En la categoría de Largometraje Iberoamericano de Ficción, la película del director puneño, hablada íntegramente en aymara y rodada a cinco mil metros de altura, recibió dos importantes premios en el festival de cine mexicano: Mejor Ópera Prima y el Mayahuel por Mejor Fotografía. En el Perú, su estreno comercial será este 19 de abril. ¿Por qué Óscar Catacora se siente incómodo ante los reconocimientos?

Por Mariano Olivera La Rosa Foto de Diego Valdivia

Esperamos por Óscar Catacora en el departamento del fotógrafo Diego Valdivia, quien ha montado un estudio casero para retratarlo. “Ya llego”, me dice Óscar por teléfono, mientras Diego prepara un rico jugo de granadilla. El cineasta acaba de llegar de Puno y solo se quedará dos días en Lima. Su agenda es apretada: no solo debe lidiar con el foco mediático que supone ser reconocido en un festival como el de Guadalajara, sino que, además, en escasos días estrenará su primer largometraje a nivel nacional, por lo que debe coordinar todos los detalles previos.

La cinta refleja la cosmovisión andina del sur del Perú.

Para aprovechar los últimos minutos de sol, arrancamos con las fotos. Óscar no está habituado a los flashes; tampoco disfruta al posar frente a una cámara, pese a que, precisamente para él, su vocación se afianzó cuando comenzó a trabajar como fotógrafo de eventos sociales, al terminar la secundaria. “Luego tuve la oportunidad de manipular cámaras de filmación y empecé a experimentar con pequeños trabajos”, relata ni bien acaba la sesión de fotos. Sus primeros cortometrajes los hizo a los diecisiete años y los editó en una cabina de internet, a través de programas gratuitos que descargaba de prueba.

En 2007, se asoció con su pariente Tito Catacora para aventurarse en el mediometraje “El sendero del Chulo”; él como director y Tito como productor. Tenía veinte años y parecía que su carrera de cineasta precoz iba por una autopista, pero, de pronto, tomó una decisión desconcertante: se enlistó en el Ejército. “Serví en el (Regimiento de Caballería) RCB N° 123 de Challapalca”, recuerda Óscar. Permaneció dos años allí. “Fue una pequeña parte de mi vida que consideré necesaria. Me hacía falta algo, y creo que el camino era ese, el de la disciplina, pero no familiar. El Ejército me ayudó a insertarme en la sociedad como una persona libre, independiente, responsable de mis propios actos. Para mí, el Ejército es una escuela de vida, donde uno empieza a valorarse y a valorar a su familia”.

A fines de 2014 dieron con Rosa Nina, la protagonista. “Fue algo mágico, como una bendición”, recuerda Óscar.

Antes de los premios

Óscar nació en la zona rural de Puno. La primera vez que vio una película fue en una sala de cinevideo, a través de una pantalla proyectada de un televisor, cuando su padre lo llevó al pueblo. La imagen se veía borrosa; mostraba una película de guerra que Óscar no entendía bien (solo recuerda que había matanzas). En busca de una mejor educación, cuando tenía ocho años, sus padres lo mandaron a la ciudad, junto con su hermano cuatro años mayor. Fue el primer punto de quiebre de su película personal, y fue chocante, también. “A esa edad uno no comprende cómo es que la sociedad se mueve como sistema”, dice Óscar. “En ese entonces existía bastante discriminación. Había una mirada de desprecio, de no aceptación, por parte de las personas de la gran urbe hacia los que veníamos de la zona rural. Ahora, poco a poco, las cosas van cambiando”. 

En medio de ese clima adverso, Óscar logró sobresalir. Abandonó el Ejército destacado como sargento primero y comenzó a trazar los primeros esbozos de “Wiñaypacha”; hasta que, en 2013, su historia se vio marcada por otro punto de quiebre: mediante el Ministerio de Cultura, postuló el proyecto de su primer largometraje al concurso regional de la Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios (DAFO). “Aplicamos y ganamos, pero, en realidad, no fue algo gozoso. Un premio demanda una gran responsabilidad; por esa razón no hicimos rápidamente la película. Uno tiene que tomarse su tiempo, madurar, mirar hacia atrás y hacia delante, y avanzar con cuidado”.

Óscar Catacora tiene treinta años. Entre 2008 y 2010 formó parte del Ejército del Perú, de donde salió destacado como sargento primero.

Una pelea más

“Esta es la historia de Willka y Phaxsi, una pareja de ancianos de más de ochenta años que viven abandonados en un lugar remoto de los Andes del Perú, a más de cinco mil metros de altura. Enfrentan la miseria y el inclemente paso del tiempo, rogando a sus dioses para que por fin llegue su único hijo a rescatarlos”, anuncia la sinopsis oficial de “Winaypacha”.

