En una elección llena de aspirantes sin pareja y con excepciones que rozan la sátira, el Perú descubre que el cargo de Primera Dama dejó de ser símbolo de estabilidad para convertirse en pieza perdida de un rompecabezas político que ya casi nadie intenta armar.
Por: Tony Tafur
El Perú siempre fue un país obsesionado con la foto familiar. Hubo un tiempo en que la imagen del candidato no estaba completa sin la esposa perfecta al costado: sonrisa reglamentaria, collar discreto y ese aire de “buena familia” que tranquilizaba a los votantes. Era el testimonio emocional de la campaña, un certificado conyugal de solvencia moral. Ese mundo ya no existe. Y esto a puertas de las Elecciones 2026.
Hoy tenemos candidatos para todos los gustos, pero casi ninguno trae pareja. La fauna electoral del 2026 —Keiko Fujimori, Phillip Butters, George Forsyth, Mario Vizcarra, Jorge del Castillo, Rafael Belaúnde Llosa y Alfonso López Chau— exhibe un patrón evidente: ausencia de vida sentimental en campaña o parejas tan reservadas que parecen imaginarias. El Perú pasó de la sobreabundancia de primeras damas a la escasez absoluta. Y cuando aparecen excepciones —como la relación ligeramente pública de Carlos Álvarez con Raúl Dávila o el romance mediático entre César Acuña y Gisell Prado— funcionan más como anomalías narrativas que como herederas del viejo protocolo republicano. El resto es un desierto emocional.
El ocaso de la “buena familia”
Hablar de primera dama en el Perú es casi arqueología política. Nadine Heredia acabó imputada. El divorcio de PPK se volvió arma de campaña. Vizcarra pasó de esposo estable a protagonista de intrigas. Lilia Paredes fue convertida en símbolo involuntario del caos castillista. Y Dina Boluarte llegó al poder sin pareja reconocida, evidenciando que el rol quedó reducido a cero.
Keiko Fujimori
En este paisaje, Keiko Fujimori llega a su cuarta candidatura sin Mark Vito. Su divorcio se formalizó en 2023 y la nueva postal pública es la de una madre acompañada solo por sus hijas. Lo interesante es que, por primera vez, Keiko no ofrece la narrativa del matrimonio militante: su campaña se sostiene únicamente en ella, sin cónyuge que cargar pancartas ni protagonizar coreografías políticas.

Keiko Fujimori y Mark Vito, en una de las tantas travesías judiciales antes de que el romance llegue a su fin.
César Acuña
César Acuña, en cambio, ha optado por llevar la intimidad a la plaza pública. Hace campaña junto a Gisell Prado Álvarez, su pareja trujillana 32 años menor. Él desliza que quisiera tener otro hijo; ella exhibe una presencia activa en redes que funciona casi como una extensión estética de la campaña. Acuña, fiel a sí mismo, no ofrece un matrimonio tradicional sino una telenovela de horario estelar.

«Lo amo por lo que es, no por lo que tiene», dijo a los medios Gisell Prado Álvarez, pareja de César Acuña y Directora General de UCV Trujillo.
Phillip Butters
Inscrito por Avanza País, el periodista mantiene su vida privada hermética frente a los medios. Pero, en círculos sociales, se le puede oír jactarse de su esposa, Claudia Vizcardo Martínez, arequipeña proveniente de una “prominente familia”. Durante sus viajes a la Ciudad Blanca no olvida visitar la residencia familiar y, aunque no se la menciona directamente, a menudo Claudia lo acompaña en sus momentos más complicados, como en 2013, cuando fue internado por una hemorragia digestiva alta.

En su plan de gobierno, Phillip Butters ha planteado la pena de muerte y la privatización de Petroperú.
Carlos Álvarez
El caso de Carlos Álvarez es el que más sacude el protocolo tradicional. Se especula que mantiene desde hace años una relación con Raúl Dávila. De confirmarse, existe la posibilidad de que, en su eventual gobierno, tengamos un «primer caballero». En una sociedad aún conservadora en las formas, la sola posibilidad redefine el imaginario afectivo de Palacio.
George Forsyth
El exfutbolista y exalcalde de La Victoria se mueve en el extremo opuesto. La narrativa del matrimonio joven y perfectamente fotografiable. Se casó en 2023 con Sonia La Torre y en 2025 anunciaron que serían padres. Su campaña ofrece un modelo de familia millennial, ordenada, estética, utilizable para cualquier portada social.

Recientemente, George Forsyh y Sonia La Torre dieron la bienvenida a su primera hija, Christine.
Mario Vizcarra
Precandidato de Perú Primero, representa lo contrario: un perfil reservado. Ingeniero industrial, padre de familia, vida íntima bajo llave. En un país acostumbrado a la espectacularización sentimental, Vizcarra hace campaña sin que nadie sepa —ni pregunte demasiado— quién comparte o no comparte su vida.
Jorge del Castillo
Miembro histórico del APRA, también evita cualquier exposición afectiva. Su campaña se apoya en su trayectoria política, no en vínculos familiares. Lo mismo ocurre con Rafael Belaúnde Llosa, de Libertad Popular, y Alfonso López Chau, de Ahora Nación. Perfiles institucionales, sin pareja visible en campaña y sin intención de convertir su vida íntima en accesorio electoral.
El país de los candidatos sin compañía
La política peruana ha derivado en una forma afectiva singular: el candidato es un monólogo. No hay familia que presentar, no hay gesto simbólico, no hay complicidad pública. Todos parecen haber entendido que cualquier persona que se pare a su lado será convertida en meme, escándalo o testigo protegido. La presidencia ya no viene con anillo ni con la clásica postal doméstica que antes vendía estabilidad.
Lo significativo es que el electorado también ha cambiado. El país que exigía “buena familia” ahora se contenta con “que no haya investigaciones”. Y no es de extrañar, luego de que hayan pasado por la fiscalía esposas, cuñados, hijas asiladas, parejas trending topic y matrimonios implosionados.
Así, entre célibes, divorciados, reservados, casados millennial, parejas mediáticas o romances protegidos, el Perú en estas Elecciones 2026 se ha quedado sin primeras damas. Tiene, en cambio, primeros solitarios, primeras dudas, primeros enigmas.
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