Diseñada por una pareja de arquitectos para ellos mismos junto con su pequeña hija, la Casa Macarena es el resultado latente de un mestizaje entre origen, oficio y técnica.

Por Mónica Barreneche para El Buen Ojo

“Todo un pueblo puede intervenir en las tareas manuales de acarrear adobes, rajar guadua o amasar arcilla, pero, a través de los tiempos y lugares de la tierra, unos pocos han sabido orientar el orden espacial opuesto al caos natural”, asegura el autor y arquitecto colombiano Germán Téllez en el libro “Casa campesina”. Allí, el autor también habla de la importancia de esa arquitectura sin pretensiones e improvisada, característica de las construcciones vernáculas populares de las zonas rurales latinoamericanas.

“Conflictuados dentro de nuestros propios conceptos de lo que debería ser una casa de arquitectura contemporánea dentro de las rigurosas limitantes que exige la oficina de patrimonio del pueblo de Villa de Leyva –característicamente colonial–, fue nuestra hija Macarena la que nos resolvió lo que sería la casa: una cubierta a dos aguas, soportada por una estructura simple de dos plantas, muy parecida a lo que un niño podría dibujar”, explica la arquitecta Camila Buitrago.

Ese concepto de construir con tierra y el crisol entre la cultura hispánica y las culturas indígenas, que durante siglos ha marcado el quehacer arquitectónico de la región, sirvió de inspiración para el arquitecto Carlos Granada, de Granada Garcés Arquitectos, al momento de dibujar la Casa Macarena.

La casa está compuesta de una estructura metálica que, a simple vista, confunden la naturaleza industrial del metal con
la de la madera, recurso típico de la arquitectura local. Aquí, el aspecto de innovación se camufla en un gran volumen de apariencia colonial.

El proyecto nace de una idea sencilla y profunda a la vez. “Llegamos a Villa de Leyva y nos enamoramos de un lote de características topológicas ideales. Durante años nos dedicamos a reforestarlo buscando de alguna forma una restitución ecológica de balance y biodiversidad, mientras lográbamos entender el terreno para plantear la que sería nuestra casa soñada”, narra Granada, quien, en compañía de su esposa, la también arquitecta Camila Buitrago, se encargó de proyectar esta casa enclavada en el valle de Iguaque, en los Andes colombianos.

Las medidas de la casa Macarena

Esta página Gracias a su disposición estructural, es posible abrir totalmente las fachadas del salón hacia el deck flotante y el bosque adyacente, para lograr una relación franca y directa con la naturaleza.

Esta residencia de apariencia simple es el resultado de un ejercicio complejo y exploratorio de orígenes, materiales y técnicas. Se trata de un volumen rectangular de dos niveles de 7,5 metros de ancho y 15 metros de largo, cuya orientación va en sentido oriente-occidente. Aquí, un vacío totalmente acristalado permite que el paisaje infinito y el sol de la mañana penetren las instancias sociales. Opuestas a este se encuentran las habitaciones: espacios privados que recogen la vista árida del valle de Sáchica y el sol de la tarde que prepara las estancias para la noche.

“Cuando un arquitecto hace su casa, es su propio postulado, y la casa Macarena es nuestra premisa dentro del oficio arquitectónico: la arquitectura como escenario de una creación próspera. Es el reflejo de nuestras creencias y un ejercicio atípico, un ejercicio de vida”, apuntan los arquitectos Granada y Buitrago.

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