A sus 15 años, la menor de la familia De Osma Bedoya hizo historia a inicios de agosto: en Calgary, Canadá, se coronó campeona mundial Sub-17 de esquí acuático, en la modalidad de slalom. Desde Orlando, Estados Unidos, donde vive desde hace cuatro años, nos cuenta acerca del triunfo, las claves de su ascendente carrera y sus sueños a futuro. ¿Cómo se crece sobre un esquí?
Por Kike La Hoz
Domingo 4 de agosto. En las afueras de Calgary, Canadá, el Mundial Sub-17 de Esquí Acuático roba unos puntos de rating a los Juegos Olímpicos de París. Se define la final de la modalidad slalom. En Lima, pocos los saben, pero el turno es de Cristhiana de Osma. En un lago que tiene nombre de bestia salvaje (Predator Bay), la peruana de 15 años ha llegado a la última jornada de la competencia como una de las dos favoritas: no en vano, desde mayo es la nueva número 1 del ranking mundial de la categoría.
la categoría. Diez de las doce finalistas no han podido superar la mejor marca hecha por Cristhiana en semifinales: sortear en zigzag al menos tres de las seis boyas reglamentarias con una soga de 11,25 metros unida a la lancha a motor. La mejor de todas apenas pudo superar una boya con esa distancia antes de hundirse y patalear en el agua. Cristhiana sabe que ninguna de esas diez son rivales de temer. La verdadera rival tiene nombre de bendición igual que ella: Trinidad Espinal, una chilena, un año y medio mayor, a la que mira con suspicacia desde que empezaron a enfrentarse cuando ambas eran tan solo unas niñas. Antes que ella, Cristhiana será la penúltima en meterse al lago, sujetar la soga, tensar los músculos, ascender como una divinidad mitológica desde el fondo del agua y empezar a cortar la superficie con la precisión de una cirujana acróbata.
Primero con 14,25 metros de cuerda (tercer recorte), porque el primer y segundo suelen ser muy sencillos, luego con 13 metros (cuarto recorte) y después con 12 metros (quinto recorte). Esquivar las seis boyas será un placer burocrático para Cristhiana. Puño en alto en el lago; aplausos en el muelle. Tiene podio asegurado. Pero con 11,25 metros (sexto recorte), cruzar de lado a lado y mantener la postura es tarea de equilibristas. La lancha acelera hasta los 55 kilómetros por hora. El rugido del motor es el aviso. Una boya; el lago se eriza. Dos boyas; parece cobrar vida. Tres boyas; se sacude feroz. Cuatro boyas; salpica su furia. Cinco boyas; opone resistencia. Y entonces Cristhiana cae y pega dos puñetazos educados contra el agua.
—Pero cuéntale tu estrategia, cuéntale… —le insiste su madre y mánager, Mónica Bedoya, en su casa de Orlando, Florida, a casi un mes ya de aquella final.
—Como yo sabía que Trinidad había hecho cuatro boyas al sexto recorte en la semifinal, y yo no quería ir después de ella, porque es más presión, entonces decidí hacer solamente tres boyas. Así me ponían penúltima en el orden de la final —confiesa Cristhiana como si contara una travesura—. Entonces, diez rivales iban antes que yo, y después de mí iba Trinidad. Fue menos presión para mí.
Ya en la final, una vez que empezó su intento al sexto recorte, Cristhiana se paró firme sobre el esquí, convencida de que estaba muy cerca de la victoria. Verla, en la repetición del canal de YouTube, The Waterski Broadcasting Company (TWBC), es en realidad contemplarla como una artista plástica sobre un lienzo de agua.
—¿Y qué fue lo que te sedujo del esquí? —le pregunto.
—Me encanta… —demora en encontrar la siguiente palabra.
—…la sensación —la auxilia su madre.
—La sensación, sí, esa es la palabra —confirma con su voz de niña grande—. La sensación del esquí siempre me ha enamorado. Me acuerdo de chiquita que siempre me encantaba. Me encantaba el reto que me daba. Siempre entrenar fuerte, sacar los trucos. Y eso es lo que me sigue motivando.
—¿No te da un poco de miedo o vértigo?
—A mí en verdad la velocidad no me afecta —asegura.
—La velocidad con la que compite es la misma que la de la categoría Open —se refiere Mónica a la categoría absoluta—. O sea, la velocidad es 55 kilómetros por hora a partir de la categoría Sub-17.
—Vengo entrenando a esa velocidad desde hace ya mucho tiempo —confirma su hija muy segura de sí misma—. Y como que ya no la siento. No me da miedo.
El equilibrio es traicionero. Cristhiana acaba de caer al agua. Sus puños contra el lago dicen lo que su boca no puede, o no quiere. Su madre recuerda que, a pesar de haber marcado cuatro boyas y media en el sexto recorte (así la calificaron debido a la interrupción tras pasar la quinta boya), “una supermarca”, su hija estaba molesta. Poco importa que sea una marca histórica. Cristhiana solo quiere que no se le note el enojo.
