La culpa fue de Rosemary Coddington. Su hermana mayor coleccionaba las revistas “Vogue”, y Grace se las robaba cuando vivían en un hotel de medio pelo en el Reino Unido. Ese fue el primer acercamiento a una publicación en la que, décadas más tarde, imprimiría un carácter imborrable. Pero no nos adelantemos. La biografía oficial dice que Pamela Rosalind Grace Coddington nació el 20 de abril de 1941 en la isla de Anglesey. Una localidad menor, al extremo norte de Gales, poseedora de bellos paisajes costeros que le valieron para ser considerada una Área de Belleza Natural Destacada. La belleza lánguida de Grace también era para destacar aunque recién sería reconocida cuando se mudó a Londres, a los 18 años, para probar suerte. En sus memorias, publicadas por primera vez hace tres años, Grace (el título del volumen también lleva su nombre) escribiría que el destino que le esperaba si se quedaba en su ciudad natal era trabajar como camarera u operaria en una fábrica de relojes. Y ella quería más.
Los primeros dos años en la capital de Gran Bretaña no fueron tan cómodos y su incipiente carrera de modelo recién levantaría vuelo en una peculiar sesión de fotos. El reconocido fotógrafo Norman Parkinson, que luego trabajaría con ella en “Vogue” Reino Unido, la reclutó para que interprete una versión de Diana en una escena de caza en el bosque. Grace posó desnuda en su primera gran colaboración reseñable.
Luego fue varias cosas más. El rostro que llevaba el corte de pelo de cinco puntas asimétricas que Vidal Sassoon inmortalizó. La rubilinda novia de dueños de Bentleys y Rolls-Royce. Las piernas que lucían las minifaldas de Mary Quant. En 1961, ese ritmo de sesiones de fotos y apariciones en portadas de revistas se detuvo cuando un accidente de auto le arrancó el párpado izquierdo. Tardó dos años, cirugías y maquillaje de por medio, en poder asomarse de vuelta a ese centro luminoso en el que vivía, en el que se codeaba con encumbrados personajes de la cultura planetaria: Catherine Deneuve, Roman Polanski, The Rolling Stones.
Después siguió siendo otras cosas más. En 1968, el año del mayo francés, dejó de ser modelo y empezó a trabajar como estilista en la edición británica de “Vogue”. Años más tarde se casaría y divorciaría en un par de ocasiones, y conocería de cerca la muerte de tres mujeres: su madre, su hermana –la de las revistas hurtadas a escondidas- y su amiga Liz Tilberis, que editaba “Harper’s Bazaar”. Esos capítulos que demolerían a otros son relatados en su libro, según algunos críticos, de manera desapasionada, como si las contara una madrastra de cuento de hadas. “Grace: Thirty Years of Fashion at Vogue”, su autobiografía publicada por Phaidon y reeditada en español este año, tiene más de cuatrocientas páginas, incluye dibujos –hechos a mano por Grace– de colecciones y congrega el trabajo de treinta fotógrafos que recrearon con ella atmósferas de fantasía e imágenes memorables para el mundo de la moda en los últimos treinta años. Más de la mitad de su vida la dedicó a la moda.
En 1987, después de diecinueve años en “Vogue” Reino Unido, conocería a Anna Wintour en la edición estadounidense de “Vogue”, y nada volvería a ser igual en la vida de ambas. Una fotografía es evidencia y dice mucho. Un front row, que pudo ser cualquiera y pudo ser ninguno, muestra a las dos de perfil. La mirada sin maquillaje, con ese pequeño hincapié en el ojo izquierdo de Grace, la melena encendida de rojo, el lapicero en la mano y la libreta de notas abiertas. A su lado, la mirada oculta tras los lentes de Wintour, la cabellera, totalmente lacia, interponiendo un paréntesis a sus pómulos, las manos cruzadas sosteniendo un celular. Alguna vez les dijeron que eran como el yin y el yang. Probablemente siempre lo fueron. Pero desde que el realizador R. J. Cutler estrenara “The September Issue”, todos lo dicen: Grace era el contrapeso de ese vendaval de neurosis que encarnaba Wintour.
Podríamos mencionar todo lo que hizo y nos quedaríamos cortos: la editorial de la piscina con Helmut Newton (1973), las imágenes de Naomi Campbell que capturó Peter Lindbergh, la sesión grunge de Steven Meisel (1992), la aparición de Annie Leibovitz y Kate Moss a inicios de los noventa; los retratos de Mario Testino a Gisele Bündchen, y los más recientes de Natalia Vodianova interpretando a Alicia en el País de las Maravillas. Pero nos quedamos con la cita que cierra su autobiografía: “Lo único que sé es que si sigo en la moda, no importa cómo, mi cabeza se mantendrá firmemente unida a mi cuerpo”.
Texto: Manolo Bonilla
Fotografía: Cortesía de Phaidon