Una vez decidió lanzarse en paracaídas en un aeródromo en San Bartolo. Dijo que tenía 18 años, pero tenía 16. Basta que le digan que no pueda hacerlo para que lo haga. Es una suerte de competencia consigo misma, como si quisiese probar algo, como si no tuviera límites. Pero debe tenerlos, sobre todo porque tiene un esposo y diez hijos. En enero va a inaugurar un hotel boutique en Punta Sal, donde antes era su casa, y que le va a servir para seguir organizando retiros de yoga. No lo hace por dinero. Respecto a la herencia de su tío Bobby Letts, dice que ni le suma ni le resta. Era, eso sí, un tío que adoraba.
Por Gabriel Gargurevich
«El mar es un alma que tuvimos, que no sabemos dónde está, que apenas recordamos nuestra, un alma que siempre es otra en cada uno de los malecones”, escribió Martín Adán. Se lo recito a Irene de Romaña Letts. Estamos sentados en uno de los sillones de la amplia sala de su casa. Unos cuarenta perros lanzan alaridos de cuando en cuando en el jardín, y a veces los vemos correteando a través de la mampara; los huskies son los más expresivos, lanzan gritos humanos. La primavera acaba de empezar, y en Monterrico se empieza a sentir, por la luz, por la temperatura. Le menciono este verso luego de recordarle que ella dijo, en una entrevista para esta misma revista, que le gustaría vivir en cualquier lugar donde haya un mar azul y profundo. Y yo pienso que es como si quisiera dejar atrás vertiginosas aventuras que tienen que ver con subir a Montblanc y Camp 1 del Everest, hacer scuba diving con tiburones y cocodrilos en Hurghada, y Sharm El Sheikh, en el Mar Rojo, y cantar en más de un famoso piano bar en Europa.
–El mar no es un territorio con fronteras; tiene profundidad, es azul y mientras más fondo tiene, llega hasta ser negro… A mí me gusta más el mar oscuro, no tanto el azul caribeño… En todo caso, me gusta imaginar que no hay límites en el mar. Cuando tú vas profundo en el mar, encuentras paz; por encima puede haber grandes olas, pero en lo profundo es un lugar de paz –dice Irene con suavidad, casi con ingenuidad. Pero esa media sonrisa y mirada felina, enmarcadas en un pelo rubio exuberante, revelan experiencia y mucha intuición.
Los primeros años de su vida los vivió frente al mar, en una casa en Villa, una playa en Lima cuyo mar se embravece de verdad. Las olas grandes la marcaron mucho. Algo que Irene recomienda es apuntar lo que uno sueña, tomar nota de ello. Ella lo hace hasta ahora, así se despierte de una pesadilla a las tres de la mañana. Esto lo hace por una indicación de su terapeuta de entonces, el psicoanalista Saúl Peña, quien en vida fuera presidente de la Federación Psicoanalítica de América Latina y vicepresidente de la Asociación Internacional de Psicoanálisis.
–Todo el tiempo sueño que me ahogo. Entonces, claro, una se sugestiona, ¿y si muero ahogada?
“Seguí la carrera de Bellas Artes en Grecia, dibujo, pinto, para mí no existe el día en que no pueda crear algo. Tengo cinco novelas escritas, un libro de poesía y uno de canciones”.
Irene expresa sus más profundos temores, a la vez que revela una atractiva personalidad con conflicto, acaso con algunas contradicciones, lo que la convierte en una mujer con muchos matices y colores, aunque ella prefiera siempre la oscuridad del mar. Cuando dice que se “se puede tirar esquiando de una negra”, se refiere a descender una pista de esquí de máxima dificultad. Las pistas negras suelen ser las más empinadas, estrechas y técnicas en una estación de esquí, y están diseñadas para esquiadores o snowboarders con experiencia avanzada.
–Y sí, yo me puedo tirar de una negra así porque quiero. Lo que quiero decir es que no tengo miedo, me falta el componente del miedo… Eso es algo que tengo que aliviar; no está bien haber hecho muchas cosas temerarias en el pasado, siempre pienso que voy a caer parada… Una vez decidí lanzarme en un paracaídas en un aeródromo en San Bartolo. Fui con una amiga, dije que tenía 18 años, pero tenía 16. Basta que me digan que no pueda hacerlo para que lo haga; es una especie de competencia conmigo misma, como que me quiero probar algo, como si no tuviera límites. Pero tengo que tenerlos, ¡tengo un esposo y diez hijos! Ahora vivimos en Miami, y el otro día estábamos en el velero y el capitán nos dice que no nos pasemos de cierto límite porque hay tiburones más allá. Por supuesto, sentí el impulso de ir más lejos.
