Aunque casi nadie lo recuerda, esta fecha marcó la aparición oficial del nombre “Perú” en el mundo y definió la identidad política que durante siglos organizó gran parte de Sudamérica.

Por: Rafael Aita*

Todos sabemos qué significa el 28 de julio: es la gran fiesta nacional, el día en que recordamos que en 1821 se proclamó la independencia del Perú. Ese día se llenan las calles de banderas, se cantan himnos, se recuerda a San Martín y se respira —aunque sea por unas horas— un aire de orgullo nacional. Pero pocos saben que el Perú tiene otra fecha fundacional, más antigua, más profunda y, de hecho, de alcance continental: el 20 de noviembre de 1542, cuando por cédula real del emperador Carlos V se reconoció oficialmente la existencia de los Reinos del Perú.

Fundación del virreinato

Entre 1542 y 1776, el Perú abarcó territorios que hoy son nueve países sudamericanos.

En otras palabras, si el 28 de julio celebra el nacimiento de la República Peruana, el 20 de noviembre conmemora el bautizo legal del Perú como entidad política reconocida en el mundo. Es, si se quiere, el “cumpleaños de nombre” de nuestra nación, la primera vez que se registraba legalmente el nombre de Perú. Un día que hoy casi nadie recuerda, pero que marcó un antes y un después en la historia de América del Sur.

Cuando Carlos V firma la Real Cédula de 1542, el Perú no era un territorio pequeño ni un país como el que conocemos hoy. Era un vasto reino continental, tan grande que, en muchos mapas de la época, “Perú” y “América del Sur” eran prácticamente sinónimos. No se trataba de una colonia sin rostro, sino de un núcleo político y administrativo que irradiaba poder y cultura a lo largo de todo el continente hispanoamericano.

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La Real Cédula de Carlos V en 1542 reconoció oficialmente a los Reinos del Perú como entidad política dentro del imperio.

Para hacernos una idea: desde 1542 hasta 1717, Panamá, Cali, Bogotá y Quito eran parte de los Reinos del Perú; y hasta 1776 también lo eran La Paz, Santa Cruz, Asunción, Montevideo y Buenos Aires. Es decir, el Perú de entonces incluía nada menos que territorios que hoy forman nueve países sudamericanos.

No es casualidad que en el mapa de 1607 de Petrus Kaerius, toda Sudamérica aparezca rotulada como “Americae Peruanae” —la América Peruana—, y el océano Pacífico figure con el nombre de “Oceanus Peruvianus”. En otras palabras: el Perú era la referencia geográfica y política del continente.

En este punto muchos pueden refutar que aquello no era el Perú como tal, sino España, o al menos una parte del Imperio Español. Los grandes peruanistas como Víctor Andrés Belaúnde, Rafael Cubas Vinatea o José Antonio del Busto no concuerdan con esa interpretación, diferenciando tres momentos: el Perú como patria, el Perú como nación y el Perú como Estado.

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El antiguo Perú incluía regiones que hoy pertenecen a Panamá, Ecuador, Colombia, Bolivia, Argentina, Paraguay, Uruguay y Chile.

  • La patria se remonta a los primeros asentamientos humanos, a nuestros ancestros que caminaron estas tierras miles de años antes de que existieran banderas o himnos. La patria peruana es milenaria, porque es el suelo donde descansan nuestros padres y nuestros antepasados. Es la tierra de Caral, los mochicas, los incas y de todos los pueblos que nos antecedieron.
  • La nación surge cuando las personas empiezan a identificarse colectivamente bajo un nombre, un relato común. Y ese nombre fue “El Perú”, reconocido oficialmente el 20 de noviembre de 1542. A partir de allí, la idea de ser “peruano” comenzó a adquirir un sentido cultural y político propio, que luego se expresaría en la literatura, la religión, la administración y la vida cotidiana.
  • El Estado, en cambio, nace el 28 de julio de 1821, con la independencia y la proclamación de la República. Es el marco legal y político moderno que heredamos.

Así, podemos decir que el Perú tiene tres edades: una patria milenaria, una nación de casi 500 años y un Estado de poco más de dos siglos. El problema es que solemos quedarnos solo con esta última etapa —la republicana—, olvidando que nuestra identidad tiene raíces mucho más profundas.

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El Perú es un país con tres edades: patria milenaria, nación de casi 500 años y Estado republicano.

