A cien años de la muerte del famoso pintor austriaco, su obra cargada de drama y erotismo se enfrenta a la de una de las fotógrafas más misteriosas del arte contemporáneo, creando un irresistible vals de tragedia, dolor y placer.

Por Manuel Santelices // Fotos Cortesía Tate Liverpool

Instalados en extremos opuestos del siglo XX, el pintor austriaco Egon Schiele (1890-1918) y la fotógrafa estadounidense Francesca Woodman (1958-1981) compartieron una insaciable curiosidad por el cuerpo humano y su expresión. Sensuales al punto del escándalo, con sus vidas marcadas por grandes tragedias, los dos artistas no descansaron nunca en su interés por la psiquis sexual y los intrincados laberintos que unen erotismo, dolor, pasión y soledad. Este año sus obras se encontrarán frente a frente en la exhibición “Life in Motion: Egon Schiele / Francesca Woodman”, que se inaugurará en mayo próximo en las galerías del Tate Museum, en Liverpool.

A cien años de su muerte, Schiele sigue siendo considerado un provocador digno de censura. Una serie de pósteres instalada en buses y estaciones de metro en Londres –que anunciaba la nueva exhibición “Egon Schiele: expresión y lirismo”, recién estrenada en el Leopold Museum de Viena– tuvo que ser cubierta con placas estratégicamente ubicadas para cubrir sus cuerpos desnudos y genitales, motivos omnipresentes en su repertorio.

Schiele probablemente estaría orgulloso de esta nueva y póstuma transgresión. En su corta vida –murió a los veintiocho años de influenza, justo tres días después de que su mujer, Edith, embarazada de seis meses, muriera de la misma enfermedad–, el pintor fue frecuentemente perseguido y hasta encarcelado por lo que eufemísticamente se llamó “su estilo de vida”. En varias ocasiones, Edith y él tuvieron que trasladarse de una ciudad a otra, acusados de seducir a niñas y adolescentes en sesiones artísticas que casi siempre involucraban desnudos. Sin dejarse amedrentar por lo que consideraba una sociedad hipócrita y burguesa, Schiele fue uno de los primeros pintores en explorar temas sexuales hasta entonces tabúes, como el amor lésbico o la masturbación. Sus pinturas, que han ejercido enorme influencia en el arte, la ilustración y la moda, presentan al cuerpo humano como una fuente salvaje e infinita de placer, pero se trata de un placer atormentado y adictivo, un placer que no trae felicidad y que, por el contrario, se presenta como una antesala al infierno.

El arte de Francesca

Las fotografías de Francesca Woodman tienen una rima similar. En uno de sus diarios, en una ocasión, escribió: “Soy tan vanidosa y también tan masoquista. ¿Cómo pueden ambas cosas coexistir?”. Hija de George y Betty Woodman, un par de distinguidos artistas que permanecieron casados durante más de cincuenta años, Francesca se suicidó lanzándose por una ventana en Nueva York, cuando tenía apenas veintidós años. Como huella dejó una existencia cargada de traumas y una serie de hermosas, atmosféricas y algo fantasmagóricas fotos, que incluyen varios autorretratos desnudos.

Igual que Schiele, Woodman parece haber anticipado su trágico y temprano final. Su obra y sus diarios revelan urgencia y ansiedad; a una mujer, como la describió en una ocasión “The New York Times”, “impaciente por reconocimiento”. Vistos desde fuera, sus demonios parecen no tener una clara justificación.

Intelectual y talentosa, fue una estudiante brillante durante su paso por el prestigioso Rhode Island School of Design, donde sus compañeros advirtieron desde un principio su temperamento de “rock star”. En un documental de 2011, su propio padre reconoce que el genio de su hija opacó su propia obra, hizo que pareciera “algo estúpida” y además señala que, si Francesca no hubiera tenido tanto que decir en tan poco tiempo, “quizás la hubiera resentido”.

Los curadores de la exhibición en Liverpool aseguran que la conversación creada en sus galerías entre los dos artistas hace que la obra de uno y otro se haga más clara y precisa. “Las fotografías de Woodman ayudan a reenfocar el cómo vemos la obra de Schiele, enfatizando sus prácticas e ideas, que continúan teniendo relevancia en el arte contemporáneo”, explican. “Conocidos por sus retratos desnudos y autorretratos, Schiele y Woodman exhiben el crudo estado emocional y las tensiones físicas de sus modelos, en un trabajo que no pide nunca perdón”.