El EU Mies Award, que se concede cada dos años al mejor proyecto europeo, ha premiado la transformación de quinientas treinta viviendas en Grand Parc Bordeaux, en Francia. Un galardón que confirma que, en arquitectura, se pueden realizar cambios radicales sin necesidad de demoler.
Por Laura Alzubide / Fotos de Philippe Ruault
Una vez más, las palmas han sido unánimes tras el anuncio del ganador. El EU Mies Award, que concede la Fundación Mies van der Rohe cada dos años al mejor proyecto europeo, fue entregado el 7 de mayo con la sensación de que la arquitectura del continente se encuentra en un excelente estado de salud. En la edición anterior ya se premió la renovación de un viejo edificio de viviendas con DeFlat Kleiburg, en Ámsterdam. Pero este año se ha ido más allá con una obra que señala el camino que deben seguir los proyectos sostenibles: la transformación de quinientas treinta viviendas en Grand Parc Bordeaux, Francia, de Lacaton & Vassal Architectes, Frédéric Druot Architecture y Christophe Hutin Architecture.
“En lugar de demoler, lo que implica el uso de una cantidad importante de energía, en este caso el cliente comprendió y apoyó las ventajas de transformar los tres edificios existentes”, explica la citación del jurado. “Esto ha mejorado la vida de las personas sin subestimar sus vidas anteriores, llenando el nuevo volumen de poesía, porque funciona con la base de que las personas entienden el espacio y, en consecuencia, lo utilizan de maneras muy diferentes”.
La intervención de tres bloques de departamentos de comienzos de los años sesenta en la ciudad de Burdeos ha sido toda una revelación. Ha logrado una gran transformación al aplicar solo cambios mínimos. Una operación sencilla, como agregar balcones y galerías, fue capaz de dar un vuelco a la vida de los habitantes de los edificios. Al reemplazar las ventanas pequeñas de la fachada por grandes puertas corredizas, se ampliaron en más de veinte metros las salas de las viviendas, y también se redujo el consumo energético. Además de esta intervención clave, se crearon nuevas salas de acceso y jardines frente al edificio, y se renovaron los acabados e instalaciones, incluyendo el ascensor.
No fue necesario reubicar a los inquilinos durante la obra, porque se excluyeron las intervenciones en la estructura. La transformación de cada unidad costó tan solo cincuenta mil euros. Y los propietarios del edificio se comprometieron a no subir el precio del alquiler. Como escribe Anatxu Zabalbeascoa, en el diario español “El País”, a propósito de este proyecto: “La arquitectura más revolucionaria no es necesariamente rompedora, extravagante o icónica”.
Artículo publicado en la revista CASAS #269