DE ELLA MISMA
Su padre, Carlos de Romaña, fue un médico ginecólogo fundador de la clínica Montesur en Monterrico. “Él hizo que todos mis hijos nacieran”. Yo le digo que tener tantos hijos debe ser una locura maravillosa, y ella casi da un salto en el sillón de su sala. “¡Exacto!”, dice.
–Es una buena definición porque no es lógica, no la piensas, es como crear; para mí, la creatividad debe ser espontánea, si no, se vuelve ciencia. Cualquier cosa que no es convencional, se vuelve interesante, ¿no? Lo típico es ser una mujer que tiene dos, tres hijos, o, como las New Catwoman, cero hijos. Cuando tienes diez hijos, por supuesto, te cuestionan, sobre todo, cuando, como yo, has vivido en Boston durante diez años, o en Grecia trece años, y has pasado por París, Madrid y Londres. He vivido mucho tiempo en Europa y Estados Unidos, y poco tiempo en Perú. Pero soy peruana. Nací en Lima. En todo caso, no me siento de ningún lado; siento que soy de mí misma.
Su padre, dice Irene, era enemigo de la mediocridad, siempre le decía que uno podía plantearse cualquier objetivo y cumplirlo, que no había por qué sentir límites, que sus hijos tenían que ser gente ambiciosa, que busca aprender, leer, enterarse, ser cultos y no quedarse como los demás.
–En fin, sobresalir… Si tú me preguntas quién es la persona que más marcó mi vida, tendría que decir que es mi padre. No sé si lo que me decía tenía que ver con la noción de felicidad, eso es algo muy personal. Pero, claro, él hablaba desde su experiencia, como médico llegó muy lejos, hizo su propia clínica, Montesur. Nunca fumé un cigarro en mi vida, solo tomo cuando acompaño a mi esposo y nada más que champagne. Han intentado que pruebe de todo, pero no he querido. ¿Cómo explicar eso? Por la influencia de mi padre.
–Tienes los pulmones vírgenes.
–Totalmente. En serio. Encima hago yoga, o sea que respiro, respiro mucho, con técnicas de respiración.
Irene de Romaña Letts hace yoga dos horas diarias, sin falta. Dice que se trata de disciplina, y que cada asana tiene un maravilloso beneficio físico y mental, que aporta a la búsqueda permanente de uno mismo y al desarrollo de la creatividad.
–Y yo soy muy creativa. Seguí la carrera de Bellas Artes en Grecia, dibujo, pinto, para mí no exista el día en que no pueda crear algo; tengo cinco novelas escritas, un libro de poesía y uno de canciones. El asunto es si publicar o no publicar, that’s the question… Ahora estoy creando un hotel boutique en Punta Sal, a partir de lo que ha sido mi casa desde 2007; con los años ha ido evolucionando, y ahora tiene jardín botánico, cancha de tenis, gimnasio, spa, una gran piscina, sala para yoga, ya he organizado unos cuantos retiros de yoga ahí… Como familia, no tenemos mucho tiempo de ir a la casa de Punta Sal. Y mis amigos y amigas yoguis me dieron la idea de crear un espacio con retiros para hacer yoga. Luego surgió la idea de hacer el hotel, un hotel boutique, porque tiene solo catorce habitaciones; se llama Villa Romana, ya tiene su web y se inaugurará oficialmente el 15 de enero de 2025.
Entonces le cuento algo que me comentaron antes de ir a su casa en Monterrico a entrevistarla. Le hablo de las mineras Volcan y Castrovirreyna, de las acciones que su tío Bobby Letts tenía en ambas empresas, de la herencia que dejó a los Letts, de cómo Glencore, una multinacional suiza, adquirió una participación mayoritaria en Volcan, por mil trescientos millones de dólares, de cómo algunos miembros de los Letts vendieron sus acciones, pero otros no, como Irene. El caso es que los bonos de Glencore cayeron con el tiempo. Y recientemente la empresa fue adquirida por el grupo argentino Integra Capital. La empresa se liquidó, y los familiares con acciones restantes solo recibieron cerca de 30 millones de dólares. Dejando a cada uno con medio a un millón de dólares, lo que representa un monto mínimo para el estilo de vida de Irene de Romaña. Por lo que se podría decir que está en apuros económicos y está en su faceta de emprendedora, cuando antes vivía con más holgura en Miami. ¿Es así, Irene?
Irene me mira casi con ternura, luego de comer un pedazo de uno de los deliciosos alfajores que uno de los empleados de la casa ha cocinado y dejado en la mesa de la sala. Se limpia los voluptuosos labios con una servilleta blanca de tela.
