La decisión de Isabel Preysler de publicar ocho cartas privadas que Mario Vargas Llosa le escribió durante su relación ha desatado un debate inesperado. ¿Es un gesto de amor o una vulneración de los derechos de autor y del honor del nobel peruano? ¿Hasta dónde llega la libertad de contar una historia cuando uno de los protagonistas ya no está?
Por: Renzo Espinosa Mangini
Isabel Preysler continúa en el ojo de la tormenta tras la publicación de su autobiografía “Mi verdadera historia”. Esta vez, la polémica gira en torno a la legalidad de las cartas de amor que incluye en el libro y a la posible vulneración de los derechos de autor y del honor del nobel Mario Vargas Llosa. El gesto, que parecía una forma de cerrar su historia con el escritor, ha terminado por abrir un debate legal y ético sobre los límites legales entre la propiedad intelectual y la vida privada.
Lo que dice la ley española
El caso ha despertado interés entre abogados y expertos en derechos de autor. El abogado español Xavi Abat, especialista en propiedad intelectual, explica que poseer una carta no significa tener derechos sobre su contenido. “Las cartas pueden ser tuyas físicamente, pero el contenido pertenece al autor —señala Abat—. Y cuando ese autor fallece, los derechos pasan a sus herederos durante 70 años”.

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler en una entrevista para COSAS realizada por el escritor Santiago Roncagliolo.
Además, en España los derechos al honor y la intimidad personal se mantienen después del fallecimiento. Solo los familiares legitimados pueden autorizar la difusión de información privada. Desde esa perspectiva, publicar cartas personales sin permiso podría considerarse una intromisión, incluso si la intención no es lucrativa. El punto es sutil pero crucial: Isabel puede conservar los papeles, pero las palabras siguen siendo de Mario.
El caso ha puesto sobre la mesa una pregunta universal: ¿quién tiene derecho a contar una historia de amor? Isabel fue parte de esa relación, pero las palabras que decide publicar no le pertenecen del todo. Para algunos, el libro es una forma legítima de reivindicar su versión. Para otros, una vulneración del legado de un autor cuya vida y obra merecen reserva. En medio, quedan los matices: la intención, el afecto y los vacíos que deja la muerte cuando lo privado se convierte en público.
La reacción de los herederos
La familia Vargas Llosa no ha hecho declaraciones oficiales, pero las palabras de Álvaro, hijo mayor del escritor, dejan entrever una cierta incomodidad. En una entrevista reciente, comentó que su padre “siempre defendió la discreción como una forma de respeto” y que divulgar esas cartas “no es algo que él habría aprobado”.

«Mi verdadera historia» combina memorias personales y cartas inéditas, despertando interrogantes sobre los límites entre lo íntimo y lo público.
Aunque no se ha anunciado ninguna acción legal, el malestar es evidente. Para los herederos, las misivas forman parte de la vida privada de su padre, no de una historia pública. En cambio, para Isabel, son parte de su experiencia personal, un testimonio que —según ella— quiso compartir con afecto y sin rencor. “Quiero que se sepa que él fue feliz”, dijo durante la presentación del libro.
En los círculos literarios y sociales, las opiniones están divididas. Algunos defienden a Isabel, recordando que otras figuras públicas también han compartido correspondencias privadas sin repercusiones legales, mientras que otros consideran que la publicación es un gesto imprudente que afecta la memoria y la dignidad del nobel.
Lo que revelan las cartas
Las ocho cartas de Vargas Llosa a Isabel Preysler recorren diferentes etapas de su relación. Algunas están llenas de entusiasmo y ternura; otras reflejan cansancio y distancia. En una de las más comentadas, el nobel elogia su inteligencia y elegancia; en otra, le escribe desde un viaje, evocando con nostalgia los días compartidos. Pero es la última carta —escrita por Isabel— la que marca el cierre: una despedida escrita con serenidad, donde reconoce que el amor, como las grandes historias, también tiene un final.

Las cartas del nobel, escritas en los años de su relación con Preysler, se han convertido en el centro de una controversia donde el amor y la ley se enfrentan.
Más allá del contenido romántico, las misivas retratan a un Vargas Llosa más íntimo y vulnerable, lejos del tono académico o político con el que el público suele identificarlo. Su prosa revela un hombre enamorado, introspectivo y, en ocasiones, inseguro. Para muchos lectores, ese retrato humano aporta una nueva dimensión a su figura; para otros, expone una faceta que él eligió mantener en reserva.
Lo que podría pasar
Por ahora, aún es incierto sobre cómo actuará la familia de Mario Vargas Llosa. Los herederos podrían solicitar que se revise el contenido en futuras ediciones, o simplemente dejar que el debate se diluya con el tiempo.
Lo cierto es que la controversia ha trascendido el ámbito sentimental. Lo que comenzó como un gesto íntimo terminó abriendo un debate sobre los límites de la propiedad intelectual, el respeto póstumo y el derecho a recordar. Un recordatorio de que las palabras, más allá del amor que las inspira, también pueden caer en el terreno del conflicto.
Suscríbase aquí a la edición impresa y sea parte de Club COSAS.