La directora de Datum analiza el clima social tras la elección del presidente Jerí y el derrumbe de la confianza en la política. Advierte que el descontento continuará, que el país se encamina a una campaña marcada por la búsqueda de mano dura y que la fragmentación electoral abre la puerta a outsiders y liderazgos autoritarios.

Por: Renzo Espinosa Mangini 

Continúan las movilizaciones ciudadanas tras la elección del presidente Jerí. ¿Crees que estas protestas pueden escalar en intensidad, marcar el inicio de un nuevo ciclo de inestabilidad política o percibes, por el contrario, que el país va a entrar en una etapa de calma, de recomposición?

No sé si calma. Es difícil anticiparse y saber qué va a pasar, pero de alguna manera la vacancia de Dina Boluarte disminuye un poco la tensión social —sin resolverla, pero sí disminuyéndola—. Esto no quiere decir que las marchas, las manifestaciones o el descontento social hayan terminado o que haya una tregua hasta el 12 de abril. Yo creería que no: esto va a continuar, y si rápidamente no se da respuesta desde el nuevo presidente, más bien este descontento retornará con fuerza.

En paralelo hay una sensación de que la población reacciona tarde, como que se toleran abusos, leyes procrimen, escándalos de corrupción, hasta que la situación se vuelve insostenible. ¿Por qué el peruano promedio tiende a demorar tanto en indignarse, en expresar su indignación?

La prioridad está en llevar la comida a su mesa, resolver el día a día. El peruano —y lo vimos en la pandemia—, si en algún punto se desbordó y salió a las calles, fue porque no podía seguir encerrado en su casa ya que no tenía forma de generar recursos. Somos un país en el que más del 70% de la economía es informal, y mucha gente vive del día a día. No puede darse el lujo de salir a protestar. Entonces, si se termina llegando a situaciones extremas, es porque su situación económica individual o familiar no se lo permite antes.

La directora de Datum explica por qué la confianza política está en mínimos históricos.

La directora de Datum explica por qué la confianza política está en mínimos históricos.

En las encuestas se observa que ocho de cada diez peruanos sienten que las decisiones políticas favorecen a Lima. ¿Qué tan determinante es esta percepción para entender la creciente fractura entre el centro político limeño y las regiones?

La evaluación, por ejemplo, a ciertas autoridades transversales muestra que en algunas cosas hay coincidencias entre Lima y provincias. Sin embargo, en los temas más de fondo, más importantes, sí hay diferencias. Sobre todo en provincias existe la percepción de que los políticos —el gobierno de turno— buscan favorecer a Lima, y eso genera resentimiento y una relación antagónica Lima versus provincias. Lo vemos en los procesos electorales, donde algunos candidatos buscan precisamente polarizar en base a ello: una polarización no ideológica, sino territorial. Ya no están en discusión las ideas, sino que los candidatos buscan simpatizar con el elector generando esa distancia entre Lima y provincias.

Ahora, sobre la confianza y la representación política. Los sondeos revelan que el 84% de los peruanos no confían en los posibles candidatos presidenciales. ¿Qué revela este nivel de desconfianza sobre el estado emocional y político del país?

Estamos frente a una ciudadanía desencantada, más exigente. La gente desconfía de los políticos, del gobierno, de las instituciones. Esta desconfianza se ha generalizado a tal punto que las personas solo confían en su entorno inmediato, en su familia directa, ni siquiera en otros familiares o vecinos. Eso también afecta la política, porque el peruano parte pensando que el candidato le está mintiendo, que hay intereses ocultos. Esta desconfianza no ha permitido generar una relación de confianza ni expectativas. Históricamente se comenzaba con expectativas altas en un nuevo gobierno, pero hoy es al revés: las expectativas son bajas, no hay luna de miel. El ciudadano se ha vuelto pragmático, exigente e inmediatista; quiere resultados inmediatos, y si no, eso se traduce en rechazo.

Con un voto fragmentado y sin liderazgos sólidos, Perú podría definir su próximo presidente entre candidatos que no superen el 15% en primera vuelta.

Con un voto fragmentado y sin liderazgos sólidos, Perú podría definir su próximo presidente entre candidatos que no superen el 15% en primera vuelta.

