Conversamos con Alberto Rebaza, quien entiende la colección como un tejido de vínculos con artistas, curadores y galeristas, una manera de apoyar escenas emergentes y fortalecer instituciones clave. Junto a su esposa Ginette, ha construido una trayectoria donde el arte contemporáneo peruano y latinoamericano dialoga con el mundo desde una mirada sensible, comprometida y profundamente cultivada.
Por Mery Jiménez
Para Alberto Rebaza, presidente del Museo de Arte de Lima (MALI), coleccionar arte ha sido una forma de construir una relación profunda con la cultura del Perú. Su interés comenzó en los años noventa, al regresar de los Estados Unidos, cuando descubrió una escena local que lo impulsó a involucrarse en el ámbito del arte contemporáneo. Con el tiempo, ese ímpetu inicial se transformó en uno de los proyectos personales y culturales más influyentes del medio artístico peruano. También es abogado y fundador del estudio Rebaza, Alcázar & De Las Casas.

En la parte superior, una pintura de Agustín Gonzales convive con una pieza abstracta de Tony Vázquez-Figueroa (al centro) y una obra de líneas geométricas firmada por José Anastacio Hidalgo (a la derecha). En la parte inferior cuelga una pieza que contiene la silueta del Perú, realizada por el artista José Carlos Martinat.
“Todo comenzó cuando empecé a visitar galerías en Lima”, recuerda. “En ese momento, se empezaba a percibir un nuevo movimiento artístico, que no había sido visible en décadas anteriores debido a las complejidades económicas y políticas del país. Sentí que el impacto de mis adquisiciones podía ser mucho más significativo en el contexto peruano que el que habría tenido si compraba arte en Estados Unidos, Europa o México. Por eso, durante varios años me dediqué exclusivamente a obras de artistas peruanos”, señala.
«Descubrí que coleccionar era una herramienta valiosa para conocer otras realidades y otros países a través del arte».

Escultura de la artista visual Nani Cárdenas.
Para Alberto, a quien suelen llamar “Tito”, coleccionar va más allá de adquirir obras: “Es investigar, es identificar qué propuestas realmente despiertan el interés personal, por motivos estéticos, conceptuales o sociales”.
Con el tiempo, esa búsqueda también lo llevó a ampliar su mirada hacia otras geografías. “Me permitió entender mejor a los artistas, sus motivaciones y sus contextos. Descubrí que coleccionar era una herramienta valiosa para conocer otras realidades y otros países a través del arte”. Esa experiencia lo llevó a incluir obras de diversas regiones, con especial atención al arte latinoamericano.

Pieza en cuatro secciones de Rubela Dávila explora la luz y la sombra como lenguaje plástico, generadas a partir de los relieves que modelan la superficie.
Su hogar es un dúplex ubicado en San Isidro, con abundante luz natural. El salón principal se abre hacia una terraza con vista al parque, donde el verde y la iluminación se integran en la vida diaria. Un altillo conecta ese espacio con el segundo piso, que también cuenta con una vista generosa al follaje urbano. La colección ha crecido tanto que algunas piezas han sido prestadas para decorar la recepción del edificio, llevando el arte contemporáneo peruano incluso más allá de los muros de su casa.
Allí conviven obras de Sandra Gamarra, Giancarlo Scaglia, José Carlos Martinat, Nancy La Rosa y Ryan Brown, junto a esculturas de Nani Cárdenas, una instalación con libros de Pablo Rasgado y composiciones de Marlena Kudlicka. También se aprecian trabajos geométricos de José Hidalgo-Anastasio, una pintura vibrante de Miguel Andrade y fotografías documentales de Eduardo Hirose, entre muchos otros.

Obra del artista Ryan Brown, conocido por obras conceptuales que honran e interrogan los lenguajes del arte moderno y contemporáneo.
Una visión compartida
Alberto no ha recorrido su camino en solitario. Su esposa, Ginette Rebaza, ha sido una compañera clave en este proceso, involucrándose activamente en el mundo del coleccionismo. Juntos han forjado una experiencia compartida que trasciende lo doméstico para volverse profundamente cultural. “Hemos conocido artistas, curadores y galeristas; viajado a ferias y exposiciones; y establecido vínculos con instituciones como el MALI, que es una parte muy importante de nuestra vida”.

De izquierda a derecha: geométrica de José Hidalgo-Anastacio, composición abstracta de tres franjas de Armando Andrade Tudela, díptico Stellar Aéreo de Giancarlo Scaglia y escultura en forma de escalera de Santiago Roose.
Su trabajo como presidente del MALI nace de una dedicación profunda a la promoción del arte nacional. “Ginette participa en el Comité de Subastas, y yo tengo el privilegio de presidir el Directorio. Desde hace años hemos intentado acompañar y participar activamente en sus distintas actividades”.
«Debemos seguir fortaleciendo el ecosistema artístico en Lima: necesitamos más galerías, más espacios de exhibición y mayor apoyo sostenido a las instituciones y al mercado local».

Escultura en resina y acrílico titulada “Ese”, del artista Gerardo Feldstein.
El museo, cuya inauguración data de 1961, se ha convertido poco a poco en un lugar que invita a la ciudadanía a visitar sus instalaciones. Su labor educativa, comenta Rebaza, es fundamental gracias a “programas que alcanzan a más de catorce espacios en Lima, además de iniciativas como la “Noche MALI” o sus talleres de verano. También tiene necesidades institucionales significativas, desde infraestructura y recursos humanos hasta sostenibilidad financiera. Es una institución central en la vida cultural limeña, y nosotros estamos muy comprometidos con su desarrollo”.
Además de su labor en el Perú, Tito fue miembro del comité de mecenazgo del Museo Reina Sofía y formó parte del patronato tanto de esta institución como del Museo Guggenheim en Nueva York.

