Aclamado en Europa, Gustavo Faverón es uno de nuestros escritores vivos más prolíficos del Perú. Debutó con El anticuario, obra que Mario Vargas Llosa definió como “rica y profunda”. Su última publicación, Minimosca, se encuentra actualmente entre los finalistas de la VI Bienal de Novela, organizada por la fundación del Nobel. En entrevista con COSAS, reflexiona sobre su decisión de dejar el periodismo para estudiar literatura, su asentamiento en Estados Unidos, “locura literaria” y la paradoja de no ser profeta en su tierra.

Por: Mery Jiménez

Gustavo Faverón Patriau tenía 10 años cuando escribió su primer cuento de varias páginas. Me cuenta, entre risas, que lo mostró a su madre, Yolanda. “Me dijo sin misericordia que le parecía un plagio absoluto de una serie de televisión que estaban dando en esa época”.

Y es que por aquellos días no había forma de anticipar que se dedicaría a la literatura, que a los 33 años, cual alegoría mesiánica, moriría como periodista y resucitaría como escritor, que su último libro, “Minimosca”, quedaría entre los finalistas del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa y que la vida lo llevaría a ser catalogado como uno de los escritores peruanos contemporáneos más reconocidos en España.

"Minimosca" se encuentra entre las finalistas del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa.

«Minimosca» se encuentra entre las finalistas del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa.

Tras encender un primer cigarro, narra: “Mi mamá murió cuando yo tenía 19. Comencé a vivir solo. Hasta ese momento, yo había sido como un niño mimado con todo lo que quería, y de repente me encontré con muy poco”. Gustavo estudió en la Universidad Católica y terminó la carrera con un país en ruinas a causa del terrorismo.

Más tarde ejerció la docencia, aunque la dejó para dedicarse un año entero a leer y vivir de sus ahorros. “Cuando se me acabó el dinero para eso, providencialmente me ofrecieron trabajo en ‘El Comercio’”. Fiel a su carácter expansivo, también ejerció el periodismo y estuvo en la revista “Somos”, pero en 1999 dio un nuevo giro a su vida.

“Postulé a una beca en Estados Unidos para el doctorado de Literatura, y mi pareja de la época, que es mi esposa hoy, tenía un plan parecido, y decidimos irnos los dos”. Carolyn, su amor desde hace veintiséis años, es su primera lectora, crítica literaria, escritora y madre de la hija de ambos: Zoe. Además, forma parte del reducido grupo que rodea a Gustavo. “No tengo necesidad de mucho más en cuestión de relaciones humanas”.

En 1999 dejó el periodismo y se mudó a Estados Unidos, donde publicó tres novelas, y ya alista una cuarta.

En 1999 dejó el periodismo y se mudó a Estados Unidos, donde publicó tres novelas, y ya alista una cuarta.

Agrega: “Yo soy una persona extraña. La mayor parte de mi vida ocurre en mi mente”. ¿Eres introspectivo? “Es más que eso”, explica, “porque estoy orientado a mirar el mundo a mi alrededor, pero no intervengo mucho en ese mundo, soy una especie de narrador, personaje secundario en mi propia vida”.

Descenso a la locura y “minimosca”

Un aspecto recurrente dentro de la obra de Gustavo es lo que denomina “locura literaria”, o la forma en que la “locura” ha sido representada en la literatura a lo largo de la historia, como símbolo de la otredad, la indiferencia, maldición o tragedia. De hecho, ha dictado un curso relacionado con eso,  y su primera novela, “El anticuario”, toma ese elemento como su base.

“Fue a partir de la historia real de un amigo que había cometido un homicidio y estaba en una clínica psiquiátrica cumpliendo su condena. Los dos primeros capítulos son muy literarios, muy típica película de Hitchcock, pero es fiel a mi experiencia. Hasta ese momento, yo lo había conocido como una persona peculiar, pero no con desequilibrios psiquiátricos, y verlo después de años encerrado en un manicomio fue una cosa muy chocante”.