El casting para dar con los intérpretes de Willka y Phaxsi arrancó hacia finales de 2014. Fue entonces que dieron con Rosa Nina, una mujer de la zona rural de Puno que jamás había visto una cámara. “Fue mágico”, recuerda Óscar. “¡Es ella!”, se dijo, y se sintió bendecido. Pero encontrar al abuelo protagonista –que terminó siendo su propio abuelo, Vicente Catacora– tomó algo más de tiempo: casi un año entero.

Encontrar al anciano protagonista tomó casi un año. Al final, el papel recayó en el abuelo del director, Vicente Catacora.

¿Es cierto que durante el rodaje tuvieron que contar con un mediador de edad venerable para que los protagonistas hicieran caso a las indicaciones?

Sí, creo que fue sumamente necesario, porque son personas mayores, de aproximadamente ochenta años, y yo en ese entonces tenía veintiocho. Es difícil que alguien menor dirija a una persona de esa edad; allá, incluso, se le puede considerar una falta de respeto. Era necesario para que los abuelos no se sintieran mandoneados por un menor, para que no se rompiera ese equilibrio, y al final funcionó.

La naturaleza es otro de los protagonistas de la película.

Definitivamente. La naturaleza es un ser más, y es lo que traté de reflejar, sin querer hacer una película paisajística. La idea era tratar que la naturaleza fuera un personaje de la historia con el que los otros interactuaran de forma sublime, en más base al sentimiento del hombre del Ande.

¿Desde un principio la película iba a ser hablada en aymara?

Fue complicado tomar esa decisión. No es fácil aceptarse a uno mismo; sobre todo en una sociedad como la nuestra. Algunos amigos me decían: “Mejor no te arriesgues, hazla en español para que la gente la entienda”. Tuvimos que arriesgarnos.

¿Los protagonistas ya vieron la película?

Sí.

¿Qué comentaron?

Para ellos es un pedazo de su vida.

No es una actuación.

No, es una realidad. Recién voy asumiendo que lo que hicieron en la película es un legado cultural histórico. En su momento, creo haber subvalorado su aporte.

El proyecto de “Wiñaypacha” ganó el concurso regional de la DAFO en 2013, gracias al cual obtuvo 400 mil soles.

El año pasado debutaron en el Festival de Cine de Lima con una mención honrosa. Ahora acaban de volver premiados del Festival de Cine de Guadalajara. ¿Estos premios han cambiado tu visión de tu propio cine?

No me gustan los reconocimientos; de verdad, soy muy tajante en eso, me siento mal. Cuando me dicen: “Felicitaciones, hiciste una gran película”, me siento egoísta.

¿Por qué?

Una película funciona como un sistema, es el trabajo de un montón de personas, y muchas veces el crédito solo se le atribuye al director, al productor y a los actores; no se valora el trabajo de todos. Por otra parte, escuchar los comentarios y las críticas es complicado de asumir. Se arma un laberinto de opiniones, y alguien que todavía no tiene la madurez puede perderse en ese laberinto. Me gusta leerlas, pero a la vez ignorarlas, para que no influyan en mí.

Imagino que hoy sientes el mismo peso de responsabilidad que cuando ganaron el concurso de la DAFO.

Sin duda. Siempre recuerdo una frase de una película de Clint Eastwood, “Golpes del destino”: “Una pelea más y vas a estar lista para poder enfrentarte a tu pelea final”. La recuerdo para cualquier otra aventura cinematográfica. Pero hay algo que también tengo en mente: uno no puede vivir bajo la expectativa de los demás; no puedo guiarme por lo que la gente espera de mí… Me gustaría tener mis fracasos. De verdad. Me gustaría hacer otra película de autor, como ahora, pero también una supercomercial.

La película fue filmada en cinco semanas, en el nevado de Allincapac, en Puno.

¿Ya tienes elegida tu próxima pelea, tu siguiente proyecto?

Sí. Me gustaría enfrentarme a un reto más grande, hacer una película épica, con un equipo de producción amplio. Lo digo abiertamente: me gustaría rodar con películas de 35 mm o, mínimo, 16 mm. A la vieja usanza. Les tengo un cariño muy especial, porque empecé como fotógrafo y mi maestro siempre decía: “Cada toma es una parte de tu ojo. Y las estás desperdiciando, una y otra vez”.

¿Ya tienes un guion?

Sí. Habla sobre la rebelión indígena de 1780 (la de Túpac Amaru II). Está proyectada para el año 2021, para el Bicentenario. Mientras tanto, voy a seguir experimentando con otros proyectos… Lo importante es no renunciar a lo que uno es. Yo me acepto como soy, sé de dónde vengo y a dónde voy, y sé lo que quiero: que respeten quien soy.

¿Quién es Óscar Catacora?

(Calla un instante) Soy un aymara. Creo que un aymara, vaya donde vaya, siempre va a ser un aymara.