Con un monumental andamio de madera, el Perú participará desde el 10 de mayo en la Bienal de Arquitectura de Venecia a través de una propuesta que recupera la tecnología ancestral de las islas flotantes del lago Titicaca como una solución sostenible para el presente.
Por Por Alex Hudtwalcker, Arquitecto y profesor de la PUCP
El 29 de junio de 1988, una monumental embarcación de totora zarpó desde el Club Náutico del Callao con rumbo a la isla de Tahití, conectando Sudamérica con la Polinesia en una travesía marítima sin precedentes.
La balsa, que navegó durante 54 días y recorrió más de 10,000 kilómetros, fue tripulada por cinco jóvenes expedicionarios y construida en la playa de Punta Negra, al sur de Lima. Allí, ocho artesanos aimaras del Lago Titicaca trabajaron intensamente para dar forma a esta nave de más de 10 toneladas. En el centro de este esfuerzo colectivo se erigió un gran andamio de madera de 20 metros de largo, cuya función fue sostener y facilitar el ensamblaje de este gran cuerpo flotante.
Treinta y siete años después, el pabellón peruano en la 19ª Bienal de Arquitectura de Venecia emprende una nueva travesía: esta vez, conectando el Lago Titicaca con la Laguna Veneciana, escenario del encuentro de arquitectura más importante a nivel internacional. Living Scaffolding —propuesta curatorial que lidero junto a un equipo conformado por Sebastián Cillóniz, Gianfranco Morales y José Ignacio Beteta— traslada a Venecia el conocimiento ancestral de los Uros y Aimaras, comunidades del altiplano peruano que habitan el Lago Titicaca, el cuerpo de agua navegable más alto del mundo, ubicado a más de 3,812 metros sobre el nivel del mar. Este lugar es un laboratorio vivo de arquitecturas flotantes, donde se levantan sofisticadas estructuras de totora, un material local, orgánico y milenario.

La exposición explora el uso de la totora como materia prima para la creación de arquitecturas flotantes.

Equipo curatorial: Gianfranco Morales, José Ignacio Beteta, Sebastián Cillóniz y Alex Hudtwalcker.
Nuestra propuesta se alinea con el enfoque planteado por el curador de esta edición, Carlo Ratti, bajo el lema “Un lugar, una solución”. A través de ella mostramos cómo los pobladores, mediante sistemas constructivos radicales y sofisticados basados en la totora, han logrado desafiar el tiempo, la naturaleza y los cimientos mismos de la arquitectura. Dos grandes prácticas colectivas, sostenibles y de bajo impacto, que continúan vigentes hasta hoy.
Por un lado, la transformación del lago en un territorio habitable, como ocurre con las islas flotantes de los Uros: un sistema arquitectónico cíclico y auto-renovable. Estas islas se construyen cada 25 a 30 años y se mantienen activas mediante rondas de trabajo comunitario que se realizan cada 60 días. Por otro lado, las travesías oceánicas impulsadas por los artesanos aimaras, que con sus grandes embarcaciones de totora reactivan la discusión sobre la capacidad de los pueblos prehispánicos de cruzar mares para establecer intercambios culturales. Esta hipótesis tomó fuerza con las expediciones del etnólogo noruego Thor Heyerdahl, especialmente con el viaje del Kon-Tiki en 1947.
Pero la sofisticación de estas construcciones no reside en su permanencia, sino en su capacidad de adaptación. Tanto las islas como las balsas, sujetas a la degradación natural, dependen de estructuras auxiliares ligeras: materiales, herramientas y sobre todo andamios. Elementos muchas veces invisibles por su carácter temporal, pero fundamentales para sostener y posibilitar estas grandes obras flotantes.

Un ejemplo de la durabilidad y sostenibilidad de la totora como material de construcción.
Con una profunda convicción por mantener conversaciones disciplinares en una bienal dedicada a la arquitectura, el pabellón peruano introducirá en la Sala de Armas del Arsenale de Venecia—un espacio históricamente dedicado a la construcción de embarcaciones—un gran artefacto arquitectónico. Se trata de un monumental andamio de madera, similar al que hizo posible en 1988 el ensamblaje de la gran balsa de totora. Con 20 metros de largo, 4 metros de ancho y 2.20 metros de altura, esta estructura ocupa el centro del espacio expositivo, tensionando el lugar que la contiene y revelando la dimensión oculta de los cimientos y los andamios: no solo como estructuras inferiores, sino como elementos esenciales que sostienen la vida en la superficie.
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