Hoy vemos un escenario político cada vez más fragmentado, con candidatos que pueden pasar a segunda vuelta con menos del 15% de votos. ¿Qué implicancias tiene esta atomización para la gobernabilidad? ¿Estamos ante un sistema que ya no logra producir mayorías legítimas?

Ningún candidato ha logrado mostrar liderazgo en estos años, y tampoco los partidos políticos. Nadie ha liderado la oposición ni ha mostrado una posición distinta en el Congreso; más bien la percepción es que ha habido alineación y negociación entre partidos, y eso le duele al peruano: sentir que los partidos se reparten el poder en lugar de buscar soluciones. Hoy, ningún candidato ni institución tiene popularidad, y eso es un peligro para la gobernabilidad. Un presidente necesita bancada o apoyo popular, y hemos visto que no tiene ni lo uno ni lo otro. Y para las próximas elecciones, tampoco se tendrá apoyo popular ni mayoría en el Congreso; por lo tanto, la gobernabilidad será complicada.

Y sobre estas elecciones que ya se avecinan, ¿es posible el surgimiento de un outsider o vamos a seguir atrapados en los mismos rostros como César Acuña, López Aliaga, Keiko Fujimori?

La posibilidad de que aparezca un outsider no se puede descartar. Hoy no hay indicios, pero el descontento social y la percepción de que siempre son los mismos están ahí. Cuando preguntamos por el perfil del futuro presidente, hay consenso en que sea una persona con experiencia, pero que no haya participado en la política de los últimos años, que no haya sido parte de la crisis reciente. Se busca un candidato que represente cambio y esperanza. Si alguien calza en ese perfil, podría surgir y ganar espacio.

Justamente, tocando ese tema de cómo se perfila el próximo líder, ¿no crees que la población está pensando en mirar con simpatía a líderes autoritarios o de mano dura, al estilo de Bukele? ¿Podría ese tipo de discurso convertirse en el gran atractivo de la próxima campaña?

Sí, hay una búsqueda de mano dura. Hemos preguntado en nuestros sondeos por presidentes extranjeros más admirados, y los más mencionados son Trump, Bukele, Xi Jinping, Milei y Putin. Independientemente de su ideología, todos tienen ese perfil. Hay una búsqueda de orden. Más de un candidato querrá encajar en ese perfil, pero no todos pueden hacerlo; sería un error mostrar algo que no son, porque no conectarían. El candidato debe partir de sus atributos y construir una narrativa desde ahí.

Según Torrado, liderazgos como el de Bukele simbolizan el tipo de autoridad que parte del electorado peruano admira y podría buscar en 2026.

Según Torrado, liderazgos como el de Bukele simbolizan el tipo de autoridad que parte del electorado peruano admira y podría buscar en 2026.

Cada vez estamos más cerca del radicalismo, tanto de derecha como de izquierda, con candidatos como López Aliaga o Pedro Castillo. ¿El centro político está perdiendo espacio?

Sí, vemos una tendencia hacia candidatos radicales, aunque los porcentajes no superan un tercio del electorado. Pero con un voto tan fragmentado, con 10% puedes pasar a segunda vuelta. Ese es el riesgo: que la mayoría no se sienta representada y aun así termine votando por un candidato autoritario en segunda vuelta. En 2016 los dos primeros sumaban más del 50%; en 2021, ni una cuarta parte. Ahí está la crisis de representación: el elector dice “no me representa” y el presidente empieza sin apoyo.

En los últimos meses, el nombre del hermano de Martín Vizcarra ha irrumpido. ¿Lo ves con posibilidades reales?

Sí. De alguna manera pasa algo similar a lo de Pedro Castillo: un porcentaje siente que no dejaron continuar su gobierno. En el recuerdo de un sector, Martín Vizcarra sigue siendo querido y valorado frente a otros, y eso le genera posibilidades a su hermano. Muchas denuncias posteriores no tuvieron tanta difusión, y como la gente desconfía de todos, ya no sabe a quién creer. Esa figura puede favorecerlo.

Urpi Torrado señala que la recordación positiva de un sector hacia Martín Vizcarra abre una ventana política para su hermano

Urpi Torrado señala que la recordación positiva de un sector hacia Martín Vizcarra abre una ventana política para su hermano

Cambiando un poco de tema, hay una sensación de que las clases altas están cada vez menos interesadas o informadas sobre la coyuntura. ¿Qué diferencias de expectativas encuentras entre los estratos socioeconómicos?

