¿Cómo lograr que los limeños descubran y se apropien de las huacas? En un contexto que pide a gritos la habilitación de nuevos espacios públicos para todos, un viejo proyecto que propone convertirlas en espacios públicos abiertos y gratuitos podría cumplir la doble función de dar a la población nuevos lugares de encuentro, y propiciar su valoración como un vestigio de nuestro origen común.

Por Edmir Espinoza / Ilustración de Erick Baltodano / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart

Nuestra capital aglutina gran parte de los problemas de las grandes megalópolis del mundo: nula planificación urbana, poca densificación, falta de espacios públicos y vivienda social, y una crisis absoluta de la movilidad motorizada. Pero, al mismo tiempo, Lima tiene características endémicas que podrían transformarla y convertirla en una urbe más moderna y más justa: su ubicación frente al mar, su riqueza cultural y, claro, su gran pasado histórico y los cientos de vestigios arquitectónicos que la convierten en la capital con más huacas del mundo.

En Lima se yerguen más de cuatrocientas huacas, repartidas en casi todos los barrios de esta gran metrópoli, y cuyas áreas sumadas equivalen al déficit total de áreas verdes en la capital.
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Para el mundo, esta peculiar característica de Lima es una de las mayores posesiones prehispánicas en Sudamérica, y para cualquier otra ciudad sería un pilar para desarrollar una marca ciudad que potencie esta dimensión histórica como una ventaja competitiva.
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Sin embargo, en el Perú, las huacas parecieran ser solo lastres que impiden el desarrollo de nuevo suelo urbano en una ciudad carente de espacios dónde construir.

Erick Baltodano

Ilustración de Erick Baltodano

Desde la Independencia, y durante todo el siglo XX, las huacas han sido vestidas con un manto de indiferencia por el Estado, que apenas destina a su protección el 0,36% del presupuesto nacional. En un escenario así, en el que las autoridades reniegan de las protecciones que gozan estos espacios arqueológicos con gran valor histórico, es entendible que tampoco la población conozca de cerca la importancia de estos espacios, y los vea como un natural impedimento a la expansión urbana informal. Pero los efectos de la pandemia y la consecuente “nueva normalidad” podrían potenciar un cambio en el enfoque de uso de las huacas limeñas. Ante un contexto que obliga a la promoción de más y mejores espacios públicos abiertos para todos, los gobiernos de todo el mundo están apurando acciones para habilitar diversos espacios que puedan servir como lugares de encuentro seguros entre los ciudadanos, promoviendo así tanto la salud mental de las personas como la aparición de nuevas dinámicas sociales y económicas del entorno. Es precisamente bajo esta nueva lógica, de potenciar nuevos espacios públicos de forma creativa, que la vieja idea de convertir las huacas en espacios libres y abiertos para todos se asoma hoy como una propuesta acorde a los nuevos tiempos.

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Esos grandes agujeros negros

Jean Pierre Crousse es arquitecto, profesor e investigador, y autor de diversos libros. En 2017 publicó “Agujeros negros urbanos”, un libro que nació como resultado de un taller que dictó en la Universidad de Harvard a alumnos de diferentes nacionalidades. En esencia, la investigación postula convertir las huacas “en espacios públicos que permitan una compatibilidad con el lugar donde se asientan”. Una idea que, sin embargo, generó el rechazo de buena parte de los arqueólogos locales, que apuntaron a que un proyecto de esta naturaleza podría fomentar el deterioro del patrimonio.
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Para Crousse, este desencuentro parte de una idea equivocada de la intangibilidad del patrimonio. “Desde la independencia del Perú, se declara todo patrimonio arqueológico como un bien de la nación, y como tal, es intangible. Es decir, no se puede tocar, y esto hace que suceda algo increíble: la intangibilidad se convierte en aquello que nos impide proteger a las huacas, porque el fin ahora es que sean intangibles, no su protección”, explica el arquitecto, quien cree que para proteger las huacas es necesario utilizarlas. “Las huacas tienen que ser espacios activos, en los que la ciudadanía proteja lo que conoce. Nadie protege aquello que no conoce ni entiende, y hoy son espacios invisibles para el ciudadano. Invisibles no solo para los ojos, sino en el imaginario”, explica Crousse. 