Apenas resta el turno de Trinidad Espinal. Por alguna razón, Cristhiana sospecha que la chilena puede igualar su puntaje. Tan solo queda esperar.
A Cristhiana, la pandemia no le frenó la vida; en realidad, se la aceleró. El 13 de marzo de 2020, dos días antes de que se cerraran las fronteras a causa de la cuarentena decretada por el Gobierno, ella y su madre Mónica Bedoya partieron hacia Miami sin saber que no volverían a Lima en mucho tiempo. El plan era continuar la preparación de Cristhiana con Chet Raley. La cercanía de un torneo latinoamericano lo ameritaba. Pero lo que sería una visita de algunas semanas se convertiría en un viaje sin retorno.
“Mejor quédate tranquila. Esto no va a durar mucho”, pronosticó el esposo de Mónica. Con apenas 11 años, Cristhiana tuvo que acostumbrarse a su nueva vida. Primero Miami y luego Orlando, donde estudiaban sus dos hermanos mayores, Rafael (26) y Alejandra (24), esquiadores como ella. Sin las restricciones de la cuarentena peruana, los entrenamientos dieron frutos: pasó a ser una de las tres mejores del mundo en la categoría Sub-14. Los dos primeros años hizo el colegio limeño a distancia; y luego pasó a una escuela online norteamericana.
—La pandemia, entonces, definió el rumbo de la vida de Cristhiana —le digo a su madre.
—Sí, cien por ciento —confirma ella.
—¿Y los arrastró un poco también a ustedes?
—Sí. Yo ya no estaba trabajando, y como era mi última hija, me dije: “¿Por qué no?”. Y si ya estamos aquí, vamos por el primer puesto del mundo, ¿no?
Cuatro años después, Cristhiana ha decidido volver a una escuela presencial. Desde el 19 de agosto, ha empezado a asistir a una en Orlando. La semana de estreno ha sido una forma de reencontrarse con viejas rutinas: levantarse a las seis, alistarse, conocer nuevos amigos, escuchar el timbre de salida y correr a los entrenamientos con Rhoni Barton, excampeona mundial.
—¿Sientes que tienes más proyección estudiando allá?
—Sí, me abre muchas más puertas, porque mi colegio está conectado con muchas universidades de Estados Unidos y del mundo. Y eso me abre muchas oportunidades. Y mi colegio acá apoya en el deporte mucho más que mi colegio en Lima.
—¿Y cómo fue volver al colegio presencial?
—El colegio online era muy flexible con el esquí, y me dejaba ir a torneos, pero extrañaba el ambiente de un salón. Y por eso esta primera semana ha sido muy muy muy divertida.
El nuevo cambio alterará, una vez más, su vida. Si antes podía tomarse los tres meses de verano para visitar Lima y quedarse en su casa de Bujama, cerca a la laguna, el colegio presencial en Orlando acortará sus vacaciones. De todos modos, Lima seguirá siendo la capital de sus mejores recuerdos. La fotografía en la que posa con apenas un año y medio sobre un esquí acuático. Los trofeos de sus primeros campeonatos con siete años. Los retratos de su abuelo paterno, Felipe de Osma Elías, campeón nacional de esquí, que le recuerdan que la herencia es indiscutiblemente genética. Pero no solo por parte de su padre, sino también de su madre, Mónica Bedoya, hija de un esquiador amateur y ganadora de una medalla de bronce, en slalom, en los Bolivarianos de Armenia y Pereira 2005. Las raíces familiares están en Lima, pero Cristhiana es una semilla que el viento se ha llevado más lejos.
—En el carro, cada vez que la recojo del colegio, voltea, me mira y dice: “Acá estoy muy feliz” —me contará luego Mónica, responsable de que sus tres hijos aprendieran a pararse sobre un esquí mucho antes de saber leer y escribir.
A Trinidad Espinal le basta con lograr cinco boyas en el sexto recorte para ser campeona mundial. Su turno ha llegado. Cristhiana la mira desde el muelle del Predator Bay. No quiere perder ante ella. En el Campeonato Latinoamericano de Lima 2023, perdió el oro en una final polémica ante ella y otra chilena.
—¿Tienes una especial rivalidad con Trinidad Espinal?
—Totalmente. No somos muy amigas.
—¿Desde cuándo?
—Desde los 8 años.
—¿Se conocen, pero no se hablan?
—No nos hablamos mucho. Soy mas que todo amiga de las europeas, de las americanas, de las australianas. Las conozco a todas —reconoce.
—¿Con alguna tienes un vínculo especial?
