Desde sus inicios en Lima hasta las pistas de Wellington y Europa, Alonso Valdez repasa una trayectoria marcada por la constancia, la formación de caballos y una visión del salto ecuestre lejos del ruido y enfocada en la constancia.

Por: Renzo Espinosa Mangini | Fotos: Mid Meza

En el mundo del salto ecuestre, donde los logros se miden en precisión y la confianza se construye en silencio, Alonso Valdez (Lima, 1978) avanza con la misma naturalidad con la que cabalga: sin alardes, pero con una disciplina feroz. A los 12 años ya posaba con sus padres junto a su primer caballo, Puerto Banús, sin sospechar que aquel dúo de la infancia representaría el inicio de una larga trayectoria que hoy lo ha llevado por panamericanos y mundiales, y a convertirse en el primer peruano en clasificar a unos juegos olímpicos (Río, 2016) en la modalidad de salto.

Cuando nos responde desde Wellington, en West Palm Beach, no hay rastro de pose épica. Está en plena competencia –una de las más importantes del circuito mundial–, pero su tono es el de alguien que ve al deporte como parte natural de su vida cotidiana. “Aquí todo gira alrededor de los caballos”, explica, casi como quien describe un barrio familiar. Y lo es: lleva doce años entrenando en Países Bajos y compitiendo en Europa, en un circuito que lo ha llevado por Suecia, Dinamarca, Alemania, Francia, Italia, Portugal y España. Pero su base emocional, sus raíces y buena parte de sus caballos jóvenes siguen en Lima, en el Club Hípico Peruano, camino al sur.

El jinete peruano en acción: precisión, ritmo y una lectura impecable del circuito.

El jinete peruano en acción: precisión, ritmo y una lectura impecable del circuito.

Herencia, pausas y regresos

Su vínculo con los caballos es, literalmente, familiar. Por el lado materno –la familia Prado– siempre hubo relación con caballos de carrera y de polo; por el lado paterno, un padre que montó desde niño. Esa herencia hizo que Alonso comenzara a competir muy temprano, primero en infantiles, luego en juveniles y, a los 15 o 16 años, ya en pruebas de mayores. Antes de cumplir la mayoría de edad ya había sido campeón nacional en todas las categorías. Pero la vida, como suele ocurrir, impuso un paréntesis.

Alonso estudió Administración de Empresas, dejó el deporte para dedicarse a la universidad y luego trabajó en un banco. En esos años lejos de las pistas sintió la ausencia más que nunca. “Me di cuenta de que había dejado el deporte demasiado tiempo”, recuerda. Y ese fue su verdadero punto de quiebre: decidió volver, pero esta vez con objetivos más claros y un método que hoy resume casi como un mantra. “Metas claras, un plan de trabajo y un sistema. Tres cosas fundamentales, acompañadas de pasión y dedicación”.

Alonso en su espacio natural: la complicidad silenciosa con el caballo que lo acompaña en cada salto

Alonso en su espacio natural: la complicidad silenciosa con el caballo que lo acompaña en cada salto

Ese regreso marcó el inicio de una etapa que convertiría a Valdez en una figura resaltante para el deporte ecuestre peruano: tetracampeón nacional consecutivo, participante en cuatro juegos panamericanos (Guadalajara, Toronto, Lima y Santiago), en dos juegos mundiales y en unos juegos olímpicos. Un recorrido que no se mide en medallas, sino en constancia y enfoque.

El equipo invisible y el arte de formar caballos

Alonso insiste siempre en algo: “Este es un deporte de equipo”. Y no se refiere solo al binomio caballo-jinete. Habla de un equipo humano cuyos nombres rara vez figuran en titulares. El veterinario, el herrero, los especialistas que cuidan cada detalle del caballo como atleta. Y, sobre todo, Beto Zulca, su hombre de confianza desde hace más de diez años. “Él me conoce a la perfección. Me acompaña a las competencias internacionales, estuvo en Países Bajos, en los Panamericanos, ahora aquí en Estados Unidos. Se encarga de que todo esté como debe estar. He desarrollado con él una amistad enorme y valoro muchísimo lo que hace”.

Un momento en casa: quietud, luz y el contraste con la intensidad del circuito ecuestre.

Un momento en casa: quietud, luz y el contraste con la intensidad del circuito ecuestre.

El otro pilar es su familia. El apoyo incondicional de sus padres y hermanas le permitió, desde niño, sostener un equilibrio complejo entre estudios, deporte y vida personal. Hoy, al recordar una foto recientemente encontrada con su madre –quien ya no está–, Alonso se detiene un segundo. No es un gesto dramático, sino el amor silencioso de quien sabe que sin ese soporte afectivo nada hubiera sido posible.

La relación con los caballos es un capítulo aparte. No se trata de elegir un favorito. “Sería injusto”, explica. Cada caballo tiene ciclos, edades y procesos. Algunos comienzan a entrenar a los 5 años y llegan al nivel internacional alrededor de los 9 o 10. Otros se quedan en Lima para formarse. Algunos han sido determinantes: el caballo con el que clasificó a las Olimpiadas, el del Mundial, o los que lo acompañaron en los Panamericanos. Pero uno ocupa un lugar único: Puerto Banús, el caballo de su niñez, con quien ganó sus primeros títulos y con el que saltó un muro de más de dos metros en una prueba de potencia que todavía conserva en fotos y videos. “Fue el motor”, admite. Ese primer amor ecuestre que marcó la ruta.

Con su compañero más fiel: un respiro necesario entre viajes, entrenamientos y competencias.

Con su compañero más fiel: un respiro necesario entre viajes, entrenamientos y competencias.

Hoy, Alonso divide su vida entre Europa, Estados Unidos y el Perú. Entre caballos jóvenes y caballos de élite. Entre pistas que exigen precisión milimétrica y la tranquilidad del Club Hípico Peruano. Entre entrenamientos rigurosos y la alegría simple de un podio local que celebra porque, como dice, “fomentar deportes menos típicos es fundamental”.

Su mirada hacia el futuro es concreta: competir en los circuitos más exigentes, seguir construyendo caballos jóvenes, continuar trabajando con su equipo y mantener siempre un pie en Lima, donde se siente parte de una comunidad que crece, a veces sin reflectores, pero con la misma pasión que él reconoce desde niño.

Alonso Valdez en su elemento: el jinete peruano y la conexión silenciosa con el caballo, retratados para la portada de COSAS NOW, donde la precisión, el vínculo y la disciplina se imponen al ruido del circuito.

Alonso Valdez en su elemento: el jinete peruano y la conexión silenciosa con el caballo, retratados para la portada de COSAS NOW, donde la precisión, el vínculo y la disciplina se imponen al ruido del circuito.

Quizá su verdadera fortaleza esté en esa mezcla de versatilidad y disciplina: el joven peruano que creció entre caballos, que estudió una carrera profesional, que trabajó en oficinas, que volvió al deporte por convicción y que hoy mantiene una vida que se reparte entre continentes y establecimientos ecuestres. Un jinete que no se deja llevar por el ruido, sino que prefiere hablar del mundo ecuestre, del equipo y del vínculo. Un jinete que, como en Wellington, avanza sin prisa, sin pausa, y siempre mirando hacia la siguiente pista.

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