El trabajo del director periodístico de El Comercio, reconstruye con rigor documental y prosa literaria uno de los crímenes políticos más impactantes del siglo XX en el Perú.
Por: Juan Aurelio Miró Quesada
El 15 de mayo de 1935, hace 90 años, la violencia política segó la vida de Antonio Miró Quesada y su esposa (María Laos Argüelles de Miró Quesada) en pleno corazón de Lima, un crimen que conmocionó a la sociedad peruana.
Durante tres meses, Carlos Steer Lafont asesinó al director de El Comercio todos los días. Cuando despertaba. Cuando salía de casa. Cuando tomaba el tranvía. Steer segó la vida de Antonio Miró Quesada mil veces antes de matarlo. Imaginar la escena se volvió una rutina tan normal como cerrar la puerta con llave. Siguió en silencio cada uno de sus pasos esperando el día. Hasta que el día llegó.
El 15 de mayo de 1935, Steer se vistió con un terno de casimir marrón, zapatos negros y una correa amarilla que contrastaba con el conjunto. Colocó en el bolsillo interior izquierdo de su saco una pistola Colt calibre 32 con dos caserinas y ocho balas sueltas. En el pantalón, una chaveta y en un estuche de cuero cuatro frasquitos de agua oxigenada, alcohol, árnica y valeriana. Miró por última vez las paredes de su cuarto cubiertas por panfletos de la Federación Aprista Juvenil (FAJ), de la cual era miembro, y salió rumbo a la estación del tranvía para emprender el viaje de sangre.
Esa mañana, el boleto 627603 lo llevó de Barranco hasta la estación de la Colmena en la plaza San Martín. Unos niños vendían periódicos mientras el guardia Gerardo Valdez Guzmán los espantaba de las vías. El oficial Jesús Cárdenas Balbín cumplía el servicio de 12 a 4 de la tarde aburrido como un hongo frente a la puerta del Club Nacional, que ya empezaba a recibir socios para el almuerzo. Steer cruzó la plaza con la naturalidad de quien ya había recorrido ese camino tantas veces que podría hacerlo con los ojos cerrados. Se detuvo frente a la casa Giacoletti y esperó.
Disparos en la plaza
Antonio Miró Quesada acababa de reintegrarse a la dirección del Diario tras un año de servicio diplomático en Bélgica. Abogado a los 24 años, diputado por el Callao a los 26, presidente de la Cámara Baja y director de El Comercio a los 30, senador por el Callao a los 38, presidente del Senado a los 43, fue precursor de la consulta popular o el referéndum, como lo conocemos hoy. Los redactores lo describían como “un hombre que no imponía órdenes, un redactor más, dispuesto siempre a escuchar la opinión de todos”. Llegaba muy temprano a su escritorio y sin quitarse el sombrero escribía a máquina el editorial y algunas notas humorísticas que firmaba bajo el seudónimo de Don Nadie. Esa tarde, la reunión con los editores fue breve. Cruzó el umbral del diario y se dirigió en auto rumbo al hotel Bolívar, donde vivía provisionalmente con su esposa María Laos. Tenía 60 años.

Antonio Miró Quesada fue asesinado el 15 de mayo de 1935, hace 90 años. (Foto: archivo personal)
Steer lo vio entrar. Demasiado rápido. El ascensor lo llevó antes que pudiera interceptarlo. Para disimular, preguntó por los envíos aéreos en la oficina de transportes del lobby. Luego se apostó frente a un puesto de periódicos, donde esperó durante cinco minutos la salida de su víctima.
A la 1:40 p.m., la pareja asomó por la puerta principal. Margarita Tijero, testigo del crimen, describió el aspecto de ambos. Él vestía un terno gris oscuro con rayas blancas y corbata ploma. Ella, un traje azul con rayas blancas, zapatos negros, una capita de seda negra con piel blanca en el cuello y un moderno sombrero negro, toda una novedad para la moda limeña.
Antonio caminaba al lado derecho de su mujer. Cuando pasaron por la puerta del teatro Colón, Steer sacó su arma. Apuntó con las dos manos y disparó por la espalda al director de El Comercio, quien murió en el acto. Desconfiado, temió que solo se hubiera tirado al suelo, así que le disparó dos veces más. María Laos volteó hacia su izquierda en el momento que Steer se disponía a disparar por cuarta vez y, cogiéndolo del brazo, logró desviar el tiro. Luego se paró frente al cuerpo de su esposo y golpeó al asesino con su cartera. Una y otra vez. Steer quedó desconcertado y le disparó dos veces. Una bala le dio en el rostro y la otra en el parietal izquierdo. Cayó tendida junto a su esposo, aún viva, pero derramando sangre por la boca.
Los silbatos de los guardias Cárdenas Balbín y Valdez Guzmán rompieron la escena abriéndose paso entre una multitud que se acercaba desde todos los rincones de la plaza. Steer huyó hacia el jirón Quilca. Al verse acorralado, intentó matarse. Apuntó al corazón. Falló. Al mentón. Falló. Cayó herido. Los oficiales lo llevaron en ambulancia al hospital Loayza. “Yo solo quería matar al señor Miró Quesada”, repetía en el camino.
Luto en el decano
En la redacción del Diario, un joven Aurelio Miró Quesada Sosa celebraba su cumpleaños número 28 esperando la llamada de su padrino Antonio. Lo que llegó fue la noticia del crimen. Fue tal el espanto que Aurelio no volvió a festejar su santo hasta que cumplió 80 años.