Pasaron varios años para que Gustavo narrara esta historia, pero gracias a ello ya ha escrito tres novelas, y se encuentra preparando la cuarta, que todavía no tiene título, ya que su peculiar método de escritura, dice, no se lo aconseja a nadie. “Yo comienzo con dos o tres escenas y personajes, escribo fragmentos, pero no tengo ninguna idea de cómo se van a relacionar”. Aun así, su mente creativa nos ha regalado “Minimosca”.

“Soy personaje secundario de mi propia vida”, dice Gustavo Faverón entre cigarros, libros, una guitarra y recuerdos.

“Soy personaje secundario de mi propia vida”, dice Gustavo Faverón entre cigarros, libros, una guitarra y recuerdos.

“Es una novela sobre los horrores de los siglos XX y XXI, la manera en que tratamos de comprenderlos y la forma en que nos afectan mentalmente”. Explica que cada personaje que aparece ahí tiene algo de él, aunque “Amnésico” es un caso especial: “Es una especie de versión trágica de mí mismo”.

En este punto, es fácil ver a Gustavo más allá del escritor: me muestra su estudio con una sonrisa imposible de esconder. Un espacio amplio e iluminado con pinturas hechas por él, instrumentos musicales y decenas de libros. Me atrevo a asegurar que en ese lugar confluyen en armonía los universos de Mario Vargas Llosa, David Lynch y los Beatles. “Son las influencias sin las cuales yo sería una persona completamente diferente”.

Los pies sobre la tierra

Sobre él, también cuenta que lo agobian las presentaciones públicas. “Otra de las razones por las que me fui del Perú es que quería vivir en un lugar donde no fuera nadie”. Le recuerdo que hoy en día es un escritor nacional muy reconocido. “¿Ah, sí? No he escuchado nada”, dice entre risas, pero es innegable: su éxito en España y más allá lo cataloga como uno de los más importantes exponentes nacionales de la literatura.

“A mí nunca deja de sorprenderme que mis libros encuentren tantos lectores desparramados por el mundo, no solo en España y América Latina, sino en otros idiomas. Hay una cosa muy mágica en ver un libro tuyo impreso en árabe, chino, francés, inglés o alemán, y pensar que hay gente dispuesta a meterse en mundos que tú has inventado. Ojalá más peruanos quieran hacerlo también, porque finalmente esos libros están escritos en el mundo del que ellos vienen, como yo mismo”.

¿Qué opinas de la Feria Internacional del Libro y los cambios que ha tenido con los años? “Yo creo que es buena para el negocio editorial, pero no muy relevante para la literatura y el mundo cultural peruano”, enfatiza. Respecto de actividades como el Congreso de la Lengua Española o el Hay Festival, también contó que no estará presente, ya que tiene compromisos en otros países. “Si el Hay me hubiera invitado, habría tenido que decir que no. Pero, como jamás me invita, no me ha sido necesario rechazarlo”.

Minimosca” ha obtenido reseñas sumamente positivas, pero para Faverón eso es algo ambiguo. “Te sientes bien, pero no te sirve de nada cuando te sientas a escribir nuevamente, porque no tienes idea de cómo se escribe un libro, no sabes cómo comenzar una frase y estás completamente convencido de que lo que estás escribiendo es basura y que a nadie le va a interesar”.

Antes de irnos, Gustavo enciende su cuarto cigarro y menciona que vivir tanto tiempo fuera del Perú lo ha alejado del ámbito literario nacional. Hoy se desempeña como catedrático en Bowdoin College, y percibe a Lima como un lugar donde disfruta del anonimato.

¿Cómo te ves de acá a un tiempo? “Me imagino perfectamente a mí mismo no siendo escritor, dejando la literatura y dedicándome a pintar”. Confiesa que, a sus 58 años, todavía no sabe cuál va a ser su última profesión. Tal vez cada capítulo de su vida se irá develando poco a poco, porque nuestro paso por el mundo se parece mucho a escribir una novela y, como él mismo dice, “escribir una novela es siempre un oficio nuevo”.

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