—Tengo una amiga que es austriaca: Phillipa —se refiere a Phillipa Attensam, una de las mejores esquiadoras juveniles del mundo—. Somos muy cercanas. Un poquito antes del mundial se cayó y se rompió el pie. Cuando gané en Italia, en San Gervasio, le dediqué el título a ella, y también le he dedicado este nuevo título.
—¿Estuvieron empatada en el primer lugar?
—Sí, con esa amiga estuvimos empatadas en el número 1 de la categoría sub-14 durante un año.
La historia con Trinidad Espinal es distinta. Hace unos meses apenas, en el primer torneo clasificatorio para los Masters de EE. UU., fue capaz de calcar una marca imposible de Cristhiana: si la peruana superó el sexto recorte y logró una boya al séptimo recorte (10,75 metros de soga), la chilena igualó la apuesta. La única diferencia entre ambas es que Cristhiana logró repetir esa marca (en los circuitos de San Gervasio, en Italia, y Botaski ProAm, en España), y por eso su promedio es superior y es la nueva número uno en el ranking mundial. Pero Trinidad Espinal quiere su propio final feliz. Por eso, ahora, en el tercer recorte, con la soga a 14,25 metros, nadie cree que falle. En el cuarto (13 metros), avanza con arrogancia. Y en el quinto (12 metros), obliga a mordisquear dedos y uñas porque ha llegado al sexto recorte sin dificultades (11,25 metros) y se empieza a temer lo peor.
Desde el muelle, Mónica, Cristhiana, Alejandra, Rhoni Barton y el resto empiezan a contar mentalmente las boyas de la chilena más como un reflejo que como un registro estadístico. “¡Una!”, confirman todas sin pestañear. No lo dicen, pero presienten que nada podrá detenerla hasta la última boya.
—¿Se trata de una rivalidad de todos los años? —le insisto por el teléfono.
—De todos los años —repite la menor de los De Osma.
—Y va a ser siempre así —asegura su madre— porque es apenas un año y medio mayor que Cristhiana.
—Pero veo que es una competitividad que, por más que no sea tu amiga, te exige seguir mejorando.
—Sí, obvio. Que no seamos amigas cercanas hace que sea más exigente. Nos tenemos un montón de respeto.
“¡Dos!”, cuentan todos incrédulos mientras la chilena sale tarde de la curva. “¡Tres!”. Rodea tambaleante la tercera boya. Y, antes de que pueda fijar rumbo hacia la cuarta, la soga la abandona, su cuerpo cede a la gravedad y se hunde hasta desaparecer.
16 de julio de 2023. Aún falta poco más de un año para que Cristhiana haga historia en Calgary. En el circuito de San Gervasio, al norte de Italia, acaba de ganar, por primera vez, la medalla de oro y un cheque gigante de quinientos dólares. Jamás ha recibido tanto dinero en su vida por una victoria, pero ya sabe lo que hará con él: baja del podio y entrega el cheque a Tony Lightfoot, el locutor inglés que anima las competencias y transmite para TWBC, el canal de streaming autogestionado que suele recibir donativos. “Esto es para ustedes, Tony”, le dice conmovida por el esfuerzo que realizan.
—Lo único que te pido es que no me llames Cristina —le recuerda con una sonrisa tímida—. Mi nombre es Cristhiana.
El nombre piadoso, en realidad, nada tiene que ver con la religión. A su madre le gustó cómo se llamaba la hija de una amiga que vivía en Grecia, y así decidió bautizarla. Algunos aún la llaman Kitty de cariño, por su etapa de admiradora de la gatita vestida de rosa, pero el verdadero sello de identidad es aquel nombre que parece más una gracia celestial, aunque le haya costado ser confundida en el inicio de su carrera internacional.
del esquí a la candidata con rostro de amenaza. No solo es la número uno del mundo Sub-17 con 15 años, sino también la cuarta del ranking Sub-21, que desde enero liderará, porque las tres primeras ya habrán superado el límite de edad. La atención está sobre ella. A inicios de año, por ejemplo, la norteamericana Regina Jaquess, leyenda mundial, la vio competir en Australia, y le dijo a su madre: “She’s coming after me”.
Poco a poco, esa profecía se ha ido cumpliendo. Desde los 9 años, Cristhiana compite contra las mayores, pero en 2024 ha empezado a hacer sentir que ya no es la pequeña Kitty. Primer lugar Sub-21 en el Junior Moomba de Australia. Primer lugar en la categoría absoluta (Open) del Latinoamericano 2024 en Córdoba, Argentina. Séptima entre las profesionales en el Botaski ProAm de España. Ha roto todos los récords peruanos en slalom hasta la categoría Sub-21, y, según la Federación Peruana de Esquí Acuático, tiene ochenta y ocho medallas internacionales, y ya le pisa los talones a sus propios hermanos Alejandra (104) y Rafael (104). Solo en medallas de oro, Cristhiana es la mejor de todos: sesenta y seis preseas.
