Entre los años 2010 y 2013, cuando la Carretera Interoceánica fue pavimentada, hubo un cambio acelerado: la minería y la tala ilegal fueron en aumento. En defensa del medio ambiente, José, más conocido como ‘Joe’, lidera con su empresa una iniciativa que busca crear un corredor de paisaje sostenible hasta la frontera con Bolivia, de la mano del Smithsonian Institution y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. Además, acaba de inaugurar un tercer hotel en la Amazonía, para intensificar los proyectos de investigación y conservación que promueve desde 1978.
Por Gabriel Gargurevich Pazos Fotos de Javier Zea
En la selva todo suena. Pero este ruido viene de sus fauces, como un monstruoso viento lejano que anuncia, cavernoso, la hecatombe. Su origen está cerca, ¡está encima nuestro! Se le puede ver balanceándose en una rama, sosteniéndose con sus brazos, piernas y cola fuertes, con su pelaje colorado y su hocico salido, por donde emite ese ruido totalizador, dictatorial: aquí mando yo; y seguiré gritando hasta que salgan de mi radio de acción o revienten sus oídos, intrusos, parece indicar el mono aullador que nos recibe en el Inkaterra Hacienda Concepción, ubicado en pleno bosque amazónico de Madre de Dios, momentos después de haber bajado de la embarcación que nos dejó en el pequeño muelle desde donde se podía ver, a los lejos, el puente colgante que forma parte de la Carretera Interoceánica del Sur, que conecta a Brasil y el Perú, con sus 722 metros, el más largo del país. Un cielo azul, rojo, amarillo, morado, parece abrazar al puente, al infinito verdor a nuestro alrededor, que contiene uno de los mayores registros de vida en el mundo.
Madre de Dios cruza el corredor Vilcabamba-Amboró, el corazón de la biodiversidad. Según el doctor Francisco Dallmeier, director del Centro para la Conservación y la Sostenibilidad de Smithsonian, la mayor biodiversidad del mundo está en el Perú, incluye áreas protegidas de Vilcabamba y el Manu. Madre de Dios, para Dallmeier, es como su segunda casa, pues ya lleva varios años haciendo un mapeo de su diversidad. “Entre 2010 y 2013, cuando la Carretera Interoceánica fue pavimentada, hubo un cambio acelerado. Lo que preocupa es que esa carretera corta el corredor, lo deja desconectado”, dijo el biólogo de Smithsonian a un medio local, en junio de este año, en una entrevista que el jefe de prensa de Inkaterra nos había alcanzado y que pude leer en el avión, en el trayecto de Lima a Puerto Maldonado. Pienso en lo que dijo Dallmeier cuando escucho al mono aullador, que ahora zarandea los inmensos árboles, encima de mi cabeza.
Horas más tarde, la oscuridad reina en el bosque y los ruidos son otros; la marea sonora de bichos parece ser otra, como si hubieran cambiado de trajes e interpretasen a otros personajes, más burlones y chirriantes. Pero ahora los escucho a los lejos, pues me encuentro dentro de una inmensa y sofisticada maloca, en el ambiente reservado para los comensales del Inkaterra Hacienda Concepción, cenando con José (más conocido como ‘Joe’) Koechlin von Stein, fundador y presidente de Inkaterra, empresa pionera del ecoturismo y desarrollo sostenible como base económica para la conservación de la biodiversidad, fundada en 1975.
Joe llegó a Puerto Maldonado, la capital de Madre de Dios, en 1973, cuando la basura, según sus palabras, en esa ciudad, se recogía con bueyes. ¿Por qué ir a la selva? Joe responde: “En 1971, conocí a Werner Herzog, el director de cine. Nos conocimos en Lima, en el colegio Champagnat; se estaba presentando una retrospectiva de su obra, un cine muy difícil de entender… Yo era un simple espectador, tenía veinticinco o veintiséis años, pero me acerqué a él, le di mi opinión y conversamos sobre la posibilidad de hacer una película para un público más abierto. Había terminado de estudiar Administración de Empresas en la Universidad del Pacifico. Trabajaba mucho».
«Por mi cuenta había comprado 43 hectáreas de tierras, durante la reforma agraria, y las estaba vendiendo, así que empecé a recibir dinero. Entonces le propuse producir ‘Aguirre, la ira de Dios’, sin motivación mercantilista, y así exponer su arte a un público masivo, no tan selecto. Él aceptó; de acuerdo, dijo, me has convencido. Estuve en la filmación, por momentos, pero mi labor tenía que ver con el producto final; tenía que encargarme de que Werner hiciera lo que era capaz de hacer. Cuando terminó la filmación de la película en la selva peruana, quedó un estupendo grupo humano y se nos ocurrió que podríamos seguir trabajando juntos pero en otra actividad. El turismo nos resultó una buena idea».
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