Portada del asesinato Antonio Miró Quesada y su esposa. (Foto: archivo histórico de El Comercio)
Esa tarde, El Comercio publicó una edición especial. El luto impregnaba cada palabra de su editorial: “Cuando escribimos estas líneas, arriba, en el salón de actos de El Comercio, están los dos cadáveres amados. Todo cuanto Lima tiene de más representativo desfila ante ellos expresándonos sus sentimientos de condolencia y dejando oír su más vibrante protesta. La voz se nos quiebra bajo el peso del dolor, mientras llena nuestros corazones la voluntad inquebrantable de ser dignos siempre de la vida y de la muerte de don Antonio Miró Quesada”.
El gobierno del general Benavides ordenó honores de ministro de Estado. El sepelio, al día siguiente, fue multitudinario y contó con un sentido discurso de José de la Riva Agüero y Osma. Los limeños horrorizados empezaban a preguntarse quién era el joven de 19 años que acababa de matar a uno de los hombres más influyentes del Perú junto a su esposa dejando huérfanos.
Steer Lafont
Carlos Steer Lafont nació en el Callao el 20 de marzo de 1915. Su padre era un inglés nacionalizado peruano, y su madre, una peruana hija de francés. Era el menor de cuatro hermanos. Durante el juicio por el crimen, sus padres lo describieron como “un niño colérico”. “Desconfiado por instinto”, se definió él.
En el colegio de Los Maristas, sus compañeros lo llamaban “el chiflado Steer”. Llegaba arañado por gatos y armó un alboroto cuando los curas le dijeron que los animales no tenían alma. Desde entonces, dejó de creer en Dios.
Estudió en el Instituto Comercial del Perú. Poco después cambió las aulas por las manifestaciones políticas. En su primera marcha se unió a la turba que asaltó la casa de Augusto B. Leguía. Después se enroló en el Ejército para servir en el conflicto con Colombia, pero ni él ni su hermano Alberto, que no duró ni medio curso en la Escuela Militar de Chorrillos, fueron llamados.
Steer odiaba al Apra por el asesinato del presidente Sánchez Cerro en 1933. Sentía que debía vengarse y pensó que la mejor forma era matando a un dirigente. Fue al congreso del Apra en Barranco, donde Manuel Seoane iba a dar una charla. Llegó armado y se sentó en primera fila dispuesto a eliminarlo. Pero el discurso lo fascinó. Tanto que se enroló en el partido. Ahí le dijeron que el culpable de la violencia en el Perú era El Comercio. En vez de matar a un aprista, había que matar a un Miró Quesada.
En el Apra sirvió en la secretaría de economía de la FAJ. Poco antes del crimen, asistió junto con otros 60 fajistas a un congreso en Pucusana. Aquel 18 de abril, los jóvenes acordaron 20 puntos que plasmaron en su revista “Adelante”, entre ellos, “dar la vida y sangre para que el pueblo peruano concrete su libertad económica, política y social”.

Homenaje de la Municipalidad de Lima a María Laos de Miró Quesada en la Plazuela San Marcelo. (Foto: Alonso Chero/GEC)
/ ALONSO CHERO
Para los directores de El Comercio, el Apra era una secta de agitadores que instaban a rebeliones. Ya habían encabezado actos violentos como la toma del cuartel de artillería en Trujillo. La tensión era mutua. Cuando Antonio Miró Quesada regresó de Bélgica, el diario oficial aprista, “La Tribuna”, lo recibió con su foto en primera plana y la leyenda: “Y todavía sonríe”.
Según su madre, los fajistas iban a buscarlo a casa, silbando. Fue detenido cuatro veces y tuvo que huir a Huancayo para escapar de la policía. De vuelta en Lima, al parecer, visitó a su padre, que era capitán del vapor Urubamba, y de puro curioso se metió a una recepción a bordo. Ahí habría visto a Antonio Miró Quesada por primera vez. Ese día decidió matarlo.
Tres meses de locura
La policía encontró en su casa de Barranco 16 cartuchos de carabina Winchester, siete cartuchos de revólver calibre 38, seis balas niqueladas y una carta de su hermana Nelly. En la pared frente a su cama había un círculo de 10 centímetros de diámetro con 37 disparos de bala. El muro del jardín también estaba perforado. Era el resultado de tres meses de práctica. Según el informe del doctor Carlos A. Bambarén, el mayor de sanidad que realizó el test psicológico, Steer era “inestable, de difícil adaptación al ambiente, tímido y extremamente desconfiado”.
La procedencia de la pistola Colt era un misterio. Steer aseguró que la compró en el Callao con un premio de lotería. Luego, que la ganó en una rifa. Después, la sospecha recayó sobre el dirigente aprista Humberto Silva Solís, organizador del congreso en Pucusana, a quien las autoridades consideraron instigador intelectual del homicidio.
Steer fue condenado a 25 años de internamiento. Por ser menor de edad, no se le aplicó la pena de muerte. Intentó fugar años después al matar a uno de los guardias de la penitenciaría y finalmente salió en libertad cuando se produjo la amnistía de 1945. Al parecer, viajó a Venezuela y luego regresó al Perú para residir en Barranco.
Poco antes de morir en 1999, un programa de televisión lo encontró en su casa. Cuando le preguntaron por el crimen, repitió lo mismo: “Yo solo quería matar al señor Miró Quesada”.
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