El lujo está dejando atrás la exclusividad. Colaboraciones como la de Stefano Pilati con Zara muestran cómo los diseñadores están llevando su visión a un público más amplio sin comprometer calidad ni intención
Por Araceli Olaechea Landa
Lo que alguna vez se definió por exclusividad, precios altos y una inalcanzable sensación de estatus, hoy empieza a abrir sus puertas a un público más amplio. Esto no significa que las grandes casas de moda estén de oferta, pero sí que la barrera entre el diseño de autor y las marcas accesibles se está disolviendo.
Redefiniendo el lujo
Hablar de democratización de la moda no es simplemente referirse a precios bajos. Es entender que el lujo no se limita a etiquetas prestigiosas, sino a prendas que llevan consigo intención, calidad y, sobre todo, significado. Esta transición se ve reflejada en las colaboraciones entre diseñadores de renombre y marcas masivas, donde la propuesta no es crear copias, sino piezas auténticas a un público más amplio.
Diseñadores como Clare Waight Keller, quien pasó de Givenchy a Uniqlo, o Zac Posen, que recientemente reinventó Gap, están marcando un cambio. Se trata de ofrecer ropa con propósito que refleje tanto el valor del diseño como la vida cotidiana de quienes la usan. Es una apuesta por mostrar que la autenticidad puede ser accesible sin sacrificar la creatividad.
El caso reciente de Zara
Stefano Pilati, quien fue jefe de diseño en Yves Saint Laurent y, posteriormente, en Ermenegildo Zegna, acaba de lanzar junto a Zara una colección cápsula el pasado 3 de octubre. La línea incluyó 50 prendas masculinas, 30 femeninas y una variedad de accesorios. La campaña de la colección, dirigida por el icónico fotógrafo de moda Steven Meisel, contó con la participación de la supermodelo brasileña Gisele Bündchen y el propio diseñador.
A través de esta colaboración, Pilati demostró que no trató de adaptar su estilo al modelo tradicional de Zara, sino que exploró su propia visión bajo los estándares de accesibilidad que caracterizan a la marca.
¿Moda para todos?
Aunque el discurso de la democratización parece inspirador, no podemos ignorar que detrás de estas iniciativas hay una lógica comercial. Llevar el diseño de alta moda al alcance de un público masivo no es un acto de altruismo, sino una estrategia para captar un mercado joven, consciente y exigente. El cambio más interesante no está en las marcas ni en los diseñadores, sino en los consumidores.
La idea de lujo ha evolucionado de ser un símbolo de estatus a convertirse en un reflejo de valores personales. Ya no se trata de quién puede comprarlo, sino de cómo impacta en quienes lo usan y en el mundo que los rodea. En su última portada digital de diciembre, Vogue destacó cómo esta colaboración redefine el significado de exclusividad en la moda, priorizando la conexión con los consumidores a través de diseños auténticos y significativos. Este cambio en el paradigma del lujo resalta valores como la accesibilidad, la autenticidad y la relevancia social, ampliando el impacto del diseño al integrar a grandes creativos en marcas masivas, sin comprometer la calidad ni la intención.
Una nueva era
El futuro de la moda parece dirigirse hacia una era donde la exclusividad ya no sea el principal motor. Los diseñadores están encontrando en estas colaboraciones la posibilidad de tener un impacto real, llevando su visión a lugares donde antes no llegaba. En el caso de Zara, permitir que Pilati tradujera su estética personal en piezas accesibles, marca un cambio significativo, pues se trata de hacer que el diseño de autor sea parte del día a día de más personas.
Sin embargo, en estas colaboraciones entre diseñadores de lujo y marcas de moda rápida, la calidad de los materiales suele ser el talón de Aquiles que define el éxito o el fracaso de una colección. Porque sí, las siluetas pueden ser hermosas y los diseños irresistibles, pero cuando te topas con telas baratas que se deshacen a la primera lavada, el encanto se pierde.
Lujo al alcance, calidad descartable
Mientras las casas de lujo trabajan con sedas delicadas, lanas impecables y algodones premium, en el terreno del fast fashion, la historia es otra. Para abaratar costos y mantener precios accesibles, los materiales suelen ser poliéster, mezclas sintéticas o algodones de calidad cuestionable. Esto resulta en prendas que, aunque se ven bien al inicio, no resisten el paso del tiempo ni el uso diario.
El problema es que esto deja al consumidor con una sensación de insatisfacción. Compraste algo que prometía lujo —al menos en la campaña de marketing— y terminas con una prenda que no cumple ni con la mitad de tus expectativas. Y si a esto le sumamos el impacto ambiental y las prácticas laborales que suelen estar detrás de estas producciones en masa, la situación se vuelve aún más compleja y problemática.
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