Huacas abiertas: de vuelta al origen

Para Kevin Malca, arquitecto y autor de la tesis “Articuladores arqueológicos”, que postula diversas estrategias para la reactivación de sitios arqueológicos, existe un error de enfoque de parte del Estado al proteger los objetos y no a las relaciones ni a los sistemas asociados a las huacas. “Esto surge de una mirada occidental, en el que el valor físico del patrimonio es muy importante, y que contradice la naturaleza de las huacas, que tienen un valor no en el objeto, sino en la relación que establece el objeto con el paisaje o, en su momento, con las prácticas rituales, sociales y culturales. Debemos entender que intervenir estos sitios es llevar su naturaleza más adelante. La naturaleza de estos sitios es ser una infraestructura de soporte del paisaje y de las dinámicas sociales”, comenta Malca.

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Pachacámac: el gran piloto

La idea de involucrar a la población con el patrimonio a través del acceso a un espacio público adyacente a la zona intangible de las huacas no es una idea nueva. Como explica la arqueóloga y directora del Museo de Pachacámac, Denise Pozzi-Escot, en 2009, el urbanista y arquitecto José Canziani hizo una propuesta innovadora para la creación de un parque en el límite del santuario y fuera de la zona intangible, donde se ubica la arquitectura. Y aunque el proyecto tuvo que superar innumerables trabas, hoy el Parque Pachacámac está muy cerca de convertirse en una realidad.

“En 2017 logramos que el Grupo Centenario convocara a un concurso internacional de arquitectura y paisajismo para el diseño de un parque metropolitano en el perímetro del santuario de Pachacámac, y el año pasado trabajamos de la mano con el Ministerio de Cultura toda la etapa de preinversión. Ahora, el Ministerio de Economía y Finanzas ha declarado el Parque Pachacámac como viable”, explica Pozzi-Escot.

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Así, de concretarse el proyecto, el Parque Pachacámac se convertiría en un modelo de gestión del espacio público como potenciador de las relaciones entre el patrimonio y la comunidad. Sin embargo, aunque las estrategias pueden ser replicables a otras huacas, cada sitio arqueológico tiene sus propias características. “Claramente, el Parque Pachacámac no será verde, como un parque zonal, sino un parque del desierto. Pachacámac es una zona árida y la propuesta ganadora contempla todo un circuito de información, biohuertos para la comunidad y las escuelas, y que las plantas y especies sean coherentes con el espacio: huarangos, especies nativas de molle y demás plantas de raíces profundas. Queremos que la comunidad explore su pasado, pero también su entorno”.

A diferencia de otros arqueólogos, renuentes a la intervención de las huacas, la directora del Museo de Pachacámac refiere que ello responde a un proceso de evolución del mismo concepto de patrimonio histórico, que hoy debería involucrar siempre a la comunidad. “El patrimonio hoy tiene que ser una herramienta para mejoras en la calidad de vida de todos. Nosotros, por ejemplo, tenemos el súper Museo de Sitio, que ha ganado premios internacionales, pero el museo no puede ser solo para los investigadores. Es, primero, de la comunidad del entorno, y después, de todos los peruanos. Es esencial para la sostenibilidad de un proyecto como este que la comunidad participe con nosotros en la conservación de ese patrimonio”, refiere Pozzi-Escot.

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Existen más de cuatrocientas huacas en Lima, todas distintas. Las que buscan captar cada vez más turistas, ávidos de descubrir la historia de nuestros antepasados, y aquellas que, con un poco de recursos y voluntad, podrían convertirse en grandes espacios públicos que promuevan el vínculo de la comunidad con su origen e historia. ¿Cómo identificar estas huacas y activarlas para beneficio de todos? Aunque no existe una fórmula infalible, todo hace pensar que la respuesta está en la voluntad de los limeños por descubrir más de nuestro pasado y, al mismo tiempo, en su capacidad de exigir nuevos y mejores espacios públicos para todos.

Artículo publicado en la revista CASAS #291