Rumania, a pesar de ser un país en la periferia de Europa, o quizás justamente gracias a ello,  ha producido un cine que constantemente explora los problemas centrales del presente. Radu  Jude, quien se volvió internacionalmente reconocido con una película con un título tan bueno  como Un polvo desafortunado o Porno loco, ha llevado su proyecto cinematográfico a nuevos  extremos con una película sobre el tráfico, el descontento con la globalización y la tristeza de la  periferia: No esperes demasiado del fin del mundo. La película es una exploración y un juego  de formas y finalmente demuestra que incluso en el fin del mundo hay arte por hacer. 

La tensión entre el blanco y negro y el color, una metáfora visual que revela las continuidades y rupturas en la historia de la misoginia y la explotación.

La película está dividida en dos partes. En la primera, Angela, una asistente de producción  recorre Bucharest haciendo castings para un video de seguridad laboral de una empresa  Austriaca. En su tiempo libre ––que es escaso: trabaja desde la madrugada hasta tarde en la  noche–– se graba a sí misma para las redes sociales, imitando a Andrew Tate, el influencer de  ultraderecha. Con un filtro de TikTok, se transforma en un hombre pelado furiosamente  despotricando contra inmigrantes y mujeres. A lo largo del día, las imágenes de Angela están  entrecortadas con extractos de una película de 1981 sobre otra mujer ––también llamada  Angela––, una taxista, que transita por la Bucharest bajo la dictadura de Nicolae Ceauşescu. La  segunda parte, que es más breve y consiste de un único plano, es la entrevista a un obrero  accidentado. Mientras da el testimonio de su accidente, comienza a entrar en conflicto con los  clientes, que quieren oír otra cosa que la historia que él quiere contar.

La tensión entre el blanco y negro y el color, una metáfora visual que revela las continuidades y rupturas en la historia de la misoginia y la explotación.

El centro de la película es el día de Angela conduciendo por la ciudad y filmando a obreros  accidentados. Estas secciones están filmadas en 16mm en un blanco y negro granuloso y de  contrastes fuertes. En una entrevista Jude dice que parece que está grabada como una  película de estudiantes. De alguna manera refleja la precariedad de la vida de Angela, los  choques de malos humores en el tráfico y los departamentos sombríos donde ingresa para  hacer sus entrevistas. Pero también el juego de luces que hace su vestido reluciente a lo largo  de la película constantemente mantiene en tensión la belleza y lo espectacular como una  posibilidad en su vida. Esta apropiación y transformación de las estéticas a la mano se vuelve  la manera en que Angela puede hacer frente a su situación. De hecho, al apropiarse del  discurso xenófobo y misógino de la ultraderecha y convertirlo en una sátira, no solo evita  volverse loca (como le dice a su mamá), sino que es el espacio donde puede ser algo más que  la trabajadora explotada que es. Hay un humanismo en la película que viene de lugares  inesperados, desde el poder emancipatorio de la sátira más cínica, hasta la calidez que Angela  exhibe al relacionarse con los obreros. Pero al poco tiempo, el teléfono suena, o algo  apremiante ocurre que la obliga a avanzar tan rápido como el tráfico le permita. 

No esperes demasiado del fin del mundo, 2023.

La otra Angela es filmada a color, como en una película ‘de verdad’. Grabada durante la  dictadura en Rumania, las imágenes connotan un aire emancipatorio. Sin embargo, Jude  manipula la película al hacerla pasar en cámara lenta y en algunos momentos los planos son  recortados. Así, vemos las miradas penetrantes que escrutan a una mujer que se gana la vida  como taxista. Lo que emerge en el contraste son las falsas ilusiones de la transición entre los  dos tiempos, la misoginia y la explotación como constantes en los intersticios de las imágenes dominantes. 

El peso del tiempo en Rumania: dos Angelas, dos épocas, un mismo viaje a través de la opresión y la resistencia.

Es una película larga, en parte justamente porque el tiempo es un tema central. El  aceleramiento del tiempo en nuestra época y el poder que hay en la lentitud son parte de lo que  está en juego en los contrastes formales. Hacia la mitad de la película hay una especie de  interludio, donde por varios minutos que parecen interminables vemos una sucesión de  imágenes de cruces al lado de una carretera notoria por sus accidentes de tránsito. Al detener  la película de esta manera nos arraiga en el tiempo. Es una experiencia inquietante, que, al  igual que el resto de la película, nos enfrenta a nosotros mismos y nos obliga a entrar en un  diálogo crítico con las imágenes que conforman nuestro mundo. 

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Antonio Pinto