Cada 12 de octubre se celebra el Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural en nuestro país, una fecha que revive el debate sobre la herencia colonial. Sin embargo, reducir nuestra historia a una narrativa de víctimas y opresores empobrece lo que realmente somos: el resultado de un encuentro cultural que dio origen a una identidad mestiza, viva y única.

Por: Rafael Aita*

«Nada que celebrar». Cada 12 de octubre escuchamos voces que repiten estas palabras con solemnidad. Son palabras cargadas de un sentimiento anticolonialista y de reivindicación indígena. Sin embargo, encierran una paradoja: la mayoría de quienes las pronuncian lo hacen en idioma español, y muchas veces llevan apellidos castellanos. La piedra arrojada contra la historia, en realidad, rebota y cae sobre nosotros mismos. ¿Cómo hemos llegado a esta contradicción?

El origen de esta visión está en el siglo XX, cuando se consolidó una narrativa influenciada por el materialismo dialéctico, la filosofía de la liberación y corrientes indigenistas. Según esa mirada, los males de nuestros países modernos —pobreza, desigualdad, corrupción— serían consecuencia directa de una herencia colonial que nunca habría sido superada.

Capitán Perú 12 de octubre

Cada 12 de octubre, la frase “Nada que celebrar” se repite como símbolo de reivindicación indígena y rechazo al pasado colonial.

La sociedad latinoamericana se dividiría en dos: una clase opresora, descendiente de los “invasores españoles”, y una clase oprimida, heredera de los pueblos originarios, los verdaderos dueños de esta tierra. Como si no fuéramos todos peruanos, mestizos e hijos de este país.

Este discurso también cae en la falacia de tomar la palabra “colonialismo” y estirarla más allá de su contexto histórico. Así, se empezó a equiparar la conquista del siglo XVI con el colonialismo extractivista europeo del siglo XIX en África y Asia, que necesitaba recursos masivos para la revolución industrial. Se borraron las diferencias y se creó un imaginario en el que el Perú del tiempo de Pizarro sería lo mismo que el Congo bajo los belgas o la India bajo los británicos. Una simplificación peligrosa, porque empobrece nuestra comprensión del pasado y, sobre todo, debilita nuestra autoestima como nación.

Nadie en su sano juicio puede negar que la conquista de América fue violenta. Hubo guerras y abusos. Pero de ahí a hablar de genocidio hay un salto inmenso. La mayoría de las muertes indígenas no fueron resultado de matanzas planificadas, sino de enfermedades traídas sin intención, como la viruela, contra las cuales los pueblos originarios no tenían defensas.

Capitán Perú 12 de octubre

La evangelización impulsó la creación de gramáticas y diccionarios en lenguas indígenas como el quechua o el guaraní.

Además, los españoles no exterminaron a los pueblos conquistados. Muy por el contrario, buscaron integrarlos, bautizarlos, enseñarles el idioma y hacerlos parte de un nuevo orden social. La prueba está a la vista: en la América hispana, a diferencia de lo ocurrido en gran parte de la anglosajona, los pueblos originarios siguen vivos, con sus lenguas, costumbres y tradiciones. Si hubiera existido un plan sistemático de exterminio, ¿cómo explicar que hoy seamos sociedades mestizas, donde la herencia indígena y la española conviven no solo en la lengua o la religión, sino en nuestros mismos rostros?

El mestizaje no fue perfecto, ni mucho menos idílico. Hubo injusticias, abusos y desequilibrios. Pero al mismo tiempo fue un proceso único en el mundo: la voluntad de unión entre dos tradiciones culturales que, en lugar de aniquilarse, se fundieron para dar origen a algo nuevo: el Perú, y por extensión, América Hispana.

Mientras en otras colonizaciones, como la inglesa en Norteamérica, los indígenas fueron desplazados o eliminados, en el mundo hispano se creó una nueva identidad. De allí provienen nuestras fiestas religiosas con música andina, nuestra gastronomía que mezcla productos nativos con técnicas europeas, y hasta nuestras formas de hablar, que integran vocablos quechuas, aimaras, guaraníes o náhuatls en el castellano. Somos hijos de un encuentro, no de una aniquilación.

Capitán Perú 12 de octubre

El mestizaje fue un proceso imperfecto, pero único en el mundo, que dio origen a una nueva identidad.

Hay un argumento contundente que pocas veces se menciona: España fue la única potencia europea que legisló a favor de los pueblos indígenas. Desde las primeras décadas de la conquista se dictaron normas que limitaban el trabajo forzado, reconocían derechos y buscaban frenar abusos. Las Leyes de Indias del siglo XVI son un testimonio de que había una conciencia distinta: los indígenas eran súbditos de la Corona, no esclavos sin derechos.