Uno de los hallazgos más importantes es que encontramos altos niveles de desafección en los niveles A y B, y también en Lima. Probablemente, al ser los más informados, llegan a un nivel de hartazgo y dejan de ver noticias. Eso afecta el proceso electoral: no van a votar o emiten un voto de rechazo. Son sectores saturados, ajenos a la política, que hoy se informan menos o filtran lo que consumen en redes.

¿Qué factores culturales o emocionales están detrás de esta decisión de “desconectarse” de la política por parte del sector A? ¿Se trata solo de hartazgo o también de una percepción de que la política ya no afecta su vida cotidiana?

Saturación de información, desconexión de la política y de las noticias por salud mental. Además de las denuncias y temas políticos, la parte sensacionalista de las noticias ocupa más tiempo. Tal vez es su vida cotidiana no sientan el impacto, pero si lo siente en las perspectivas de futuro. De hecho, en los últimos años, una parte importante de jóvenes que han migrado para estudiar en otro país sin de este sector socioeconómico. Algunos se sienten en minoría y que su voto tiene poco impacto frente a la gran base de votantes que son de los niveles D y E.

¿Esta desconexión informativa podría consolidar un círculo vicioso en el que la élite, al aislarse, deja aún más espacio para decisiones políticas alejadas de su visión y sus intereses? Es decir, ¿están renunciando a un rol histórico de participación por cansancio?

Hablar de una élite aislada tampoco es correcto. La desconexión no es aislamiento y si bien la desconexión es más alta en este segmento, también hay quienes aún si participan de alguna manera. También hay quienes sienten frustración por la política, pero es que los esfuerzos no se han alineado y tampoco se han enfocado bien.

Con estos niveles crecientes de indiferencia, ¿prevés que el ausentismo en los próximos procesos electorales será mayor en las clases altas? ¿O cree que alguna coyuntura específica podría reactivarlas?

No creo que el ausentismo sea mayor. La expectativa es que se reduzca y eso Dependerá de los candidatos y sus propuestas. En la medida que se sientan representados por algún candidato podrían estar más motivados en ir a votar. La campaña también es importante, en la medida que la guerra sucia no sature, podría aumentar la conexión con la política

“Los jóvenes muestran desencanto, pero también ganas de transformar el país.”

“Los jóvenes muestran desencanto, pero también ganas de transformar el país.”

Yendo hacia los jóvenes: más de 2 millones y medio votarán por primera vez el próximo año. Muchos se informan por redes sociales. ¿Qué tan preparada está la clase política para comunicarse con ellos en esos espacios sin caer en populismo?

Aún es pronto para saber si el volumen de conversación en redes se traduce en votos, pero vemos que algunos candidatos no saben manejarlas. Manejar redes implica entender los códigos bajo los cuales un joven se conecta. No basta con subir un video; hay que entender formatos y mensajes. Por ejemplo, la lucha anticorrupción conecta muy bien con jóvenes; la economía, con amas de casa; la seguridad, con hombres mayores. Sin estrategia, estar en redes puede ser como matar una hormiga con una escopeta: usas demasiadas balas o el arma equivocada.

Y paradójicamente, pese a ese desinterés, los jóvenes se informan más que los adultos mayores y buscan entender la política. ¿Qué oportunidad hay para renovar el sistema?

Si bien hay desencanto, también hay un porcentaje de jóvenes que quieren al Perú, que tienen ímpetu y ganas de transformar el país. El problema es que no tienen espacios para canalizar ese sentimiento ni participar, y eso genera frustración. Buscan nuevos horizontes porque no encuentran canales para desarrollarse políticamente.

Finalmente, si tuvieras que definir el sentimiento predominante del país de cara al 2026, ¿cuál sería? ¿Desconfianza, resignación, esperanza silenciosa?

Indignación con desesperanza, por hartazgo. Indignación porque la gente siente que esto no va más; desesperanza porque, sobre todo las personas mayores, sienten que las cosas no mejoran. Ven que la política se ha deteriorado y terminan votando sin ilusión, sin esperanza.

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