían ser ‘100% seguras’, ya que esto, al final, resulta en una paradoja. “La ciudad implica imprevisibilidad, interacción, riesgo. Una ciudad segura al 100% no es una ciudad, sino una cárcel, un condominio privado o un campamento minero. Y esto es importante, porque un espacio donde no sucede nada, que no es dinámico y no es activo, es justamente un espacio propicio para la inseguridad”, refiere Vera.

Para el urbanista, un caso concreto que explica cómo las acciones que la ciudadanía emprende para reducir la inseguridad pueden, por lo contrario, promover la delincuencia, son los muros ciegos que vemos por todos lados. “Antes las casas tenían un retiro con un jardín o una terracita. Ahora ese retiro ha sido reemplazado por un muro perimétrico, y esto genera que ninguna vivienda tenga relación con lo que sucede afuera, lo que convierte a la calle en un espacio sin vigilancia social y en un lugar perfecto para la delincuencia”, afirma el arquitecto.

Ante esta coyuntura, Vera no cree que derribar los muros sea la solución. En cambio, el experto sugiere transformar las condiciones que producen ese muro. “Necesitamos hacer que afuera de estos muros, comiencen a suceder cosas que incentiven a las personas a disfrutar de la calle”, comenta Vera, quien también cree que necesitamos repensar la movilidad de nuestra ciudad.

“Si nosotros reducimos la movilidad de la ciudad, la privatizamos y la reducimos a que cada uno tenga su auto propio, estamos promoviendo un modelo de ciudad en el cual cada uno vive en su burbuja. Por el contrario, con un sistema de transporte público integrado y de calidad, se genera un sistema de espacio público, lo que significa que yo salgo de mi casa, camino hacia el paradero, y en ese camino hay ojos en la calle”, explica Vera.

Orden y formalidad para transformar la urbe

Cuando se habla de estrategias para enfrentar la inseguridad ciudadana, son pocas las veces en las que se habla de políticas de planificación urbana. Sin embargo, el diseño de una urbe tiene un impacto claro y directo, aunque quizá poco visible, en la delincuencia.

Nicolás Zevallos, criminólogo y exviceministro de Seguridad Pública, es un convencido de que una ciudad que no planifica promueve el desorden y, a su vez, el desorden termina siendo un vaso comunicante que abre paso a la delincuencia. “Un transporte público desordenado es, sobre todo, un espacio gigantesco para el desempeño de la conducta delictiva. Lo mismo con un mercado informal, caótico, con entradas y salidas poco controladas, con poca vigilancia”, explica Zevallos, quien cree que el urbanismo tiene mucho más que ofrecer en la lógica de prevención del delito, que la lógica persecutora que puede tener una función policial.

Zevallos explica que todo hecho delictivo es la confluencia de tres cosas: un actor motivado, un objetivo alcanzable y la ausencia de vigilancia. En atención a ello, el urbanismo puede promover mecanismos que ataquen tanto a la motivación y a la oportunidad de cometer un delito, como a la vigilancia ciudadana en un entorno urbano.

En concordancia con lo que explican los expertos entrevistados, el estudio “Seguridad ciudadana y justicia en América Latina en 2030: tendencias, riesgos y oportunidades”, publicado por el BID en 2023, reveló que las intervenciones de diseño urbano en espacios públicos pueden reducir hasta en un 30% los delitos violentos y hasta en un 22% los delitos contra la propiedad.

El exviceministro explica que, si bien hay diversas estrategias desde el urbanismo y el diseño de la ciudad para promover ambientes más seguros, estas están agrupadas en dos grandes líneas de discusión. La primera tiene que ver con elementos estructurales: cómo organizas la ciudad en términos macro para distribuir a la población y los servicios públicos, y cómo controlas la distribución del espacio para generar espacios más heterogéneos, fluidos y ordenados. Una segunda línea se refiere a cómo se organiza el entorno y cómo este ofrece estructuras de oportunidad e incentivos para la delincuencia. Y aquí tiene mucho que ver la recuperación estética del espacio como un disuasor de la conducta delictiva.

“Un espacio sucio, cochino y descuidado atrae delincuentes. Así que no solo se trata de recuperar el espacio, sino de activarlo socialmente. Y esto se puede encontrar cuando le ofreces a la gente una canchita. No solo estás ofreciéndole a la comunidad cerrar el espacio y ponerle luz. Le estás diciendo a los vecinos ‘oye, acá puedes pichanguear, reunirte para hacer actividades, salir a jugar con los niños’. Y esto ocurre con las placitas, los parques, los juegos infantiles y cualquier otro espacio público. Cuando un espacio público se activa en función de darle el servicio a la comunidad, generas un espacio de protección posible”, agrega Zevallos.

Además, el criminólogo añade una tercera línea que puede promover la seguridad desde el diseño y el urbanismo, pero a una escala menor. “Se trata de un concepto llamado prevención del diseño, y que busca generar espacios seguros a un nivel más micro, más específicos, como una casa, un condominio, un barrio o una oficina”. Entre los ejemplos que sugiere Zevallos están las casas con ventanas gigantes, que promueven que todos los espacios del inmueble sean observables, o parques colocados en medio de edificios, que generan una vigilancia social de forma natural.

Consultado sobre tres acciones concretas desde la planificación urbana para reducir la inseguridad, Zevallos se apura en mencionar la identificación y transformación de lugares peligrosos, la intervención urbanística en conglomerados comerciales, y el control de los principales paraderos de transporte público.

“Primero tenemos que identificar los lugares más complejos y peligrosos, y recuperarlos activamente para la comunidad, en distintos niveles. Desde parques, en algunos barrios, hasta calles específicas, tenemos que transformar estos espacios con la propia comunidad para que sean utilizados para distintos fines por vecinos de distintas edades y condiciones”, explica el experto.

Los espacios públicos vivos y dinámicos, que concentran a diversos segmentos de la población, han demostrado generar una vigilancia ciudadana que reduce la inseguridad y fortalece los lazos de la comunidad.

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La inseguridad ciudadana es un problema que debe atacarse con urgencia y proactividad desde diversos flancos. Uno de ellos es el diseño y planificación de una Lima más segura, que promueva espacios vigilados y donde la propia comunidad y sus dinámicas sociales alejen a la delincuencia. Se trata de un proceso más largo y complejo que otras soluciones con enfoque punitivo, pero los impactos del urbanismo bien aplicado siempre serán más sólidos y consistentes en el tiempo.

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