–El tío Bobby fue muy querido para mí; mis tíos Letts son muy queridos para mí, al igual que los Romaña. De mi tío Bobby tengo unos recuerdos maravillosos de viajes a Inglaterra, Irlanda y España, ¡a mil sitios! Pero nosotros vivíamos bastante bien, incluso creo que mi padre tenía bastante más dinero que mi tío Bobby… Entonces, la herencia del tío Bobby ni me va ni me viene, ni me suma ni me resta. Era mi tío más querido, eso sí, lo adoraba y punto. Me dio mucha pena porque la gente sí lo veía como una especie de alcancía, eso fue muy triste, horrible.
EL TRIÁNGULO DE CLEOPATRA
Si se escribiera una biografía sobre Irene, tendría que contarse que modeló para siete revistas, incluyendo “Vogue”, con shoots en Alemania y en Suiza. Ha hecho comerciales de zapatos, de maquillaje, le encantaban las editoriales de moda; una vez modeló para la revista suiza “Bolero”, “lindísima producción”, recuerda. También habría que mencionar que vivió en un castillo en Ciros, una isla a veinte minutos de Mykonos, donde quedaba el astillero de su primer esposo, padre biológico de sus tres primeras hijas, Alexandra, Caterina y Cristiana. Sus otros siete hijos los tuvo con su actual esposo, Juan de Dios Olaechea Álvarez Calderón, actual presidente del Ferrocarril Central Andino del Perú y accionista, junto a sus hermanos, de Viña Tacama. Dice que Juan de Dios es el verdadero padre de sus tres primeras hijas porque él las crío, así como a los siete hijos que tuvieron después. Le comento si alguna vez recurrió a un vientre de alquiler.
–Yo empecé muy temprano, cuando estudiaba Derecho en Boston University. Fue un milagro que viniese al mundo Alexandra, me encantó estar embarazada… Pero respondiendo a tu pregunta, me parece una maravilla el vientre de alquiler, si quisiese tener más hijos, podría utilizar ese método. He tenido la suerte de haber tenido todos mis hijos con mi maravilloso útero. Sin embargo, conozco muchas mujeres, en el Perú, por distintas razones, como cáncer, por ejemplo, que han tenido que utilizar vientres de alquiler a escondidas, con vergüenza; me da mucha pena que en el Perú no haya una legislación que lo permita, como en otros países… Mira, si hubiese necesitado recurrir a un vientre de alquiler, lo hubiera hecho, pero no en Perú, sino en Estados Unidos. En todo caso, estos son asuntos muy íntimos, nunca anunciaría mis embarazos, ni aquí ni allá.
–¿Qué piensas de los chismes limeños?
–Por eso no he vivido aquí. Desde que me fui a Boston, trato de no volver porque Lima es un círculo tóxico de envidia. Te das la vuelta y ya están hablando mal de ti. Hay una cultura del chisme en la que la gente crece y parece muy normal hablar mal de los demás. ¿Y qué significa hablar mal de alguien? Normalmente ocurre cuando alguien tiene algo que tú no tienes, y siente que tiene derecho de rebajar a esa persona. Yo no soy tonta. Vine aquí y mis hijos ingresaron al Roosevelt porque hablaban griego e inglés, y no me quedó otra opción. Luego, el colegio se convirtió en un espacio para las élites. La gente entraba más por quién estaba allí que por la calidad de la enseñanza. Me doy cuenta de que muchas de esas señoras, que estoy segura de que son buenas personas, tienen que unirse a quienes hacen el chisme más grande para integrarse socialmente. Así que evito esos círculos tóxicos. No soy conocida por tener muchas amigas; de hecho, soy bastante antisocial. Tengo muy pocas amigas, las elijo cuidadosamente.
–Hablas de esto con total tranquilidad…
–No, no me bajan. Hago un triángulo como Cleopatra. Cuando me cuentan lo que dicen de mí, les digo, en broma, a mis pocas amigas, que no se preocupen, porque lo que realmente importa sucede cuando nadie habla de ti; es ahí cuando deberías inquietarte.
–¿No quieres que te olviden?
–A mí me da lo mismo.
–¿No te angustia la posibilidad de que tu hotel boutique no tenga el éxito que esperabas?
–Para nada. Creo que las cosas son o no son, y si no son, hay una razón detrás de eso. No lo veo como un fracaso. Si el hotel funciona, qué lindo. Y si no, también está bien, porque seguiré usándolo como un espacio para retiros de yoga. Es un lugar hermoso, y no me angustia. Mis únicas preocupaciones son como madre, por el bienestar de mis hijos. Esa es la única angustia que tengo.
“Desde que me fui a Boston, trato de no volver, porque Lima es un círculo tóxico de envidia. Hay una cultura del chisme en la que parece muy normal hablar mal de los demás”.
Fotografía: Nicolás Garrido/Nicole Bergman
Styling: Paula Burbank
Makeup: Sara Núñez
Producción: Aster
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