Es práctico de llevar, fácil de aprender y su sonido agudo conquista a los espectadores. En esta entrevista, conversamos con Daniel Beteta, fundador de la primera escuela de ukelele en Lima: Waikiki.
Por: María Alejandra López // Fotos cortesía de Waikiki
Israel Kamakawiwo’ole se hizo famoso alrededor del mundo por su versión de Over the Rainbow, la clásica canción creada para el soundtrack de El mago de Oz (1939): a la voz suave y pausada del músico hawaiano, se sumó la magia de un instrumento muy particular: el ukelele. Según la revista especializada Gods of Uke, el ukelele se hizo popular en los noventas gracias al aporte de Israel con esa canción, que se viralizó en diversas películas durante los años noventa.
Si bien el ukelele no es un instrumento nuevo, ya que se confeccionó en las islas de Hawái durante el siglo XIX, en los últimos años ha cosechado varios fanáticos en Lima. A diferencia de otros instrumentos, se puede llevar con facilidad en cualquier tipo de transporte o en una mochila grande. Entre las bondades del instrumento, además, está la facilidad con la que puede llegar a aprenderse: Daniel Beteta, fundador de la primera escuela de ukeleles de Lima, Waikiki, nos cuenta que una persona puede llegar a tocar una canción en ukelele a partir de la segunda clase.
Waikiki, la escuela que Daniel dirige, no solo es el primer lugar que decidió especializarse en la enseñanza de este instrumento en la ciudad, sino también es la primera escuela peruana que viajará a Los Angeles International Ukulele Festival. Días antes del ansiado viaje, tuvimos la oportunidad de conversar con Daniel para conocer más sobre el instrumento que lo conquistó.
Estudiaste antropología y ahora te dedicas a la música…
Sí, ni bien terminaba mis clases de antropología me dedicaba a dictar música.
¿Y qué hay de la antropología?
No sé si el arte y la antropología son cosas diferentes, y trato de no pensar eso, pero en mi labor como docente he aplicado varias técnicas de la antropología: busco entender a cada alumno de una manera única. Converso 15 minutos antes de la clase con mis alumnos para conocerlos, saber con qué emoción vienen y cómo quieren salir después. Una vez vino una chica que acababa de perder a su mamá y me dijo “Daniel tienes que ayudarme a sacar esta energía”. Aprendimos, jugamos, conversamos y ella salió feliz de la clase.
¿Cómo nace Waikiki?
Tenía una banda que hacía covers de Beirut, un grupo estadounidense que toca con dos ukeleles. Mi vínculo con el ukelele surgió gracias a los conciertos que hacíamos: tocábamos en la calle y, después de cada presentación, las personas se acercaban y me preguntaban por el instrumento. Lo confundían con un charango o un violín y me pedían que les enseñara a tocarlo.
¿Y podías?
Jamás estudié música. Todo mi conocimiento se da a raíz de hablar con diferentes personas y hacer preguntas. Así fui aprendiendo a tocar el ukelele y así empecé a enseñarlo. Al inicio no cobrara, pero después fui haciéndolo porque me demandaba más tiempo el dar y preparar una clase.
¿Dónde inició la escuela?
Empezó hace siete años y estuvo en mi casa hasta el año pasado. Ambienté la escuela al aire libre en el límite entre el bar y el jardín.
¿Por qué decidiste moverte a otro local después de seis años?
Mi papá ya no quería que entraran personas desconocidas en la casa, especialmente por la bulla. En abril de este año empecé a buscar un local. Muchas personas me decían que no querían alquilarlo a una escuela de música. Felizmente, una alumna me pasó el dato de un piso que estaban alquilando en Miraflores: conversé con el dueño, le expliqué lo que quería hacer y al final se dio la oportunidad.
¿Qué tan grande ha sido la acogida de los alumnos?
¡Les ha encantado que la escuela se mude a Miraflores! Les parece un lugar más céntrico y para mí es bonito tener un espacio propio. Al comienzo, como toda empresa, los ingresos no eran tan grandes, pero ahora tenemos 40 alumnos cada mes y todas las semanas llegan nuevas personas. También tengo dos profesores contratados, Diego y Rafael.
¿Se podría decir que son la primera escuela del Perú?
Yo diría que somos la primera que se fundó, pero no somos la única. Los venezolanos están empezando a abrir escuelas de ukelele.
Ritmo libre
¿Qué tan difícil es tocar el ukelele?
¡En la primera clase ya puedes tocar una canción! Lo bueno es que tiene varios beneficios: los acordes básicos son muy sencillos, es bastante chiquito y a los niños les encanta ya que es súper fácil de sostenter A diferencia de otros instrumentos, además, lo puedes llevar a todos lados. Actualmente, también enseño ukelele en el Colegio Trener. Me inspiré en el canadiense James Hill, quien hizo una reforma del sistema educativo e incorporo el ukelele a la educación primaria.
Cuéntame sobre The Los Angeles International Ukulele Festival, ¿cómo nació esta oportunidad?
A mí me encanta tocar puertas. Le puedo escribir a todo el mundo para que se conviertan en influencers de mi marca. Así encontré la página del festival, les conté mi trayectoria y al organizador le encantó la idea. Vamos a viajar para tocar Los Destellos en versión ukelele y dar una conferencia sobre el movimiento que el instrumento está teniendo en la ciudad.
¿Qué proyectos como escuela tienes?
Tengo miles, ¡soy una persona que siempre piensa en grande! Waikiki es una escuela que le permite a cualquier persona -que siempre ha soñado con tocar una o crear una canción- tocar un instrumento. No es una escuela profesional de música como el conservatorio. ¡La idea de Waikiki es que te relajes y te diviertas! No hay límite de edad ni de ningún tipo. He tenido alumnos que han querido tocar metal en ukelele y aquí todo es posible: le preguntamos a los alumnos qué canciones le gustan y trabajamos en base a sus intereses.
¿Y proyectos personales?
¡También toco en bodas! Usualmente las personas nos piden Over the rainbow, pero en realidad tocamos cualquier tipo de música. Lo bonito de las bodas es que es un momento muy especial para mí, ya que toco cuando aparece la novia y debe ser totalmente perfecto.
¿Qué es lo mejor que te ha dado el ukelele?
La capacidad de crear música. Si yo hago una canción, me pulo al máximo para que esa canción me represente y hable por mí.