Pintura abstracta de colores vibrantes del artista Miguel Andrade.
La residencia De Al Lado
La dedicación de Alberto y Ginette al arte ha ido más allá del MALI o del coleccionismo, con la creación de la Residencia De Al Lado, un proyecto familiar muy especial. “A través de ella, invitamos a artistas internacionales a pasar una temporada en Lima para que puedan explorar la riqueza cultural y artística del Perú, y conectar con la escena local: artistas, curadores, coleccionistas”.

Pintura abstracta de colores vibrantes del artista Miguel Andrade.
El espacio, ubicado en una tranquila zona de San Isidro, tiene casi ocho años en funcionamiento y busca “generar un intercambio que beneficie tanto a los artistas visitantes como a los peruanos, creando redes, amistades y oportunidades de colaboración”.
Hasta la fecha, se ha recibido a artistas de Nueva York, Berlín, Madrid, México, Colombia y otros lugares. “Lo más valioso ha sido ver cómo se tejen relaciones duraderas y significativas”, enfatiza Rebaza.

Detrás del bar, en la pared, se despliega una composición de fotografías retroiluminadas de la artista peruana Nancy La Rosa.
UNA MIRADA AL ARTE NACIONAL
Con relación a la situación en el Perú y la nueva generación de artistas, Rebaza se mostró entusiasmado: “Hoy ellos cuentan con una escena cultural nacional muy rica y viva que los nutre profundamente. Además, tienen acceso a experiencias y formación internacional, o al menos a información constante sobre lo que sucede en otras partes del mundo”.

Obra en blanco y negro del artista Joaquín Cociña.
“Esa combinación –una conexión fuerte con la cultura peruana en su sentido más amplio, y una mirada internacional fluida– es lo que, en mi opinión, explica el buen momento que atraviesa el arte contemporáneo en el Perú”, resaltó.
No obstante, no es ajeno a las carencias que todavía presenta el ecosistema artístico en nuestro país. Si bien existe un boom en ámbitos como el arte amazónico, que ha traspasado las fronteras o los esfuerzos por poner en valor otras corrientes artísticas, aún queda mucho
por trabajar.

En la sala de estar conviven la pintura “Observadores”, de Sandra Gamarra, y una escultura de Nani Cárdenas.
“Tenemos artistas peruanos sobresalientes viviendo en distintas ciudades del mundo, y una escena interesante en Lima y otras ciudades del país. Aun así, debemos seguir fortaleciendo el ecosistema: necesitamos más galerías, más espacios de exhibición y mayor apoyo sostenido a las instituciones y al mercado local”.
En cuanto al vínculo entre quienes adquieren y promueven el arte, Alberto reflexionó sobre el carácter colaborativo que se vive en el Perú. “A pesar de que cada uno tiene intereses distintos, hay un nivel de amistad y de cooperación muy valioso. Eso se siente en el CAC, en el MALI, en el MAC, y también se percibe fuera del país”.

De izquierda a derecha: obra de William Córdova con referencia a la revista “Amauta”; pintura “Fluctuando V”, de Carolina Kecskemethy; y vitral del artista José Tola.
Para él, el rol de los coleccionistas en el desarrollo del arte, específicamente el contemporáneo, con el cual empezó su camino hasta el día dehoy, es bastante claro: “Yo siempre he dicho que los artistas peruanos son como los jugadores de fútbol: necesitan una hinchada que los respalde, los anime y les dé confianza para despegar. Ese respaldo no es gratuito: parte de la calidad de la obra, que es lo esencial. Pero, una vez que esa calidad está, es fundamental que exista una comunidad que los apoye”.

Instalación en forma de cuadrícula con fotografías enmarcadas, de la artista Quisqueya Henríquez.
Finalmente, resaltó el valor del coleccionismo ejecutado con una visión que va más allá del acto en sí mismo. “Cuando se da de manera comprometida, genera un efecto muy valioso en términos económicos, simbólicos y culturales para el desarrollo de los artistas. No diría que es difícil; como todo en la vida, requiere interés genuino, entusiasmo, consistencia –o disciplina, si se quiere– y dedicarle un presupuesto acorde a lo que uno quiere lograr. Pero no se trata simplemente de comprar obras. Se trata de investigar el trabajo de los artistas, entender qué tipo de arte realmente conecta contigo. Esto puede estar vinculado a ciertos temas, regiones, técnicas o incluso momentos personales.

En el piso de la biblioteca se encuentra, a la derecha, la serigrafía “A la sombra del sol”, de Juan Salas Carreño, y una fotografía de Jorge Eduardo Eielson.
Cada colección tiene su propia lógica y estructura, y construirla es parte del proceso. A veces se elige por afinidad estética; otras, por posibilidad económica, por impulso emocional o por circunstancias particulares. Lo clave es que no termina en la compra. Implica acompañar a los artistas: apoyarlos a lo largo del tiempo, recomendar su trabajo, y seguir adquiriendo obras cuando sea posible.

Pintura “Manto 4”, en acrílico sobre lienzo, de Mariela Agois.
También es importante ser parte del ecosistema artístico: ir a exposiciones, visitar galerías, ferias, museos, dialogar con artistas, curadores, críticos. A veces, conversar con un artista, compartir ideas o perspectivas sobre su obra, puede ser tan valioso como comprarla. Porque coleccionar arte es, al final, comprometerse con una comunidad creativa y hacerla crecer”.
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