Entre Londres y Lima, entre sets de cine y mercados de ropa de segunda, Romina Osterling —creativa peruana de 23 años— ha forjado una sensibilidad propia: una mirada capaz de descubrir, seleccionar y transformar. Hoy, mientras consolida su tienda de ropa junto a su prima, Bridget Osterling, se perfila como una de las jóvenes voces que redefine la moda consciente en el Perú.
Por Micaela Simón
Conozco a Romina desde el colegio y siempre me dio la impresión de que era inmune a la opinión ajena: una de esas personas que brillan sin proponérselo, simplemente porque se manejan con autenticidad. Ya entonces gravitaba hacia arte, cine y filosofía, y dejaba una estela creativa a donde fuera, sea en sus trabajos visuales o en cómo se vestía. Usaba ropa que, para mi era ecléctica, un estilo que dejaba claro que no tenía ninguna intención de ser una más en el montón de Lima.

Romina posee un estilo ecléctico en su vestir
Romina mantuvo ese entusiasmo por el mundo creativo y se fue a Londres a estudiar la carrera de cine, donde además trabajó en Schneider Designers, un estudio de interiores y trabajó un año como ‘shop floor manager’ en Knatchbull, la primera boutique de sastrería para mujeres en la histórica calle Savile Row.
Aunque perdimos contacto durante esos años, igual en las redes veía como compartía sus proyectos artísticos, cerámicas hechas por ella, cuadros, incluyendo también que formó parte del departamento de arte en una película hecha en Perú.
Ahora que ya vive acá, nos volvimos a ver para esta entrevista en COSAS y, por la cercanía con la que se maneja, sentí que los años no habían pasado: seguía teniendo esa esencia honesta que la caracteriza. Su afinidad por la moda también permaneció intacta: “la ropa es una forma de expresarnos y de conectar con lo que somos. A mí, en particular, me devuelve a mi niña interior, despierta mi creatividad y dialoga con los espacios que habito”.
Romia me confesó que prefiere usar accesorios sencillos, pues siente que su cabello ya cumple un rol protagónico y definió su estilo actual como un balance entre “áspero y suave, masculino y femenino. Un outfit completo tiene un balance de colores, de texturas, de energías”. En sus palabras se siente cuánto se conoce a sí misma, algo que hoy, entre el ruido y las tendencias que dictan qué ponerse, no siempre es fácil de lograr.
Intuición y sincronía
Cuando Romina regresó a Lima, lo hizo con nueve maletas de ropa y su gata. Pensé que me estaba bromeando, pero no solo volvió con una abundancia de prendas, sino que cada una contaba una historia entre piezas vintage, hallazgos únicos, tesoros encontrados en eBay y recuerdos de noches londinenses. Sin espacio para almacenar todo, comenzó a vender en mercadillos locales.

Romina regresó a Lima con nueve maletas de ropa y su gata
“El primer fin de semana hice casi mil quinientos dólares vendiendo prendas a diez o quince soles como máximo”, me contó todavía sorprendida.
Ese impulso inicial abrió un camino que no había previsto: la creación de su propia tienda de ropa de segunda, Wolf n Honey, junto a su prima Bridget Osterling, “Fue como si el universo nos estuviera dando instrucciones. Todo fluyó de manera sincronizada”.
En el corazón de la marca vive un símbolo dual y complementario: “el lobo es rockero, audaz, con una energía marcada; la miel es dulce, melosa y colorida. No tienen porqué combinar, pero de cierta forma hacen sentido. Ese contraste es la esencia de Wolf n Honey”. Ambas, Romina y Bridget, encontraron una casa en Barranco y la hicieron suya: “diseñé el espacio, pinté las paredes y conseguí cada objeto”, contó.
El valor de lo hecho y lo rehecho en Perú
Romina está convencida de que existe un prejuicio profundamente injusto alrededor de las prendas de segunda mano de nuestro país. Para ella, es un malentendido cultural. “Muchos piensan que la ropa usada trae mala energía, como si cargara algo negativo por haber pertenecido a otra persona. Yo pienso exactamente lo contrario: trae amor. Una prenda de segunda en buen estado necesariamente ha sido cuidada, mantenida, a veces enmendada y definitivamente amada por el dueño (o dueños) que hayan habido antes de ti y esa energía es hermosa”.
Sus argumentos no se quedan en lo estético; tocan la raíz de lo que somos. “Perú es un país que históricamente arregla lo que ya tiene. Nunca hemos sido una cultura de desechar y reemplazar”. Para Romina, basta salir de Lima e ir a provincias para verlo con claridad. “En los mercados ves cómo la ropa circula, se intercambia, se vende por un sol. Esa práctica no es nueva ni ‘trendy’: es ancestral. Forma parte de nuestra identidad nacional”.
Reconoce que el Perú es un país lleno de artesanos y detallistas, pero enfatizó que nos falta dar un salto “no solo a abrirnos más sino dejar de tenerle miedo a lo diferente y valorar lo que ya hacemos bien. Y, sobre todo, dejar de ver lo usado como algo ‘feo’. No lo es. Lo usado es historia, es continuidad, es energía que sigue viva”.
Para 2026, Romina profetizó el fin de las tendencias rígidas: “No me hace sentido ir a comprarme la ropa que todas las influencers se están comprando, porque no me quiero ver uniformada en las calles. Hay un mundo de opciones para encontrar piezas únicas, cosas que realmente resuenen contigo”. Para ella, la ropa de segunda seguirá ganando terreno precisamente porque ofrece singularidad: “mejor sé tú que el maniquí. Lo que está en la tienda lo puede tener cualquiera; lo que encuentras rebuscando y sintiendo es solo tuyo”, concluyó.
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