Casa Aguaymanto es, para Marilú Monge, “un sueño cumplido”. Su familia fue una de las primeras en habitar el balneario de Punta Sal, en la región Tumbes. Ha pasado aquí prácticamente toda su vida; por eso, haber diseñado y construido un alojamiento boutique en este lugar ha sido para ella una oportunidad de compartir con otros las maravillas de los paisajes de su niñez junto al mar.

Por Redacción COSAS

El profundo amor de Marilú por esta playa paradisiaca la ha impulsado a promover iniciativas para ponerla en valor y mantener su belleza natural en la medida de lo posible. Por eso, Casa Aguaymanto es solamente la punta del iceberg. La casa, diseñada por el arquitecto Martín Dulanto en estrecha colaboración con ella, está compuesta por tres apartamentos con impresionantes vistas al océano. El concreto expuesto, la madera mínimamente tratada –que rememora los tronquitos que, de pequeña, recogía en la orilla, casi tallados por las olas– y los enchapes de ladrillo rococho ayudan a conformar un ambiente cálido, rústico y sumamente acogedor, que se complementa con el delicado interiorismo que ella misma ha trabajado.

Casa Aguaymanto

Materiales crudos y acabados rústicos se combinan con antigüedades familiares restauradas y modernizadas por la misma Marilú Monge en Casa Aguaymanto. Foto: Renzo Rebagliati

“De muy niña, subía el cerro con mi padre, hasta la cima, buscando fósiles mientras contemplaba la bahía”, explica; de ahí que parte del recorrido de subida al cerro esté ornamentado con peculiares piezas de osamenta. Cada detalle, cada ambiente, forma parte de sus recuerdos de infancia y de su amor por la naturaleza.

Su obra, construida sobre la ladera del cerro árido, tuvo que ser trabajada meticulosa y arduamente, ya que enormes rocas de cuarzo supusieron un reto considerable para la edificación. Hoy, empeñada en reverdecer la zona con especies nativas en su mayoría, con el apoyo de SERNANP ha logrado adaptar varios tipos de árboles y arbustos al clima y el suelo. “Ha sido una tarea titánica que va dando frutos”, comenta.

“Deseo que mis huéspedes den importancia a lo natural. A las estrellas fugaces, a que disfruten las pozas que se forman entre las piedras, que armen una fogata y olviden los problemas”, cuenta. Por eso, su labor actual está enfocada principalmente en salvaguardar la naturaleza de la zona, incentivando un uso responsable de los recursos del balneario para que pueda disfrutarse de su belleza natural, así como recuperando espacios para el disfrute paisajístico. Hoy, el camino del cerro de Casa Aguaymanto empieza a ver sus primeros ejemplares de polo polo, hualtaco, huarango, guanábana, algarrobo, ceibos, sapote, entre otros, así como una enorme variedad de herbáceas y cactáceas de la zona. Se puede apreciar un sinnúmero de aves, algunos zorros y hasta pequeñas serpientes inocuas que dejan sentir que aún queda espacio para lo silvestre. Luego, solo queda la infinidad del océano… y lo demás deja de importar.

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