Frente al protagonismo de un paisaje bien aprovechado por la arquitectura, la diseñadora tuvo la sabiduría de seguir impulsando su brillo. Líneas esbeltas, transparencias y un estilo monocromático hicieron de este proyecto el marco perfecto para la majestuosidad de la naturaleza vecina.

Por Giacomo Roncagliolo       Fotos de Renzo Rebagliati

Cuando Naike Malachowski recibió el encargo de diseñar los ambientes cotidianos de este dúplex sanisidrino, supo enseguida que todo partiría del gran “cuadro” natural que se aprecia desde el interior. La belleza de esa vista –altísimos eucaliptos que se alzan desde el bulevar contiguo– convertían la sala de estar y el comedor en espacios de contemplación diaria. Por ello, aprovechar ese magnífico atributo sería la máxima para orientar el enfoque integral del proyecto.

Trabajando hombro a hombro con una clienta de ideas claras, buen gusto y personalidad alegre y distendida, la diseñadora construyó un espacio de tranquilidad, pensado para un uso familiar y diario.

Homenaje a la vida natural

Recibió el departamento en obra, pero no hubo necesidad de corregir o complejizar la arquitectura. El planteamiento horizontal del ambiente social de uso diario pedía, en cambio, diseñar un marco sofisticado, pensado en función del panorama verde y de las ilusiones de su cliente, quien imaginaba su futuro hogar como un lugar que transmitiera paz, así como aspectos vitales de su personalidad: particularmente, relajo y poca ostentación.

Los marcos de las mamparas sirvieron para crear un lenguaje de líneas rectas y negras que pudiera replicarse en distintos espacios.

Se decidió una paleta monocromática, inclinada hacia distintos tonos de beige, que aprovechara las virtudes y texturas de los materiales naturales, y que tomara como guía los marcos negros de la mampara para atar los distintos elementos. El diálogo entre el afuera y el adentro, otra de las piedras angulares del proyecto, se avivó con la elección de un conjunto de plantas interiores que hicieran resonar la gama verde de los eucaliptos del exterior, visibles de punta a punta, casi como un muro vegetal. Únicamente en la terraza se colocaron pequeños detalles de color, pero siempre englobados bajo el mismo espíritu botánico.

La elección de las piezas decorativas también fue hecha siguiendo las mismas coordenadas: la premisa era tapar lo menos posible aquel cuadro natural. En el comedor, estratégicamente, se optó por una mesa de vidrio que, lejos de interrumpir y delimitar los espacios, hiciera sentir libre el flujo hacia la terraza y el largo balcón longitudinal, además de reflejar el abanico de hojas de la calle. Incluso la lámpara que la ilumina de noche fue escogida por su liviandad, casi imperceptible en el horario diurno, amarrando el concepto a la búsqueda de transparencia. Prescindir de cortinas e inclinarse por sofás de poca altura también ayudó a perseguir este efecto.

La composición del mueble principal gira alrededor de una dinámica de llenos y vacíos, que encuentra variaciones según sus puertas se abran o cierren.

Hilos invisibles

La única pieza de dimensiones mayores fue la que hoy cubre por completo la pared lateral de la sala de estar. Su diseño, elaborado por Malachowski, partió del deseo de conseguir un mueble para la televisión que también fuera decorativo y que se luciera siempre, sin importar que sus puertas estuviesen abiertas o cerradas. Para la diseñadora, se trató de uno de los mayores retos del proyecto: “Crear un mueble para TV, de varios usos, nunca es fácil. Invertí muchas horas en investigar qué tipo de sistema era el más adecuado para lo que teníamos en mente”.

Sobre los tonos neutrales del espacio, la luz de la lámpara del comedor conversa horizontalmente con una cinta led ubicada detrás del mueble de la sala de estar, pintando el ambiente con calidez.

El desafío principal de esta pieza consistió en seguir afirmando la esbeltez del concepto general. Para ello, se construyeron puertas cuyos marcos, por fuera, aparentan ser sumamente delgados, en consonancia con la delicadeza de sus paneles; una complejidad que exigió soluciones estructurales que invisibilizaran el grosor de las maderas interiores, sobre todo en una de sus composiciones nocturnas, cuando una lámpara ilumina los bastidores desde el interior. Asimismo, se diseñaron rieles muy finos y, al mismo tiempo, extraordinariamente eficientes, “que corren como mantequilla”, en palabras de Naike, pues lo primordial era que pudieran operarse diariamente y sin miedo.

Algunas piezas propias de la clienta completaron el proyecto –un cuadro de la artista peruana Luisi Llosa, una alfombra de vaca, un puf, ciertos libros–, pero en su mayor parte los objetos fueron elegidos partiendo de un punto cero, conversando con la propietaria, siguiendo sus ilusiones, decidiendo juntas. “Siempre me tomo el tiempo de navegar con los clientes”, cuenta la diseñadora. “Y creo que es por eso que quedan contentos”. Saber que Naike continúa involucrada en la historia de este proyecto, que ahora prosigue en la segunda planta del dúplex, confirma que este caso no ha sido una excepción.

La dinámica afuera-adentro encuentra énfasis en la esquina del comedor, donde la mesa de vidrio, una lámpara casi imperceptible y mamparas que se abren por completo dejan libre el tránsito hacia la terraza.

“En mi proceso, es muy importante entender cómo vive el cliente, cuál es su personalidad. Que se sienta completamente cómodo en su espacio e identificado en él”, comenta Naike Malachowski.

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