Sebastián Cabrera nos recibe en su estudio en Barranco para enseñarnos su obra y hablarnos de sus procesos.
Por: Lucas Cornejo Pásara | Fotos: Nicolás Garrido
Sebastián Cabrera (Lima, 1982) inició su formación artística en la Pontificia Universidad Católica del Perú entre y luego se trasladó a Barcelona para completar su licenciatura en Bellas Artes en la Universitat de Barcelona. Continuó su educación con un Máster en Producciones Artísticas y Recerca en la misma universidad y luego realizó un postgrado en Video Digital y Video Interactivo en la Universidad Pompeu Fabra. Ha hecho diversas residencias y expuesto tanto fuera como dentro del país. Recientemente ha expuesto en la galería Enhorabuena en Madrid, en el Espacio Aparador en París y en el Espacio Perro Blanco en Lima. Su taller encuentra en Socorro Estudios, un conjunto de espacios diseñados por Kike Norman en el jirón Santa Rosa de Barranco. Comparte espacio con Iosu Arumburú y tiene como vecinos a Alonso Mujica, Carolina Bazo, Ricardo Wiesse, Valeria Ghezzi. Me recibe fumando un cigarro. Está contento por la visita, pues dice que le ‘gusta tener feedback de gente cuya opinión y criterio valor’. Sus pinturas tienen mucho movimiento, son escenas oscuras y potentes.
Cuando le pregunto por sus influencias explica: ‘Primero matamos a Richter, luego matamos a Tuymans y ahora creo que estamos intentando matar a Philip Guston y todo lo que chorrea de él. Uno tiene que empezar a desembarazarse de ciertos referentes. Está bien que entren y salgan, pero solamente tienen que visitarte, no pueden tampoco acompañarte demasiado… Este último año he estado viendo la obra de Ives Tanguy, de Tala Madani y de Lee Lozano, que brutal’.
¿Con qué comienzas y cómo va evolucionando tu proceso?
Comienzo con unas cosas bien raras, y un profesor me las mandó un poco a la mierda. Estuvo bien porque fue como el primer revolcón. Luego hice cosas bien conceptuales, con texto; con estos paneles de los aeropuertos que cogía en movimiento; y con retratos con texto encima. Pero luego me di cuenta que el texto-imagen es muy difícil y finalmente me dejó de interesar. Ahí es que entro en esta onda más Richter, más desde la fotografía. Me interesaba la imagen en sí. Hice mi primera muestra individual, As Castles, en Lucía de la Puente y luego vino una segunda titulada Acechando la imagen. Ahí ya me alejé un poco de Rcihter. Luego creo que me fui alejando de la imagen fotográfica. Empecé a trabajar más desde el boceto, que me parece necesario, porque tiene una transformación. Incluso, cuando vas desde una imagen que has tomado y te gusta el objeto representado y pasas al boceto, sacrificas cosas y otras surgen. Cuando pasas al lienzo con ese boceto, sucede lo mismo. Se hace una especie de depuración, o sea, de aparición y desaparición de formas y cosas.
¿Y de dónde vienen las imágenes? ¿Cuáles son tus fuentes?
Normalmente son dibujos que hago. Pero, por ejemplo, estas personas en el cine, o estas reuniones, o los perros son más imágenes que iba encontrando. Por ejemplo, esas dos que forman un díptico son el G8 reunido viendo el mundial de Alemania, y, por otro lado, la reunión de la captura de Bin Laden. Vienen de medios periodísticos. En otros casos usé imágenes que simplemente me gustaban y que alteraba al llevarlas al lienzo. También he utilizado fotos que yo tomaba.
¿Y en cuanto a fuentes de inspiración de otras disciplinas?
Siempre me ha gustado trabajar con los músicos minimalistas, contemporáneos, tipo Terry Riley, Steve Reich. Trabajar en esta repetición es muy bacán. Me concentro bastante.
Tus imágenes me hacen pensar mucho en historias. Hay unas más abstractas y poéticas, pero muchas son muy narrativas…
Sí, creo que oscilo entre esas dos un poco: entre algo más figurativo y más narrativo, y algo también figurativo, pero más tirado a lo abstracto. Depende de lo que me interese hacer en ese momento también.
¿Y qué se te hace más sencillo? ¿Qué te sale más natural?
La línea me viene más fácil que el color. Pero creo que siempre lo mejor es dejar de pensar tanto. Al final, llegas a un punto en el que no piensas demasiado y es ahí cuando aparecen las cosas más interesantes. No quiero sonar abstracto o hippie, pero la pintura te habla. Pienso que a veces hay que desembarazarse, por ejemplo, de lo iconográfico. Puede ser muy útil, pero a mí no me interesa mucho. Eso no quiere decir que no piense que hay gente que lo maneja muy bien. Tampoco diría que está ausente en mi obra: están los Cristos, por ejemplo, pero creo que ese es mi límite.