¿Se cumplieron siempre estas leyes? No, muchas veces fueron burladas o debilitadas por intereses locales. Pero su existencia misma marca una diferencia radical con otras experiencias coloniales. En las colonias inglesas, los pueblos indígenas fueron directamente excluidos de cualquier marco legal protector y terminaron arrinconados hasta casi desaparecer.

Otro de los mitos repetidos es que España destruyó todas las culturas indígenas. La realidad fue más compleja. Es cierto que se prohibieron prácticas como los sacrificios humanos o las guerras rituales, pero al mismo tiempo la Iglesia defendió lenguas originarias, formó colegios para hijos de nobles indígenas y elaboró gramáticas y diccionarios en quechua, náhuatl y guaraní.

Capitán Perú 12 de octubre

La princesa o ñusta inca Beatriz Clara Coya se casó con el capitán español Martín García de Loyola en 1572 en Cusco, un ejemplo de cómo se llevó el proceso de mestizaje en Perú.

La evangelización fue, en muchos casos, un proceso de diálogo cultural. La fe católica, lejos de ser un mero instrumento de control, se convirtió en un espacio de integración: basta mirar la devoción al Señor de los Milagros en Lima, la Virgen de Guadalupe en México o el Señor de Qoyllurit’i en el Cusco. Son expresiones en las que lo español y lo indígena se funden en un mismo símbolo de fe y de identidad.

Aceptar sin crítica la narrativa de la Leyenda Negra tiene un efecto devastador: nos condena a la victimización perpetua. Nos convierte en pueblos que siempre culpan a otros de sus problemas, incapaces de asumir responsabilidad sobre su presente y su futuro.

Si creemos que todos nuestros males vienen de la conquista, nunca podremos mirarnos al espejo y preguntarnos qué hemos hecho mal nosotros mismos. La corrupción, la desigualdad, la violencia política o la falta de instituciones sólidas no son herencias coloniales inmutables: son problemas que dependen de nuestras decisiones actuales.

Defender esta visión no significa “justificar” a los conquistadores ni negar los abusos. Significa rescatar la verdad de nuestra historia y reconocer que somos fruto de un proceso complejo, con luces y sombras, pero también con logros extraordinarios.

Capitán Perú 12 de octubre

España fue la única potencia europea que legisló a favor de los pueblos indígenas mediante las Leyes de Indias.

El Perú, como toda América Hispana, es hijo de múltiples herencias: la incaica, la española, la africana, la criolla. Todas conviven en nosotros. Y esa mezcla, lejos de ser una condena, es nuestra mayor riqueza.

El mestizaje no nos hace menos auténticos: nos hace únicos. Nos recuerda que la historia no fue solo imposición, sino también encuentro. Que no fuimos borrados, sino transformados. Que nuestra identidad no es una máscara ajena, sino una síntesis viva que nos da fuerza para enfrentar los retos del presente.

Por eso, cada 12 de octubre no deberíamos repetir “nada que celebrar”. Claro que hay cosas que criticar, recordar y analizar con honestidad. Pero también hay mucho que celebrar: la supervivencia de nuestras culturas, la capacidad de integración, la riqueza de una identidad mestiza que nos hermana por encima de las fronteras.

Celebrar no significa olvidar las injusticias, sino dar sentido a la historia. Significa reconocer que, a pesar de la violencia inicial, supimos construir sociedades nuevas, complejas, creativas, llenas de vida. Significa asumir que no somos víctimas eternas, sino protagonistas de nuestro destino.

Capitán Perú 12 de octubre

La identidad mestiza es una síntesis viva que nos da fuerza para enfrentar los retos del presente.

Una visión empobrecida de nuestro pasado no solo distorsiona la realidad: también mina nuestra autoestima. Nos encierra en la mediocridad de sentirnos siempre víctimas, incapaces de reconocernos como responsables de nuestro camino. Rebatir la Leyenda Negra no es defender a los españoles: es defender al Perú y a América Hispana. Es afirmar que nuestra identidad es la suma de imperios, de culturas y de pueblos, y que de esa suma nace nuestra fuerza.

Hoy necesitamos más que nunca una mirada de esperanza: entender que el Perú no está condenado por su pasado, sino llamado a crecer a partir de él. Que podemos aprender de nuestros errores, pero también de nuestros aciertos. Que la promesa de nuestra historia no es el resentimiento, sino la unidad.

Cada 12 de octubre, más que repetir “nada que celebrar”, deberíamos recordar que tenemos mucho que agradecer, mucho que aprender y muchísimo por construir. El encuentro que dio origen a nuestra identidad nos invita a creer que, unidos en nuestra diversidad, somos capaces de forjar un país mejor, un país como Dios manda.

(*) Escritor, divulgador y YouTuber, conocido como «Capitán Perú».

Suscríbase aquí a la edición impresa y sea parte de Club COSAS .