En el condominio El Haras, el arquitecto Giorgio Colareta concibió la casa alba, un hogar familiar conectado con el verdor del entorno, que armoniza elementos nostálgicos que apelan a la historia familiar con los anhelos y la visión única de sus propietarios actuales.
Por Jimena Salas Pomarino Fotos Renzo Rebagliati
“Asumir el diseño de esta casa fue un gran reto por varios motivos: los clientes llegaron a nosotros después de pasar por un primer proceso de diseño muy largo, el cual no logró enamorarlos”. Giorgio Colareta confiesa que los propietarios habían iniciado la conceptualización de su casa con otro arquitecto; y tras dos años de desarrollar el proyecto, con todo a punto–licencia municipal incluida–, decidieron cambiar de rumbo. La propuesta a la que habían llegado simplemente no los llenaba.
Así que cuando, poco después, la propietaria lo contactó para recomenzar de cero, el arquitecto sintió sobre sus espaldas un gran peso. Esta vez solo había una opción: lograr llenar las expectativas. “Me sentí, por un lado, halagado; y por el otro, con bastante más responsabilidad”, comenta.
En el terreno ya existía una casa muy especial: originalmente, fue la vivienda de los abuelos de uno de los dueños, y eso traía consigo una potente carga emocional y de nostalgia. ¿Cómo construir un lugar que los hiciera felices y, al mismo tiempo, evitar que el hogar de los abuelos cayera en el olvido?
Con una pandemia a cuestas, a la que se sumó la inestabilidad política y económica que le siguieron, hubo muchos cambios de opinión sobre el nivel de modificación que se haría en la propiedad. Finalmente, se mantuvo cerca de un 35 por ciento de la estructura, suficiente para conservar elementos muy representativos de la casa original.
El antiguo comedor principal, hoy convertido en la cocina, mantiene el mismo formato, y el antiguo corredor que conducía a las habitaciones se transformó en un “callejón de un solo caño” con acabados pintorescos. Finalmente, los detalles no faltan; así, por ejemplo, en el actual comedor, para mantener la calidez y sensación familiar, se ha conservado el antiguo parquet.
“El paso que ahora llamamos el ‘callejón de un solo caño’ era el corredor original de la casa, solamente que nosotros le sacamos el techo y le hicimos una doble altura para que sea un callejón exterior. Normalmente, yo no hubiera propuesto una cosa así; la distribución es bastante atípica”, explica Colareta. De hecho, luego de recorrer el vestíbulo, se pasa a un patio al aire libre y luego aparece el comedor; más allá, separada, está la sala con su original techo abovedado y enormes ventanales. “Si hubiera sido solo yo, como arquitecto, no hubiera hecho esta distribución, pero se armó un interesante equipo con el cliente”, detalla. La irreverencia y audacia de los dueños permitió crear una vivienda sin parangón, en la que prima la intención de quienes la habitan.
Cuestión de perspectiva
Quizá la mayor influencia en el proceso de diseño fue la filosofía de vida de los clientes, quienes no necesariamente coinciden con las visiones más tradicionales o políticamente correctas de la sociedad. “Esto creo yo que fue la mayor oportunidad para poder crear espacios tan interesantes conectados a una distribución tan atípica”, asevera Giorgio Colareta. Gracias a esto, de manera casi orgánica se pudo concretar una propuesta sólida y que los satisfizo desde la etapa de diseño.
Otro factor vital fue el hecho de que el terreno formara parte de un lote matriz con varias casas rodeadas de árboles y abundante vegetación. La ubicación privilegiada frente al bosque de la urbanización El Haras fue decisiva para definir la esencia del proyecto, que busca hacer sentir la presencia del campo desde esta casa netamente moderna, que se integra perfectamente al contexto.
Por su parte, el estilo arquitectónico contrasta un lenguaje de líneas y volúmenes simples y puros con elementos propios de una arquitectura más clásica, que evoca una atmósfera bucólica y que refiere a la rusticidad y la calidez. En lo que respecta a la materialidad, la dualidad entre pasado y presente se refleja en el contraste de elementos como el concreto expuesto y la carpintería en aluminio –poseedores de un espíritu totalmente moderno–, con la calidez del ladrillo artesanal pintado y los cerramientos de fierro forjado. “No todas las mamparas son tipo vid rio templado y perfil de aluminio”, detalla el arquitecto, “algunas son de fierro hecho a mano, como, por ejemplo, las tres curvas [de los ventanales de la sala] que son fierro hecho en el lugar, como se hacía hace setenta u ochenta años. Eso es una constante en mi diseño: mezclar lo clásico con lo moderno”.
El resultado de sintetizar la audacia de los propietarios con la nostalgia –de ellos mismos y del estilo de Colareta– y el contexto verde es una sensación de paz permanente, que confiere al conjunto la imagen de estar en un mundo propio.
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