Cuando hablamos de identidad, es inevitable mencionar a Inca Garcilaso de la Vega, considerado por muchos como el primer peruano cultural. Nacido en 1539, Garcilaso fue hijo de un conquistador español y de una princesa inca. Educado entre dos mundos, supo traducir, literalmente, el espíritu andino a la lengua castellana.

En el prólogo de sus Comentarios Reales de los Incas, Garcilaso dedica su obra a “los indios, mestizos y criollos de los reinos y provincias de este riquísimo Imperio del Perú”. Esa frase es clave: ya en el siglo XVI existía una conciencia de comunidad peruana, un nosotros, un sentido de pertenencia compartido por distintos grupos sociales bajo un mismo nombre.

Es decir, antes de que existiera la República, antes de que se cantara el Himno Nacional, ya había peruanos que se reconocían como tales.

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Inca Garcilaso de la Vega es considerado el primer peruano cultural por su doble herencia y su obra escrita.

Recordar el 20 de noviembre no es solo un gesto simbólico: es reconocer la magnitud histórica del Perú en los siglos XVI, XVII y XVIII. Durante ese tiempo, Lima fue uno de los centros de poder más importantes del mundo hispánico. Desde aquí se administraban territorios que hoy pertenecen a media Sudamérica.

Lima no era una capital periférica: era una de las grandes capitales del imperio, junto a México y Madrid. Desde su puerto, el Callao, salían expediciones, circulaban riquezas, entraban ideas y se conectaba América con Asia a través del Galeón de Manila.

Si nos detenemos un momento a pensar, el 20 de noviembre no debería ser solo una fecha peruana: es una fecha sudamericana. Porque el Perú de entonces no se reducía a nuestras actuales fronteras, sino que incluía territorios que hoy forman Ecuador, Colombia, Panamá, Bolivia, Argentina, Paraguay, Uruguay y Chile.

Eso significa que, de algún modo, todos esos países compartieron un pasado común bajo el nombre de El Perú. No es una apropiación nacionalista, sino un hecho histórico documentado.

Este “Gran Perú” fue la base administrativa que más tarde se fragmentó en repúblicas independientes. Y aunque hoy esas naciones tengan sus propias identidades, el origen compartido es innegable.

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No es casualidad que en el mapa de 1607 de Petrus Kaerius, el océano Pacífico figure con el nombre de “Oceanus Peruvianus”.

Pese a todo esto, el 20 de noviembre pasa completamente desapercibido. No hay feriados, no hay actos oficiales, no hay desfiles ni banderas. Apenas unos pocos historiadores lo recuerdan. Y sin embargo, si uno lo piensa bien, es una de las fechas más importantes de nuestra historia.

¿Por qué la olvidamos? Quizá porque nuestra educación histórica se ha centrado en el relato republicano, en la independencia y los héroes del siglo XIX, dejando en segundo plano el periodo virreinal y su significado identitario. Hemos aprendido a ver la colonia solo como “opresión”, sin detenernos a pensar que fue también el momento en que nació nuestra identidad común.

Olvidar el 20 de noviembre es como olvidar tu propio nombre de nacimiento. Celebrar el 20 de noviembre no significa glorificar un imperio ni negar los conflictos del pasado. Significa reconocer que tenemos una historia más grande de lo que creemos, una historia compartida con nuestros vecinos sudamericanos.

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Recordar el 20 de noviembre es recuperar autoestima histórica.

Significa entender que nuestra identidad no nace con la independencia, sino que viene gestándose desde hace siglos, en la interacción de culturas andinas, hispanas, africanas y mestizas que dieron forma a lo que hoy llamamos Perú.

Quizá ha llegado el momento de ampliar nuestro calendario cívico. De sumar al 28 de julio (nacimiento del Estado) y al 9 de diciembre (Ayacucho) el 20 de noviembre: el nacimiento del nombre Perú.

En tiempos donde abundan las divisiones y la fragmentación identitaria, el 20 de noviembre puede ser un símbolo de unión. No de exclusión, no de nostalgia imperial, sino de reconocimiento compartido: todos venimos de esta historia.

Pocos países tienen el privilegio de haber dado nombre a todo un continente. El “Perú” de 1542 no era solo un lugar: era una idea, una referencia geográfica y cultural que marcó mapas, rutas, expediciones y relatos.

Redescubrirlo es recuperar autoestima histórica, algo que tanto necesitamos. Porque un país que no recuerda de dónde viene, difícilmente sabrá hacia dónde va. El 20 de noviembre no pertenece solo al Perú: pertenece a toda América del Sur.

(*) Escritor, divulgador y YouTuber, conocido como «Capitán Perú».

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