¿Crees que la obra de arte debe funcionar sin un discurso teórico a priori?
En mi opinión, las obras de arte tienen que sostenerse por sí solas. Si hay un discurso detrás, genial, pero la obra no debe depender de este. Hay discursos detrás que complementan esa obra y funciona muy bien, pero hay otros que, más bien, la arruinan. No está mal escribir sobre la obra o hacerla dialogar con una teoría, pero también está bien abandonarse un poco a lo irracional… Tampoco me gusta cuando una obra de arte se sostiene por la nostalgia.
¿A qué te refieres con eso, con la nostalgia?
A la nostalgia de otra época.
La nuestra está sobrecargada de imágenes y se comunica a través de la inmediatez. ¿Qué pasa con la pintura en el reino de Instagram?
Es interesante; incluso, divertido, porque todo es más incierto… Pareciese que es muy difícil leer las cosas en el presente presente… La visión de una pintura puede cambiar muchísimo en dos años. Pero la pintura es rebelde a este mundo que describes. Para empezar, ocupa un espacio. Aparecen en el espacio y te acompañan en este. En la pantalla eso no sucede. Puedes ver una pintura en foto y te encanta, pero cuando la ves en real no tanto, o al revés… Entonces, ver pintura u obra en el celular está bien, porque descubres cosas, pero también es un poco injusto… Cuando veo obra así, puedo opinar algo, pero no puedo juzgarla mucho porque sé que no la he visto en su hábitat, en su espacio… Para mí la pantalla es una pequeña ranura por la que ves muy rápido y solo una parte de lo que hay.
Efectivamente, tu obra la sueles presentar en un espacio que de por sí tiene toda una narrativa. Hoy la vemos en este espacio de Kike Normam, en Perro blanco era parte de un departamento diseñado por Theodor Cron. Son espacios que a su vez son obras arquitectónicas. De alguna manera tu obra se presenta dentro de otra…
El espacio determina bastante cómo presentas la obra. Te indica qué obras poner y cuáles no. El año pasado, por ejemplo, expuse en Madrid la muestra El bolsillo del muerto en Enhorabuena, que tenía un espacio soterrado. Por eso tuvo sentido poner una instalación de cerámicas en medio de todo. Pero, cuando esa muestra la lleve al Aparador en París de Aldo Chaparro, el montaje fue totalmente diferente. Las pinturas tenían un mayor protagonismo. Siempre me involucro muchísimo en el proceso de montaje. Es crucial crear una atmósfera. Para eso es importante leer el espacio y dialogar con este, pues también sucede que el espacio se come a la obra.
¿Y te interesa trabajar las obras como un conjunto unitario o apuestas más la suma de obras individuales?
Creo que hay piezas que por sí mismas funcionan y se aguantan, y es lo ideal. Pero hay otras piezas que, si no están dentro del grupo con el que las creaste, no se aguantan. Por supuesto, uno siempre quiere llegar a lo primero, pero no siempre se logra.
¿Qué sucede cuando pintas un cuadro y te encanta, pintas otro e igual, pero los ves juntos y se llevan pésimo? ¿La expones juntos?
Es difícil. Normalmente, mis exposiciones sí fueron hechas en un mismo período de tiempo. Ese vínculo contextual está. Aunque sí algunas veces me ha pasado que una pieza no encontraba su lugar hasta años después con una muestra para la que no fue pensada.
¿Te es fácil pintar o te cuesta? ¿Te diviertes o te estresas?
Depende. Si voy con demasiada intención de algo, de repente me cuesta mucho. Me divierto y también puedo estresarme. Principalmente cuando algo no está resultando y no logro identificar por qué. Eso frustra, pero también hay que saber cuándo dejar una pieza y que no termine overcooked. Ya me ha sucedido con varias pinturas… Me estreso, pero no como cuando trabajaba en un restaurante. No hay eso de la hora pico con cien personas en sala. Este es más un estrés que te llevas y te acompaña. Y es algo bueno porque te da ganas de volver al taller y hace que no pares.
Y en cuanto a rutinas y disciplina… ¿Pintas mucho?
Depende de la época. A veces me quedo en casa y pinto más en papel. Cuando vengo pinto en lienzo, pero no tengo un horario. Soy más de trabajar en las tardes y noches. Prefiero en la mañana hacer todo lo que es motriz: comprar materiales, ordenar cosas, fondear telas… Después almuerzo ya empiezo a ser más productivo. No tengo un horario estricto, pero sí trabajo a diario de alguna u otra manera.
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