—¿Qué sientes que cambió este año para llegar a este nivel?
—Fui más estricta con mi entrenamiento en esquí y en el gimnasio. También estoy con un psicólogo deportivo que me ayuda con todo el estrés y los nervios.
—Cerca de los 16, ¿te sientes con más madurez?
—Sí, cien por ciento. Como ya estoy más grande, siento que este año he tomado también prioridad sobre mi propio entrenamiento y sobre los torneos que quiero hacer.
—Yo ahí ya no me meto —confirma su madre
—¿Y cómo estás viviendo toda esta vorágine de emociones, responsabilidades, viajes?
—Me encanta. Si no me gustara, no lo estaría haciendo. Y es lo que me apasiona. Entonces, sigo viviendo, sigo haciendo, sigo estudiando, sigo entrenando, sigo compitiendo.
El grito de Tony Lightfoot se escucha en el lago de Predator Bay. El anuncio es oficial: “Your champion of the world, from Peru, Christhiana de Osma!”. Hoy no confunde más su nombre. Cerca al muelle, la nueva campeona mundial Sub-17 llora, grita y es envuelta en abrazos por Mónica, Alejandra y Rhoni Barton. Desde el hemisferio sur, le llueven felicitaciones virtuales como una estela de agua.
—No lo podía creer. Y no lo puedo creer aún —dice, mientras recuerda a sus amigas de otros países festejando como patriotas peruanas mientras sonaba el himno nacional.
—¡Te mueres! Cuando le pusieron la medalla gritó todo el mundo —cuenta su madre—. Cristhiana era la única peruana. Para que te hagas una idea: Estados Unidos tenía veinte competidores.
En Orlando, son más de las diez de la noche de un lunes de finales de agosto. Han pasado más de tres semanas desde su título mundial, pero Cristhiana no deja de emocionarse. Agradece al IPD, al Comité Olímpico, a la Federación Peruana de Esquí Acuático, a sus entrenadores, a su familia. “Sin ellos no podría estar acá”, dice como una pequeña Miss Simpatía.
—¿Te ves como campeona absoluta en el futuro?
—En Open están todos los profesionales, que tienen como 35 o 40 años y han estado esquiando toda su vida. Yo apenas tengo 15 años —dice con modestia.
—Pero ahora, en España, entraste a una final Open —le recuerda su madre.
—Entré a una final, sí, definitivamente estoy ahí, pero me va a costar ganar un Open. Me va a costar, pero no está tan lejos. Solo me falta consistencia.
—¿Y cuál es tu sueño cuando hablamos de estudios?
—Yo quiero estudiar leyes. Me interesa mucho.
A dos años y medio de acabar la escuela, Cristhiana quiere seguir los pasos de sus propios hermanos. La universidad de Georgetown, en Washington D.C., donde ha estudiado Rafael, es de sus favoritas. Pero si se trata de deportes, a Mónica Bedoya no le cuesta reconocer que lo de su hija menor es incomparable. “Lo que acaba de conseguir Cristhiana es el logro más importante de la familia”, dice, con una sonrisa cómplice que comparte con sus otros hijos. Aunque lo ve día a día, aún le cuesta dimensionar ese talento silvestre y a la vez disciplinado que habita en la más pequeña de la familia. “En unos años puede ser la campeona mundial. Te das cuenta, ¿no?”, le comentan los expertos, pero Mónica prefiere enfocarse en que su crecimiento siga sobre los dos mismos pilares de siempre: constancia y humildad.
En noviembre cumplirá 16 años, y su madre ya se dio cuenta de que dejó de ser Kitty hace mucho. Ahora usa maquillaje. Pronto se irá becada. Y más temprano que tarde se independizará.
—Perdón, pero ya son las diez y media —Cristhiana corta de pronto la entrevista.
—Está desesperada porque dice que tiene un examen de matemáticas —me explica su madre con una risa contenida—. Lo que pasa es que es muy estudiosa.
Una prueba de Álgebra 2 la tiene preocupada. Mucho más, incluso, que el próximo Panamericano de su especialidad, que se disputará el 4 de octubre en Colombia. En unos días viajará a Bogotá junto a su madre para hacer un reconocimiento del lago donde competirá. Ni ella ni Mónica dejan ningún detalle al azar. Por ahora, no podrá volver a Lima, pero ya sabe que a fin de año tendrá que llevar todos los trofeos ganados durante 2024 y la medalla de oro que adorna su habitación por estos días. El museo de sus progresos se mantiene vivo en su casa de Bujama. La raíz de Cristhiana seguirá intacta.
Fotografía: Mila Gama
Estilismo: Ava Puke y Mila Gama
Producción: Aster
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