Antes de ser nombrado Sumo Pontífice, Robert Prevost tuvo una larga trayectoria como misionero en nuestro país. Durante casi 20 años, el entonces sacerdote realizó su trabajo en las zonas rurales y amenazadas del norte del Perú.

Por Redacción COSAS

En un reportaje hecho por Reuters, el medio investigó sobre los primeros años del Papa León XIV en nuestro país, cuando llegó a mediados de los 80, y entrevistó a quienes fueron sus compañeros durante su misión. Héctor Camacho, Fidel Alvarado, Cristóbal Mejía Oscar Murillo y José Rivadeneyra recuerdan la cercanía del entonces cura con la población y las dificultades que afrontó, como la amenaza de muerte que recibió por parte de los terroristas.

El Papa León XIV se ordenó sacerdote en 1982 y, tras tres años, fue enviado de misionero a Perú.

Prevost en la década del 80

En 1985, Héctor Camacho era un adolescente y monaguillo en Chulucanas, cuando conoció a un joven misionero estadounidense recién llegado: Robert Prevost. Venía de Chicago, hablaba un español limitado, vestía jeans y pronto se convertiría en parte esencial de la comunidad.

«Tenía una aura que le hablaba a la gente. La gente acudía a él», recuerda Camacho, ahora de 53 años, desde una pequeña capilla en el pueblo de Yapatera, donde Prevost solía predicar. En aquellos años de violencia por Sendero Luminoso, Prevost recorría la región a pie o a caballo, llevando crucifijos y vino ceremonial, formando lazos con los jóvenes del lugar. “Nos llevaba a la playa, jugaba básquet con nosotros, contrataba entrenadores para alejarnos del crimen”, cuenta Camacho. “Agradecemos a ese joven que caminó con nosotros.”

Durante las décadas de los 80 y 90, el sacerdote permaneció en el norte del Perú.  Fidel Alavarado, entonces seminarista, recuerda que los terroristas colocaron una bomba que destruyó la puerta de la iglesia y que tanto Prevost como los otros sacerdotes norteamericanos recibieron amenaas de muerte.  “Les dieron 24 horas para irse o serían asesinados”, explicó Alvarado. “Pero se quedaron. Lo que los convenció fue el amor del pueblo.”

En 2015, Prevost fue nombrado obispo de Chiclayo y obtuvo lla nacionalidad peruana.

«Siempre nos hablaba del valor de la comunidad»

Reuters visitó el lugar donde Prevost vivió como joven misionero. Su habitación en la residencia diocesana de Chulucanas era sencilla pero amplia. El obispo actual, Cristóbal Mejía, lo recuerda como un hombre disciplinado: “Se acostaba a las 11 p.m. y se levantaba a las 5 a.m. para rezar”. Afuera, aún se conserva una camioneta similar a la que Prevost usaba para desplazarse.

Para quienes lo conocieron, siempre fue un pastor cercano. “Era como un pastor que huele a oveja”, repiten los lugareños. “Siempre nos hablaba del valor de la comunidad, que es parte de la belleza de San Agustín”, dice Alvarado. León XIV será el primer papa agustino.

La orden agustiniana, recuerda, fomentaba la educación ofreciendo becas universitarias en ingeniería y derecho. “Esperaba que eligiera el nombre de Agustín, pero conociéndolo, no quiso centrar la atención en los agustinos”, dice Alvarado. “Quiere una Iglesia que escuche el clamor de los pobres. Creo que Robert va a hacer eso, va a unir en lugar de dividir.”

Un cura que nunca se quedó callado

Oscar Murillo Villanueva, sacerdote de Trujillo, también lo conoció en los años 80. “Él sufrió con el dolor del pueblo peruano”, afirma. “Nunca se quedó callado ante las injusticias… las masacres, las omisiones de los gobernantes, las inundaciones.”

Muchos lo recuerdan como alguien sereno y con gran sentido del humor, aunque riguroso en lo académico. José William Rivadeneyra, ex seminarista y ahora docente, lo describe como “jovial, con un sentido del humor inigualable”. Aun así, podía ser estricto: expulsaba a estudiantes por hacer trampa.

Camacho, quien continuó sirviendo como monaguillo cuando Prevost se trasladó a Trujillo, dice que jamás lo vio perder la calma, ni siquiera ante la muerte de su madre. “Un día lo vi empacando su ropa. Me dijo que regresaba a EE.UU. porque su madre había muerto. Lloré por él, pero él tenía esa calma. Estaba preparado, como si su madre ya estuviera en manos de Dios.”

Camacho le pidió permiso para ponerle el nombre de su madre a su hija, y Prevost aceptó. Luego se convirtió en el padrino de Mildred Camacho, hoy de 29 años. “Me mandaba cartas, correos, me contaba de sus viajes y misiones”, dice ella, mostrando fotos que él le envió. “Su frase siempre era: ‘Tenme en tus oraciones, así como yo te tengo presente en las mías.’”

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